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Blog de José Luis Gutiérrez Muñoz

Sonrisas de colores

Especiales

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El trabajo en Bal Mandir se está desarrollando según lo previsto. Cada vez estamos más convencidos de la eficacia del baile. Ninguna otra actividad creativa nos ha dado tan buen resultado con los niños como ésta. Recuerdo que los cuatro primeros años de trabajo en este orfanato, cuando nuestra tarea principal era la pintura mural, había siempre varias niñas y niños que se desentendían de ello, y preferían no participar, tal vez por temor a ensuciarse la ropa, o simplemente porque ese tipo de actividad colectiva no les satisfacía. Por otro lado, recuerdo que los más pequeños a menudo se sentían frustrados, especialmente cuando la pintura mural se acercaba a su conclusión, porque no les permitíamos pintar tanto como a ellos les gustaría.

Con el baile es distinto. Algunas de las niñas y niños que rehuían la actividad pictórica, se suman ahora con entusiasmo a las danzas. Ranju, Sanju, Kabita y Sujata son sordas, pese a lo cual, acuden diariamente a bailar, y no lo hacen nada mal, si tenemos en cuenta la dificultad que supone seguir el ritmo del grupo sin oír la música. Dos voluntarias de nuestro equipo, Mariana y Ana, conocen el lenguaje de signos, lo que está facilitando mucho la comunicación con estas chicas, pese a que, según me dicen, hay muchas diferencias entre el lenguaje de signos que se usa en los distintos países, lo cual no impide que se comuniquen.

Hoy ha sido el primer día sin lluvia, y lo hemos celebrado, porque la verdad es que empezábamos a estar cansados de estos aguaceros torrenciales impropios de esta época del año, que nos han hecho resfriarnos un poco a todos. Yo ya estoy prácticamente recuperado, aunque todavía no he alcanzado el nivel de resistencia física con el que llegué a Kathmandu. También los demás van superando los resfriados. Además, la moral del grupo está alta porque estamos viendo cómo participan y disfrutan los menores con todas las actividades que les proponemos, no sólo con el baile.

Esta semana han empezado las vacaciones del Dashain en las oficinas de Bal Mandir y en la habitación de Dididai. Durante esta semana Roji, Lata, Nimi, Upasana, Usha, Aacriti y Trilochana no recibirán las estimulantes lecciones de Pradip, por eso, especialmente durante estos días, estamos intentando trasladarlas hasta nuestro lugar de trabajo, habitualmente la habitación de baile, para que puedan disfrutar del ambiente festivo que acompaña a estas sesiones.

Nimi lleva varios días con fiebre sin poder salir de su habitación, pero las demás se muestran felices cada vez que las sacamos de su cuarto, para compartir con los otros niños y niñas de Bal Mandir la alegría del baile, aunque ellas no puedan bailar.

Lata da palmadas con mucha fuerza, al tiempo que sonríe, mientras escucha la música y ve bailar a los demás. La semana pasada, después de realizar la presentación del teatro de sombras, hicimos una proyección de unas cien fotografías del año anterior acompañadas con música. Lata empezó a aplaudir siguiendo el ritmo de la música, algo que inmediatamente se contagió al resto, y vimos las diapositivas acompañadas no sólo de la música sino también de rítmicas palmadas, risas y continuas exclamaciones.

Afortunadamente la situación de Lata, también la de Roji, Nimi, Upasana y Usha, todas ellas con parálisis cerebral, ha mejorado considerablemente desde que hace algo más de un año Dididai acondicionara una habitación, e iniciara un programa educativo y rehabilitador adecuado para estas menores. Aacriti y Trilochana, ambas ciegas, también están recibiendo educación. Tal vez ahora los menores más desfavorecidos y marginados del orfanato son Madhusadham y Ram. Su autismo, acompañado de un retraso mental considerable, les hace aislarse del resto. A pesar de que comparten habitaciones, comedor y todos los espacios del orfanato con los demás internos, Ram y Madhusadham apenas se relacionan con ellos.

Afortunadamente, gracias al esfuerzo de Dididai, también Ram y Madhusadham están recibiendo educación en una escuela especial fuera de Bal Mandir, pero el tiempo que están en el orfanato, resulta penoso comprobar el grado de aislamiento e incomunicación que sufren. No sé si se puede hacer algo más de lo que ya se está haciendo por ellos, pero lo cierto es que nos apena verles vagar por el orfanato, sin compartir juegos ni conversación con nadie, buscando intencionadamente lugares retirados para que nadie les moleste, Madhusadham hurgando en la basura o jugando con el agua, y Ram peleándose con otros niños que pretenden compartir la pelota o cualquier objeto que lleve en las manos.

