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Blog de José Luis Gutiérrez Muñoz

Sonrisas de colores

Parque acuático

Archivado en: Bal Mandir, Kathmandu, Nepal, Matruchhaya, orfanatos, cooperación, desarrollo, ONG

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Aunque por mis limitaciones físicas no puedo participar en los bailes, ni en los juegos, ni en la mayoría de las actividades que nosotros mismos organizamos; en ningún momento me he sentido como un mero espectador, ni siquiera el pasado sábado 31 de octubre, cuando nos fuimos con todos los niños y niñas de Matruchhaya a un parque acuático y, mientras ellos se bañaban, yo tuve que conformarme con permanecer sentado en mi silla de ruedas observándoles.

A las siete de la mañana, un autobús grande esperaba en la puerta de Matruchhaya. Los habitantes del orfanato hacía días que conocían nuestro plan, y conforme se acercaba la fecha señalada, se les iba viendo más nerviosos. Guardamos comida, agua y toallas en el autocar, e hicimos un último recuento. 50 menores, más 20 adultos, entre los cuales estábamos nosotros cinco, un par de monjas, muchas cuidadoras, y el secretario del orfanato. A los más pequeños les colgaron del cuello unas tarjetas plastificadas que, en gujarati, llevaban anotadas su nombre, Matruchhaya y un número de teléfono en la parte posterior, por si alguno de ellos se extraviaba.

Aunque el parque acuático está en Baroda, a tan sólo 55 Km. de Nadiad, tardamos dos horas y media en llegar, y una vez allí, decidimos que lo mejor sería tomar el almuerzo previamente; en un bonito parque que se encontraba cerca. Como los niños y niñas estaban impacientes por ingresar en el recinto, en cuanto terminamos de comer, recogimos todo y entramos. En Matruchhaya pudimos solucionar la cuestión de los bañadores sólo para los niños, que podían utilizar un sencillo pantalón corto de deporte, y para algunas de las niñas más pequeñas, como Spana, Bavna, Kushi o Ravina; que utilizaron unos que las monjas tenían guardados, probablemente esperando una ocasión como ésta. Para el resto, tuvimos que alquilarlos.

Nos habíamos preguntado cómo serían los trajes de baño que tendríamos que alquilar, y al verlos, me pareció que aquello era casi como ir completamente vestido pero, por supuesto, nadie puso la más mínima objeción al modelo que le asignaron en función de su talla. Además, de esa manera quedaba a salvo el natural pudor de las niñas más mayores.

Afortunadamente ninguna de las piscinas tenía más de medio metro de profundidad, algo que a mí me preocupaba, porque era consciente de que ninguno de nuestros menores sabía nadar. Cuando llegamos al borde del agua, se fueron metiendo con prudencia, primero los mayores y luego los más pequeños. En cuanto vieron que aquello era seguro, empezaron arrojarse agua unos a otros como locos. Daba la impresión de que no sabían qué hacer con tal cantidad de agua, y lo primero que se les ocurrió fue salpicarse. Se les veía pletóricos, no paraban de reír y dar palmetazos en el agua. Era natural su euforia, porque esa era la primera vez que estaban en una piscina, y además no era una corriente, sino un parque acuático, con distintos tipos de toboganes y saltos de agua. Los adultos del grupo también disfrutaban como niños.

Estuvimos allí unas cinco horas, y algunos de ellos prácticamente no salieron del agua en todo ese tiempo, excepto para subir las escaleras de algún tobogán, y arrojarse por él de nuevo al agua. Una monja se quedó al cuidado de Geeta y Etka, que miraban a sus compañeros y sonreían. Le pregunté por qué no las metíamos también a ellas en el agua, y la monja me dijo que le daba miedo, porque no sabía cuál sería su reacción. Entonces pensamos que podríamos intentarlo poco a poco, y al mínimo gesto de desagrado o incomodidad, sacarlas del agua. Etka se bañó, y disfrutó del chapuzón, aunque al poco tiempo ya quería salir. Se quedó sentada en el borde de la piscina contemplando a los demás con una dulce sonrisa. Pero Geeta en cambio, estuvo un buen rato metida en el agua, y jugó con los demás salpicándoles. Nunca la había visto tan contenta.

Me acordé mucho de mis padres, que siempre que podían nos llevaban, a mis hermanos y a mí, a la piscina o a la playa. Mi madre preparaba la comida, y todo lo necesario para que nosotros sólo nos tuviéramos que ocupar de divertirnos; pero, en realidad, ella nunca se bañaba. Decía que le bastaba vernos disfrutar a nosotros. Desde mi óptica de niño, no lo comprendía, aunque tampoco dedicaba mucho tiempo a pensar en ello; pero el pasado sábado, también yo pasé muchas horas simplemente observando lo mucho que disfrutaban nuestros niños y niñas de Matruchhaya, y me sentí satisfecho y afortunado por estar allí.

Publicado el 10 de noviembre de 2009 a las 10:00.

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José Luis Gutiérrez Muñoz

José Luis Gutiérrez Muñoz

José Luis Gutiérrez Muñoz (Madrid, 1963), pofesor Titular y Director del Departamento de Escultura de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid. Director del Grupo de Investigación UCM "Arte al servicio de la sociedad". Responsable de diversos proyectos de cooperación al desarrollo que desde 2004 vienen llevándose a cabo en orfanatos de India, Nepal y Ecuador.

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