De nuevo en Matruchhaya
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Nadiad, 27 de octubre de 2008
Mi cabeza y mi corazón estaban todavía digiriendo todo lo vivido recientemente en Bal Mandir, el orfanato de Kathmandu en el que hemos estado trabajando durante un mes; cuando tuve que emprender viaje hacia India, para una labor similar en Matruchhaya, el orfanato de mis hijas. Hubiera preferido dejar más tiempo entre un proyecto y otro, pero no podía, porque pretendemos aprovechar los periodos vacacionales de los huérfanos con los que trabajamos. Entre las vacaciones del Dashain, en Nepal, y las del Diwali, en India, hay muy poco tiempo.
Cuatro días en Madrid no fueron suficientes para poner orden en mis sentimientos y en mis atolondrados pensamientos, de modo que, decidí conceder una prórroga a todas las ideas que se amontonaban en mi mente, prometiéndome a mí mismo retomarlas cuando las circunstancias lo permitieran, porque el nuevo proyecto que iba a iniciar, merecía el máximo de concentración.
Después de un largísimo viaje, llegamos a Ahmedabad el pasado jueves, de madrugada. Allí nos estaban esperando Sister Pushpa, la directora del orfanato, Philip, el conductor, y Sandeep, el encargado de las adopciones. Nos recibieron con alegría, e inmediatamente montamos en un pequeño autocar que nos llevó hacia Nadiad, la ciudad donde se encuentra el orfanato. Este proyecto lo costea íntegramente el madrileño Ayuntamiento de Pinto, que cada año suscribe un convenio con nuestra Universidad, que hace posible nuestro trabajo aquí, y también en Bal Mandir. El objetivo específico de nuestro proyecto vuelve a ser, una vez más, aprovechar este periodo vacacional de los niños para llevar a cabo con ellos diversas actividades creativas y lúdicas, y disfrutar juntos de una convivencia llena de afecto, amistad y alegría. En esta ocasión, el equipo de trabajo lo formamos cinco personas ligadas a la Facultad de Bellas Artes de la UCM, tres alumnos (Fátima, Nacho y Pilar) y dos profesores (Ana y yo); pero durante los primeros días también nos acompañará, y trabajará con nosotros, Arancha, una empleada del Consejo Social de nuestra Universidad.
El trayecto del aeropuerto al orfanato duró una hora y media. Estábamos cansados, pero nerviosos y expectantes por el encuentro con los menores de Matruchhaya. Los que viajaban conmigo lo miraban todo sorprendidos, porque éste es su primer viaje a India. Cuando llegamos, todos los niños y niñas del orfanato nos esperaban para darnos la bienvenida. Allí estaban Sapana, Chandrika, Sanguita, Doxa, Jeny, Pratik, Deep, Avinash, Anikesh, Manisha, Ashok, Nimisha, Naresh, Meena, Sweta y muchos otros más, hasta cerca de cuarenta, vestidos con sus uniformes escolares. Les noté más altos, más mayores, pese a que hacía sólo un año que no les veía. Nos entregaron un ramo de flores a cada uno, y nos pusieron un punto rojo en la frente, a modo de bendición. Después todos se fueron a la escuela. No debían de ser más de las ocho de la mañana. Aquel era el último día lectivo, a partir del día siguiente empezarían sus vacaciones del Diwali, la festividad hinduista más importante del año.
Esta es la quinta vez que trabajo en Matruchhaya con un grupo, siempre distinto, de universitarios. A algunos de los niños y niñas más mayores ya les conocía de mucho antes, pues este es el orfanato en donde mi mujer y yo adoptamos a nuestras hijas Roshní y Chandrika, hace casi diez años. En esta ocasión queremos pintar un nuevo mural con la participación de los niños y niñas del orfanato. También hemos traído pintura especial para tela, y hemos comprado suficientes camisetas, con la intención de que cada menor pinte la suya, partiendo de los dibujos que ya hemos empezado a hacer con ellos. Además queremos dedicar mucho tiempo a jugar.
He visto caras nuevas, pero también he echado en falta inmediatamente a algunos de años anteriores. Falta John, el niño de la sonrisa preciosa, que no tenía fuerzas ni para mantenerse erguido. No se sabe por qué razón, se lo llevó su madre hace unos meses, sin atender a las súplicas de las monjas, ni el llanto desconsolado del niño. También faltan las hermanas Mitova y Sushma, que vivían en Matruchhaya, no porque fuesen huérfanas, sino porque la extrema pobreza de sus padres les impedía cuidar de ellas. Ahora el Gobierno desea que los orfanatos estén habitados exclusivamente por huérfanos, y ello ha obligado a devolver a estas hermanas con sus padres, aunque las monjas les han empezado a ayudar económicamente.
No he podido evitar comparar en mis pensamientos Bal Mandir y Matruchhaya. El primero es un orfanato sucio, donde los niños malviven con muy poca atención; en cambio este orfanato es muy limpio, y los niños están bien cuidados. Matruchhaya, que en gujarati significa "el manto de la madre", proporciona a sus huérfanos un ambiente casi familiar; es un ejemplo a seguir en la organización de una casa de estas características. Su número de habitantes también facilita las cosas, en éste raramente llegan a los sesenta y cinco menores, mientras que en el orfanato de Kathmandu habitualmente pasan de los doscientos. Aquí nos alojamos y comemos en el propio orfanato, algo que sería impensable en Bal Mandir. Pese a estar bien atendidos, creo que los niños y niñas de Matruchhaya también necesitan mucho afecto. Nosotros estamos dispuestos a dárselo, y yo estoy seguro de que, como todos los años, nos lo devolverán multiplicado por cien.
Publicado el 27 de octubre de 2008 a las 13:00.