 

Kathmandu, octubre de 2011

José Luis Gutiérrez

 

Publicado el 24 de octubre de 2011 a las 12:45.

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Sarujan

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Cuando decidimos que el teatro de sombras sería la actividad principal de este año en Bal Mandir, fuimos conscientes de que ello implicaría inventar una historia para representarla con los niños y niñas del orfanato nuestro último día de estancia en Kathmandu.

También tuvimos en cuenta que el baile debería ocupar buena parte de nuestro tiempo de trabajo con ellos, porque es la actividad colectiva que más les motiva, por lo que habría que incluirlo en la propia función teatral. Ya hemos empezado a ensayar con ellos las diferentes danzas que aparecerán en la representación. Asimismo, hemos empezado a elaborar algunos de los elementos que utilizaremos en el teatro de sombras, y hemos tenido ya una sesión de maquillaje creativo con ellos.

A continuación anotó la historia que ha creado Mariana para la actuación final:

 

Érase una vez un monito llamado Sarujan que vivía en los bosques de los alrededores de Kathmandu. El monito tenía ese nombre tan especial porque a sus padres les encantaban las películas de Sarujan y Kajol, y cuando nació el monito, le vieron tan guapo que decidieron ponerle el nombre del protagonista que tanto admiraban. Sarujan vivía feliz entre los árboles. Corría, saltaba, bebía agua de los manantiales y jugaba con los otros monitos.

Una tarde de tormenta, Sarujan se entretuvo más tiempo de lo normal en el bosque. De pronto, unos cazadores aparecieron, tiraron sus redes sobre él y lo atraparon. El monito luchó y mordió las redes, pero no pudo escapar. Los cazadores metieron al monito en un gran camión, con otros animales, y los llevaron al zoológico de Kathmandu.

El tiempo pasó y el monito creció y creció. Vivió con sus amigos los animales del zoo un Dashain, y otro, y otro... Aunque echaba de menos a su familia, se sentía cada año más feliz con ellos. A pesar de estar entre rejas, compartían entre todos muchas alegrías. A los elefantes, les encantaba bailar el charlestón, y todas las mañanas, cuando se despertaban, limpiaban sus trompas, y para despejarse, bailaban charlestón. El monito les miraba muy contento. Los cocodrilos, que querían mucho a Sarujan, cuando veían que estaba triste, hacían para él su danza favorita: el baile del Coyote.

Una mañana, los vigilantes metieron una preciosa monita en la jaula de Sarujan. Estaba muy asustada, pero a pesar de ello, Sarujan inmediatamente se dio cuenta de que era una monita muy mona, con unos bellos ojos, y una colita larga y de color azul brillante. Sarujan se enamoró de ella desde el primer instante.

-¿Cómo te llamas? -le preguntó Sarujan.

-Me llamo Kajol -dijo la monita.

Kajol añoraba a su familia. Sarujan, que la vio muy triste, pidió a los leones que bailaran una famosa canción que se escuchaba a menudo en la radio del zoológico. Pero a Kajol nada podía alegrarle, por eso Sarujan le prometió que se escaparía con ella para regresar a los bosques y poder reunirse con sus familias.

Saltaron lo más alto posible, pero no lo consiguieron.

Treparon por las rejas de la jaula, pero no lo consiguieron.

Escarbaron la tierra, pero no lo consiguieron.

Forzaron la cerradura, pero no lo consiguieron.

-¿Qué podemos hacer? ¿Qué podemos hacer? ¿Qué podemos hacer? -gritaron una y otra vez, cada vez más fuerte, tan fuerte, que del interior de una manzana, plof, salió una anciana del tamaño de un gusano que les dijo:

-Si queréis salir de la jaula, necesitaréis la ayuda de los niños. Todos conocen unas palabras mágicas que al gritarlas juntos, os ayudarán.

-CUCHICHÍ CUCHICHÁ CUCHICHI BOMBAM -gritaron todos los niños que en ese momento estaban visitando el zoológico, y las rejas de la jaula de Sarujan y Kajol de repente desaparecieron como por arte de magia.

Los monitos salieron corriendo, y todos los animales les animaron, y les dijeron que tuvieran mucho cuidado. Así fue como se despidieron de sus amigos los animales del zoo.

