Stuti y Kinnari
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A principios de 2004 sabía que tenía que replantearme mi actividad artística, de hecho ya había cerrado mi taller de escultura, un lugar sagrado para mí, que durante muchos años había sido mi guarida. Desde sus escasos 20 m², traté de explorar el universo a través de una actividad creativa frenética e insaciable sobre cualquier material, pero preferiblemente sobre piedra, como si un simple bloque de mármol, caliza o arenisca, pudiera encerrar todos los misterios del cosmos. Ansiaba explorar la poética de los materiales, pero la realidad se empeñó en contrariar mis intenciones.
La esclerosis múltiple que me diagnosticaron en 1998 avanzaba lenta pero inexorablemente. Perdí fuerza en los brazos, también destreza, pese a lo cual, intenté aferrarme a mi vocación como pude. Utilicé todo tipo de materiales y herramientas, e incluso hubo un tiempo en el que creí que mi trabajo físico en el taller de escultura podría ser una buena terapia para frenar la progresión de la enfermedad, pero lo cierto es que aquel esfuerzo por oponerme a lo ineludible, me dejaba agotado, y me llenaba de impotencia y frustración.
Finalmente comprendí que debía tratar de satisfacer mi anhelo creativo por otras vías. Al poco de cerrar mi taller, me encontré con la primera convocatoria de proyectos de cooperación al desarrollo que hacía pública mi Universidad, y pensé que era una buena ocasión para intentar hacer realidad una idea que hacía años venía rondándome por la cabeza. Diseñé un proyecto que proponía trabajar simultáneamente en los orfanatos indios denominados Shishu Bhavan y Matruchhaya durante las Navidades de 2004, desarrollando actividades artísticas con los huérfanos de ambos hospicios. Impliqué a siete alumnos de mi Facultad de Bellas Artes, cuatro para trabajar en el orfanato de Calcuta, y tres en el de Nadiad. Yo repartí el tiempo entre ambos.
Seis años después, cuando veo la pintura mural que hicimos sobre las paredes del patio de recreo de Matruchhaya, donde representamos a todos los internos del orfanato de más de tres años de edad, y a nosotros mismos, me doy cuenta de cómo hemos cambiado todos. Yo aparezco pintado en la pared con un bastón, ahora paso la mayor parte del tiempo en silla de ruedas, a lo sumo puedo caminar distancias cortas, ayudado de dos muletas. Algunas de las niñas y niños que se pueden ver en el mural, ya no están aquí; porque han salido en adopción, en el mejor de los casos, o porque se han hecho mayores y han tenido que abandonar el orfanato. Dos de las que figuraban en ese mural inaugural, y aun continúan viviendo aquí, son las hermanas Stuti y Kinnari. Ayer las acercamos a la pared para comprobar lo que habían crecido, ya que esa representación se hizo a tamaño real, silueteando su figura sobre la pared.
En todas las ocasiones, Stuti y Kinnari han participado en nuestras actividades con alegría y entusiasmo, colaborando para que todo salga bien. Gracias a niñas como ellas, el trabajo en Matruchhaya es fácil y agradable, porque asumen generosamente la responsabilidad del cuidado y vigilancia de los más pequeños, la limpieza y el orden. Realmente, Stuti y Kinnari siempre me han parecido dos niñas adorables. Es injusto que criaturas como ellas tengan que crecer entre las paredes de un orfanato, por bueno que sea, privadas del afecto de unos padres.
Cuando llegaron a Matruchhaya, en 2001, Kinnari tenía cinco años de edad y Stuti siete, ahora tienen catorce y dieciséis. Sus padres habían fallecido hacía menos de un año, dejándolas huérfanas a ellas y a un hermano mayor que Kinnari y menor que Stuti. En principio los tres fueron recogidos por una de las cuatro hermanas del padre, pero pasados unos meses, la familia de esa tía que les había acogido en su casa, decidió quedarse sólo con el varón, y enviar a las dos niñas a Matruchhaya.
Con esa edad podrían haber salido fácilmente en adopción. Las cuatro hermanas del padre, que las visitaban de vez en cuando, estaban de acuerdo, pero no lograron convencer a su padre, el abuelo de Kinnari y Stuti, para que diera su consentimiento. En una ocasión, ante la insistencia de sus cuatro hijas, el abuelo llegó a decir que antes prefería morir que dar en adopción a sus dos nietas. Lo cruel del asunto es que él no estaba dispuesto a hacerse cargo de ellas, y probablemente ni siquiera podía.
Nunca nadie explicó nada sobre las causas del fallecimiento de los padres de Stuti y Kinnari, pero resultaba sorprendente que los dos hubieran muerto el mismo día. En cierta ocasión, una de las tías, que las visitó en Matruchhaya, contó a una monja que la pareja se había suicidado por envenenamiento. Stuti y Kinnari no saben nada de esto, ni creo que deban saberlo, al menos por el momento, ya que no podrían comprender la razón por la que sus padres decidieron quitarse la vida, dejando huérfanos a los tres hermanos, y seguramente ese interrogante les atormentaría más aún su propia orfandad.
Publicado el 5 de enero de 2011 a las 16:15.