Piscina
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Es de noche. En cuanto me he sentado a escribir en mi habitación, ha empezado a llover con una fuerza inusual. Por efecto de la tormenta, durante un buen rato hemos estado sin electricidad. Ahora volvemos a tener luz, pero sigue diluviano, como si estuviéramos en plena época de los monzones. Me agradan estas tormentas con muchos truenos, relámpagos y abundante lluvia. Seguro que los "bagris", como denominan aquí a los chaboleros, que viven a pocos metros de la ventana de mi habitación de Matruchhaya, tienen una percepción distinta de este tipo de fenómenos naturales. Si sigue lloviendo con esta intensidad durante mucho tiempo, sus chabolas se van a inundar, aunque deben de estar acostumbrados a que esto ocurra varias veces al año.
Los niños y niñas de Matruchhaya a esta hora estarán preparándose para meterse en la cama y dormir, ajenos al incesante repiqueteo de la lluvia, y a las circunstancias de los "bagris" que rodean el orfanato. Estarán agotados después de haber vivido uno de los días más intensos de su vida.
Por la mañana temprano se les veía nerviosos y expectantes cuando esperábamos al pequeño autobús de Matruchhaya, que hizo dos viajes para llevarnos a todos a un parque acuático que está a unos 30 kilómetros del orfanato. Nos acompañaron varias monjas y cuidadoras. Para la mayoría era la segunda vez que disfrutaban de un lugar como ése, porque el año pasado estuvieron con nosotros en uno similar; pero muchos de ellos, como Raju, Asha, Sanjay, Roni, Soni, Manisha, Mona, Vinayak, Camini, Ritesh o Pratna, era la primera vez que acudían a una piscina. Probablemente, ni siquiera sabían de la existencia de lugares de como éste.
Especialmente estos últimos, se mostraron cautos y temerosos cuando estuvieron junto al borde de la piscina con el traje de baño puesto. Contemplaron a sus compañeros, y sólo después de comprobar que se divertían saltando, salpicándose y arrojándose por los toboganes, se atrevieron a meterse en el agua, eso sí, con precaución.
Como el año pasado, los varones resolvieron su indumentaria con un amplio pantalón corto de deporte, pero para las jóvenes de más de 10 años, las cuidadoras, Roshní y Sandra, hemos tenido que alquilar, en la propia piscina, trajes de baño que parecían del siglo XIX.
Mi silla de ruedas, una vez más, ha sido una atalaya privilegiada desde la que contemplar a todos y cada uno de nuestros niños y niñas de Matruchhaya; también a Ramón, Sandra y Alberto, que no han parado de jugar con ellos; y a mi hija Roshní, que ha empleado la misma euforia, energía y entusiasmo que cualquiera de los menores del orfanato. He disfrutado viendo cómo retozaban y se reían. He observado especialmente a Raju y a Asha, que hace menos de una semana vivían abandonados en la estación de tren, mendigando diariamente un poco de comida. ¡Cómo les ha cambiado la vida de la noche a la mañana! Ellos dos, al igual que todos los demás, se lo han pasado en grande. Sólo por contemplar las expresiones de sus caras, que pasaron del miedo a la desconfianza, el asombro y la perplejidad, para finalmente llegar a la alegría y el deleité; ha merecido la pena venir hasta aquí.
Es posible que el de hoy haya sido el día más feliz de sus vidas. Quizás en este momento estén rememorando en sueños las imágenes de la jornada: sus zambullidas en el agua, los trepidantes descensos por los toboganes, enlazados como vagones de tren, formando una fila con sus compañeros de hospicio, o montados en flotadores, a modo de barcas hinchables, que les conducían a toda velocidad a la piscina, en la que chocaban y caían al agua con gran estrépito, en medio de carcajadas, para volver a subir rápidamente las escaleras que conducían al inicio del tobogán, y vivir así otro emocionante descenso.
Parece que va cesando la lluvia. Creo que también, aunque no he tenido el desgaste físico de ellos, voy a dormir a pierna suelta. Siempre me queda la agradable sensación de que la vida comienza de nuevo después de un buen chaparrón.
José Luis Gutiérrez
Matruchhaya, 2010
Publicado el 23 de diciembre de 2010 a las 14:45.