Sarujan y Kajol, estaban tan contentos que no se dieron cuenta de que estaban rodeados de coches, y casi les atropella un camión.

-¡Ayudaaaaa! -gritaron los monos, y los niños gritaron las palabras mágicas, y el tráfico se paralizó.

Los monitos, cogidos de la mano, comenzaron a correr y correr, y al fondo de una carretera, vieron un bello palacio, donde vivían muchos niños y niñas.

-Somos los niños y niñas de Bal Mandir -dijeron, vivimos aquí todos juntos, y lo que más nos gusta es bailar, sobre todo, nos gusta bailar rap.

Todos empezaron a bailar rap, y a los monitos les gustó tanto que enseguida lo aprendieron lo bailaron con ellos.

Gracias a las explicaciones que los niños y niñas de Bal Mandir dieron a los monitos, después de varios días de viaje y varias aventuras más, Sarujan y Kajol por fin llegaron al bosque y se reencontraron con sus familias, y vivieron juntos muy felices.

 

José Luis Gutiérrez

Kathmandu, octubre de 2011

 

Publicado el 18 de octubre de 2011 a las 11:00.

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Teatro de sombras

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Nuestra actividad principal este año en Bal Mandir es el teatro de sombras, una técnica que ya experimentamos el pasado mes de agosto en Ayllón con los niños y niñas del pueblo. Irene y Sara se encargaron de llevar a cabo este taller inscrito en las Becas de Ayllón. Sara, que formará parte del equipo de trabajo de Matruchhaya 2011, ha estado investigando sobre las enormes posibilidades creativas de esta técnica, de hecho, está interesada en hacer una tesis doctoral sobre el teatro de sombras como herramienta didáctica.

Hoy mismo hemos ofrecido una breve demostración a unos 150 niños y niñas de Bal Mandir, que han llenado el salón de actos de la zona noble del magnífico edificio donde se alberga el orfanato. Rebeca ha presenciado la sesión desde el primer momento, sin perderse detalle, y ha podido comprobar el entusiasmo que despertaba entre todos estos menores. Hemos finalizado la reunión con una proyección de fotografías del año pasado y, a juzgar por las continuas exclamaciones y aplausos, creemos que todos han disfrutado con ello.

Ayer mismo por la tarde tuve ocasión de hablar detenidamente con la nueva directora de Bal Mandir. Me dijo que algunas niñas y niños le habían expresado su disgusto por el hecho de que no nos permitiese regresar los próximos años.

-Como ya te hemos dicho, nos encantaría poder continuar desarrollando nuestro trabajo aquí -le dije con expresión de preocupación, -pero aceptaremos lo que tú decidas. De hecho, hemos vuelto a visitar Siphol, y nos parece un lugar magnífico para nuestro trabajo, la principal razón por la que seguimos insistiendo en nuestro deseo de seguir en Bal Mandir Naxal, es porque estamos enamorados de todos sus niños y niñas.

-Os entiendo perfectamente, porque también yo lo estoy -afirmó ella con una amplia sonrisa. -No obstante, debéis comprender que estoy obligada a pediros que busquéis otro lugar, porque eso es lo que estamos diciendo a todos los voluntarios extranjeros que quieren trabajar aquí. Para hacer una excepción con vosotros, deberíais darme una razón.

-Aparte de esos lazos afectivos que nos unen a estos menores, hay una razón de peso que puedes esgrimir ante cualquiera que se sienta agraviado -respondí muy seriamente. -Esta es la sexta edición consecutiva de nuestro proyecto aquí, de hecho nosotros llegamos a Bal Mandir mucho antes que Mitrataa, y durante todo este tiempo, hemos colaborado, en la medida de nuestras posibilidades, en la mejora de las condiciones de vida de los habitantes de este orfanato.

-Está bien. Tú ganas. Podréis seguir trabajando en Bal Mandir los próximos años -sentenció la gobernanta con gran rapidez, sin esperar a que le diera más argumentos, como si estuviera deseando encontrar una justificación para su cambio de opinión.

Esta buena noticia, ha tenido la virtud de hacerme abordar con cierta alegría un repentino debilitamiento de mis fuerzas, producido por un resfriado previsible. Hace unos días no paró de llover con fuerza durante toda la noche. A la mañana siguiente continuó lloviendo con una intensidad propia del monzón. Cuando quisimos salir del orfanato, nos encontramos con que el agua cubría completamente la salida, por lo cual, tuvimos que arremangarnos los pantalones y meternos en el agua hasta las rodillas. A pesar de que llevábamos paraguas y chubasqueros, nos empapamos. En su momento nos resultó muy divertido, pero yo intuía que aquello podría tener consecuencias, porque pronto me quedé frío.

Todos los signos de mejoría que había experimentado tras mi intervención en Bulgaria se fueron al traste. Me sentía contento porque ya era capaz de vestirme sin ayuda de nadie y había vuelto a conducir. En general, me encontraba más fuerte y ágil, tenía más resistencia andando, subiendo y bajando escaleras, y en todos los aspectos. Me sentía mejor que el año pasado por estas mismas fechas.

Pero un simple resfriado es capaz de modificar esta precaria situación. Ya lo sabía. Ya había pasado por ello antes, por eso estoy aceptando esta flojera con resignación, sabiendo que pasará. Hoy me he tenido que desplazar en todo momento sentado en mi silla de ruedas, incluso para subir y bajar escaleras. Todos los que me acompañan me han ayudado en algún momento. No me resulta nada fácil aceptar esta dependencia absoluta de los demás, aunque Aurora y el resto de miembros de nuestro equipo, españoles y nepaleses, están tan pendientes de mí, que ni siquiera necesito solicitar su ayuda, porque generalmente se adelantan a mis intenciones.

Me conmueve pensar que los niños y niñas de Bal Mandir, desgraciados entre los desgraciados, también son receptivos a mis empeoramientos. Quizás sea sólo una sensación mía, pero hoy me ha parecido percibir que los menores me trataban con más cariño y consideración de lo habitual. He pensado que tal vez ellos saben distinguir en la expresión de mi rostro mi situación física, pero luego he considerado que tal vez se haya extendido ya entre los menores la noticia de que continuaremos trabajando con ellos en sus próximas vacaciones de Dashain.

 

José Luis Gutiérrez

Kathmandu, a 28 de septiembre de 2011

 

Publicado el 6 de octubre de 2011 a las 18:45.

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Matruchhaya en "La noche temática" de La 2

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El próximo sábado 29 de enero, La 2, de TVE, emitirá nuestro documental "Color en Matruchhaya 09", en su programa "La noche temática". En esta ocasión "La noche temática", que empieza hacia las 23:30 de la noche, estará dedicada al tema: infancia sin padres. El programa emitirá tres documentales: "Los niños de la pasarela", "Color en Matruchhaya 09" y "Los desheredados de Manila".

El nuestro, realizado por mi compañero de la Facultad de Bellas Artes Ramón López de Benito, con ayuda de Lucía Cristóbal y de Sara Pérez, fue filmado en el orfanato indio denominado Matruchhaya en noviembre de 2009, refleja el trabajo que, desde hace 7 años, venimos realizando con los menores que habitan en ese orfanato, y permite conocer un poco mejor su vida y las circunstancias que les han conducido allí. Calculamos que se emitirá hacia la 1 de la madrugada, pero a partir de ahora, los documentales emitidos en este programa también se podrán ver en la página web de RTVE durante los 15 días siguientes a su emisión.

Publicado el 25 de enero de 2011 a las 19:30.

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Sinfonía nocturna

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Hace unos diez días tropecé en mi habitación. Inmediatamente comprendí que aquello no sería un simple traspié, sino que ineludiblemente terminaría una vez más con mi cuerpo en el suelo, y en ese instante emití un tenue grito de alarma, algo que no me gusta, que me parece ridículo, pero nunca logró reprimir, como si esa expresión, similar a la de los actores cuando son alcanzados en el cine por una bala, fuera consustancial a la caída. Amortigüé el impacto con los brazos, que instintivamente planté en una mesa que tengo a los pies de mi cama, y gracias a ello no me golpeé la cabeza, pero en cambio forcé una torsión hacia atrás de la espalda, que aún me mantiene dolorida la zona lumbar. Afortunadamente el incidente no ha tenido más consecuencias que esta especie de lumbago que no termina de desaparecer. Las innumerables caídas de estos últimos años me hacen ser cauto, por eso nunca cierro la puerta de mi habitación con cerrojo, y llevó siempre un teléfono móvil en el bolsillo con el que, desde el suelo telefoneé a mi hija Roshní, que estaba en el cuarto contiguo, y rápidamente vino a socorrerme. Una de las cuestiones más enojosas de las caídas es que, cuando estoy en el suelo, aunque no me haya hecho daño, soy incapaz de levantarme por mí mismo.

Pocos días después volví a tener un nuevo incidente. En esta ocasión fue en la planta baja, en un cuartito donde guardamos el material y tenemos un portátil con conexión a Internet. Me disponía a sentarme frente al ordenador, para enviar uno de estos correos en los que informo a los amigos de mis vivencias en Matruchhaya. Coloqué las muletas contra la pared, y con mucho cuidado avancé un poco con la intención de arrimar la silla, pero en ese momento apareció como un rayo mi querido Roni, un niño de 14 años de edad, que vino corriendo para ayudarme, pero fue tal su ímpetu que tropecé con él, caí aparatosamente y mi cabeza chocó contra el suelo. Una vez más, mi garganta emitió esa absurda exclamación. Rápidamente vinieron varios niños y niñas para socorrerme. Roshní tuvo que enviarles a todos fuera, porque la habitación era realmente pequeña. Ella y Alberto me pusieron en pie. No me hice más que un pequeño chichón, pero en cambio Roni estaba tan afligido, que tuve que esforzarme en consolarle disipando su sentimiento de culpa.

De esta última caída ya no queda prácticamente ni huella en la memoria, pero la primera aún se hace presente por las noches, cuando llevo un rato tumbado en la cama y empieza a dolerme la zona lumbar, lo que me obliga a levantarme, ya que de pie o sentado la molestia desaparece. Gracias a esta circunstancia, he descubierto todo un universo de sonidos nocturnos que hasta ahora me habían pasado un tanto desapercibidos, probablemente envueltos en la nebulosa del sueño.

Aunque en los últimos días ha empezado a refrescar, aquí todavía hace mucho calor, por lo que duermo con la ventana de mi habitación, en la segunda planta del orfanato, abierta de par en par, separado de la calle únicamente por una malla mosquitera que cubre el hueco de la ventana. Por ello, si estoy despierto, oigo perfectamente todo lo que ocurre en el exterior. A poco más de cien metros de mi ventana está el barrio de chabolas, una fuente inagotable de sonidos variopintos.

Con cierta frecuencia se pueden escuchar broncas descomunales entre hombres y mujeres, a quienes desde mi ventana no puedo ver por la oscuridad de la noche, ni entender porque discuten en gujarati, pero a juzgar por los gritos, parecen verdaderas batallas en las que pueden intervenir al tiempo más de veinte voces distintas, que se chillan unas a otras hasta la extenuación. La primera vez que escuché una trifulca de estas características, hace años, salí de la habitación sobresaltado para comunicárselo a alguien que pudiera dar aviso a la policía, pero la monja a quien se lo conté, sonrió y me dijo que aquello era habitual entre los bagris. Me explicó que aunque la bebida alcohólica está prohibida en Gujarat, los varones habitantes de esas viviendas precarias se emborrachan con frecuencia, y al regresar a casa se organiza el escándalo, y como prácticamente viven en la calle, todos los vecinos participan de la reyerta. Anoche escuché una de esas algarabías verdaderamente apoteósica. Me sorprendía que, después de una hora de contienda verbal, no se hubieran matado ya unos a otros, porque la vehemencia con que se desgañitaban, no parecía presagiar otra cosa.

Estas últimas noches he descubierto que los perros tienen una vida nocturna muy intensa, al menos aquí en India. Durante el día permanecen aletargados, tumbados en cualquier lugar donde no peligre su vida por el tránsito de vehículos, y apartados también de las zonas de paso de personas, que aunque no les agreden, tampoco les tratan con cariño. En cambio, por la noche se escuchan infinidad de ladridos, aullidos y quejidos con matices sonoros muy diversos, como si se hubieran contagiado de la exaltación verbal de los bagris, y también ellos quisieran sumarse a esa impresionante sinfonía nocturna.

Por otro lado, aunque ya va decreciendo, todavía perdura el petardeo, que supongo que sigue celebrando el Diwali. Anoche, cada vez que escuchaba una nueva explosión pirotécnica, y comprobaba que eran las tres o las cuatro de la madrugada, me preguntaba quién permanecería despierto a esas horas para encender la mecha de un nuevo petardo, y pensaba si no le llamarían la atención sus familiares o vecinos, pero a juzgar por la proliferación de este tipo de estallidos, ello debe contar con la bendición de toda la comunidad.

El tren, que desfila a unos quinientos metros de Matruchhaya, avisando de su paso con su pitido ronco y profundo, enriquece la gama de sonidos nocturnos. Anoche también llegaban hasta mi cuarto los ecos de unos cánticos monótonos y repetitivos, que debían provenir de algún templo hinduista. Además, a cualquier hora de la noche se puede escuchar el llanto de alguno de los bebés que duermen en una habitación próxima a la mía. A menudo, los demás se despiertan, se contagian del lloro del primero, y terminan todos berreando al tiempo. Muy temprano, hacia las cuatro de la madrugada, empieza a cacarear el primer gallo del poblado de chabolas, y poco a poco van sumándose otros, al tiempo que se van incorporando los balidos de las cabras de los bagris, el graznido de los cuervos, y el canto de diversas aves que quieren celebrar la proximidad del amanecer.

Hacia las cinco empiezan a escucharse los primeros sonidos humanos. Es muy frecuente el carraspeo insistente y escandaloso de algún vecino, hasta que consigue expectorar la flema que parece atascarle la garganta, y la escupe sin miramientos. A esas horas se comienza a oír en el orfanato el trasiego de cubos metálicos que son llenados de agua y trasladados de un lugar a otro. Muy pronto se oyen las primeras voces de los niños y niñas de Matruchhaya, que son la más hermosa señal acústica del comienzo del nuevo día.

 

Publicado el 7 de enero de 2011 a las 16:30.

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Calendario 2011 con los niños y niñas de Bal Mandir

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Nuestros amigos Blanqui y Alejandro, de Cabezón de la Sal, han impreso unos preciosos calendarios de 2011, con fotografías de niños y niñas de Bal Mandir tomadas durante el proyecto de este año. El precio del calendario es de 6 euros, y con el dinero recaudado intentarán ampliar la ayuda a los menores de este orfanato.

Además, cada vez hay más chicos y chicas que al hacerse mayores de edad y salir de Bal Mandir, encontrándose sin ningún tipo de apoyo, solicitan nuestra ayuda económica para poder finalizar sus estudios. A continuación facilito el correo electrónico y el teléfono de Blanqui, para que, quienes lo deseéis, podáis hacerle pedido a ella directamente:

blanca.prensa@gmail.com

620 40 50 12

 

Publicado el 6 de enero de 2011 a las 16:15.

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Stuti y Kinnari

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A principios de 2004 sabía que tenía que replantearme mi actividad artística, de hecho ya había cerrado mi taller de escultura, un lugar sagrado para mí, que durante muchos años había sido mi guarida. Desde sus escasos 20 m², traté de explorar el universo a través de una actividad creativa frenética e insaciable sobre cualquier material, pero preferiblemente sobre piedra, como si un simple bloque de mármol, caliza o arenisca, pudiera encerrar todos los misterios del cosmos. Ansiaba explorar la poética de los materiales, pero la realidad se empeñó en contrariar mis intenciones.

La esclerosis múltiple que me diagnosticaron en 1998 avanzaba lenta pero inexorablemente. Perdí fuerza en los brazos, también destreza, pese a lo cual, intenté aferrarme a mi vocación como pude. Utilicé todo tipo de materiales y herramientas, e incluso hubo un tiempo en el que creí que mi trabajo físico en el taller de escultura podría ser una buena terapia para frenar la progresión de la enfermedad, pero lo cierto es que aquel esfuerzo por oponerme a lo ineludible, me dejaba agotado, y me llenaba de impotencia y frustración.

Finalmente comprendí que debía tratar de satisfacer mi anhelo creativo por otras vías. Al poco de cerrar mi taller, me encontré con la primera convocatoria de proyectos de cooperación al desarrollo que hacía pública mi Universidad, y pensé que era una buena ocasión para intentar hacer realidad una idea que hacía años venía rondándome por la cabeza. Diseñé un proyecto que proponía trabajar simultáneamente en los orfanatos indios denominados Shishu Bhavan y Matruchhaya durante las Navidades de 2004, desarrollando actividades artísticas con los huérfanos de ambos hospicios. Impliqué a siete alumnos de mi Facultad de Bellas Artes, cuatro para trabajar en el orfanato de Calcuta, y tres en el de Nadiad. Yo repartí el tiempo entre ambos.

Seis años después, cuando veo la pintura mural que hicimos sobre las paredes del patio de recreo de Matruchhaya, donde representamos a todos los internos del orfanato de más de tres años de edad, y a nosotros mismos, me doy cuenta de cómo hemos cambiado todos. Yo aparezco pintado en la pared con un bastón, ahora paso la mayor parte del tiempo en silla de ruedas, a lo sumo puedo caminar distancias cortas, ayudado de dos muletas. Algunas de las niñas y niños que se pueden ver en el mural, ya no están aquí; porque han salido en adopción, en el mejor de los casos, o porque se han hecho mayores y han tenido que abandonar el orfanato. Dos de las que figuraban en ese mural inaugural, y aun continúan viviendo aquí, son las hermanas Stuti y Kinnari. Ayer las acercamos a la pared para comprobar lo que habían crecido, ya que esa representación se hizo a tamaño real, silueteando su figura sobre la pared.

En todas las ocasiones, Stuti y Kinnari han participado en nuestras actividades con alegría y entusiasmo, colaborando para que todo salga bien. Gracias a niñas como ellas, el trabajo en Matruchhaya es fácil y agradable, porque asumen generosamente la responsabilidad del cuidado y vigilancia de los más pequeños, la limpieza y el orden. Realmente, Stuti y Kinnari siempre me han parecido dos niñas adorables. Es injusto que criaturas como ellas tengan que crecer entre las paredes de un orfanato, por bueno que sea, privadas del afecto de unos padres.

Cuando llegaron a Matruchhaya, en 2001, Kinnari tenía cinco años de edad y Stuti siete, ahora tienen catorce y dieciséis. Sus padres habían fallecido hacía menos de un año, dejándolas huérfanas a ellas y a un hermano mayor que Kinnari y menor que Stuti. En principio los tres fueron recogidos por una de las cuatro hermanas del padre, pero pasados unos meses, la familia de esa tía que les había acogido en su casa, decidió quedarse sólo con el varón, y enviar a las dos niñas a Matruchhaya.

Con esa edad podrían haber salido fácilmente en adopción. Las cuatro hermanas del padre, que las visitaban de vez en cuando, estaban de acuerdo, pero no lograron convencer a su padre, el abuelo de Kinnari y Stuti, para que diera su consentimiento. En una ocasión, ante la insistencia de sus cuatro hijas, el abuelo llegó a decir que antes prefería morir que dar en adopción a sus dos nietas. Lo cruel del asunto es que él no estaba dispuesto a hacerse cargo de ellas, y probablemente ni siquiera podía.

Nunca nadie explicó nada sobre las causas del fallecimiento de los padres de Stuti y Kinnari, pero resultaba sorprendente que los dos hubieran muerto el mismo día. En cierta ocasión, una de las tías, que las visitó en Matruchhaya, contó a una monja que la pareja se había suicidado por envenenamiento. Stuti y Kinnari no saben nada de esto, ni creo que deban saberlo, al menos por el momento, ya que no podrían comprender la razón por la que sus padres decidieron quitarse la vida, dejando huérfanos a los tres hermanos, y seguramente ese interrogante les atormentaría más aún su propia orfandad.

 

 

Publicado el 5 de enero de 2011 a las 16:15.

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Piscina

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Es de noche. En cuanto me he sentado a escribir en mi habitación, ha empezado a llover con una fuerza inusual. Por efecto de la tormenta, durante un buen rato hemos estado sin electricidad. Ahora volvemos a tener luz, pero sigue diluviano, como si estuviéramos en plena época de los monzones. Me agradan estas tormentas con muchos truenos, relámpagos y abundante lluvia. Seguro que los "bagris", como denominan aquí a los chaboleros, que viven a pocos metros de la ventana de mi habitación de Matruchhaya, tienen una percepción distinta de este tipo de fenómenos naturales. Si sigue lloviendo con esta intensidad durante mucho tiempo, sus chabolas se van a inundar, aunque deben de estar acostumbrados a que esto ocurra varias veces al año.

Los niños y niñas de Matruchhaya a esta hora estarán preparándose para meterse en la cama y dormir, ajenos al incesante repiqueteo de la lluvia, y a las circunstancias de los "bagris" que rodean el orfanato. Estarán agotados después de haber vivido uno de los días más intensos de su vida.

Por la mañana temprano se les veía nerviosos y expectantes cuando esperábamos al pequeño autobús de Matruchhaya, que hizo dos viajes para llevarnos a todos a un parque acuático que está a unos 30 kilómetros del orfanato. Nos acompañaron varias monjas y cuidadoras. Para la mayoría era la segunda vez que disfrutaban de un lugar como ése, porque el año pasado estuvieron con nosotros en uno similar; pero muchos de ellos, como Raju, Asha, Sanjay, Roni, Soni, Manisha, Mona, Vinayak, Camini, Ritesh o Pratna, era la primera vez que acudían a una piscina. Probablemente, ni siquiera sabían de la existencia de lugares de como éste.

Especialmente estos últimos, se mostraron cautos y temerosos cuando estuvieron junto al borde de la piscina con el traje de baño puesto. Contemplaron a sus compañeros, y sólo después de comprobar que se divertían saltando, salpicándose y arrojándose por los toboganes, se atrevieron a meterse en el agua, eso sí, con precaución.

Como el año pasado, los varones resolvieron su indumentaria con un amplio pantalón corto de deporte, pero para las jóvenes de más de 10 años, las cuidadoras, Roshní y Sandra, hemos tenido que alquilar, en la propia piscina, trajes de baño que parecían del siglo XIX.

Mi silla de ruedas, una vez más, ha sido una atalaya privilegiada desde la que contemplar a todos y cada uno de nuestros niños y niñas de Matruchhaya; también a Ramón, Sandra y Alberto, que no han parado de jugar con ellos; y a mi hija Roshní, que ha empleado la misma euforia, energía y entusiasmo que cualquiera de los menores del orfanato. He disfrutado viendo cómo retozaban y se reían. He observado especialmente a Raju y a Asha, que hace menos de una semana vivían abandonados en la estación de tren, mendigando diariamente un poco de comida. ¡Cómo les ha cambiado la vida de la noche a la mañana! Ellos dos, al igual que todos los demás, se lo han pasado en grande. Sólo por contemplar las expresiones de sus caras, que pasaron del miedo a la desconfianza, el asombro y la perplejidad, para finalmente llegar a la alegría y el deleité; ha merecido la pena venir hasta aquí.

Es posible que el de hoy haya sido el día más feliz de sus vidas. Quizás en este momento estén rememorando en sueños las imágenes de la jornada: sus zambullidas en el agua, los trepidantes descensos por los toboganes, enlazados como vagones de tren, formando una fila con sus compañeros de hospicio, o montados en flotadores, a modo de barcas hinchables, que les conducían a toda velocidad a la piscina, en la que chocaban y caían al agua con gran estrépito, en medio de carcajadas, para volver a subir rápidamente las escaleras que conducían al inicio del tobogán, y vivir así otro emocionante descenso.

Parece que va cesando la lluvia. Creo que también, aunque no he tenido el desgaste físico de ellos, voy a dormir a pierna suelta. Siempre me queda la agradable sensación de que la vida comienza de nuevo después de un buen chaparrón.

 

José Luis Gutiérrez

Matruchhaya, 2010

 

Publicado el 23 de diciembre de 2010 a las 14:45.

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Raju y Asha

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El propósito principal de nuestro trabajo en Matruchhaya, al igual que en Bal Mandir, no es enseñar a dibujar o pintar a los niños y niñas que viven en el orfanato, sino aprovechar este período vacacional suyo, para tratar de hacer que pasen unos días felices. Por eso mismo, cada vez damos más importancia al juego, el baile y cualquier tipo de actividad lúdica o recreativa, que para ellos sea excepcional, y les permita disfrutar.

El pasado jueves 11 de noviembre nos fuimos a ver una película con todos ellos. Se pusieron la ropa de los domingos, y fuimos caminando desde Matruchhaya hasta el cine, que está a unos quince minutos. Daba gusto ver esa multicolor procesión contagiada de ilusión y entusiasmo. Vimos una comedia titulada "Golmaal 3", que a nosotros no nos hizo mucha gracia, porque no entendimos ni una palabra de los diálogos, en gujarati y sin subtítulos, pero a nuestros niños y niñas les encantó, a juzgar por las carcajadas con que celebraban cada ocurrencia o tontería de los protagonistas.

Para el sábado y el domingo les teníamos reservada otra sorpresa: una excursión de dos días a Udaipur, una de de las ciudades más emblemáticas del Rajastan, a algo menos de 300 kilómetros de Nadiad, la ciudad en la que se encuentra Matruchhaya. Alquilamos un autobús grande, con conductor y cocineras, para tener autonomía durante el tiempo que íbamos a estar fuera del orfanato. Las cocineras, que viajaban en la cabina del chofer, llevaban en el maletero comida y todos los utensilios necesarios para preparar los alimentos. El sábado 13 de noviembre muy temprano, 68 habitantes de Matruchhaya, llenamos el autobús: más de cincuenta niños y niñas, de todas las edades excepto bebés, nosotros cinco, y algunas monjas y cuidadoras. No quedó ni un solo asiento libre, incluso algunos de los más pequeños compartían sitio.

Nos dirigimos hacia Vijainagar, un pueblo a mitad de camino, con un entorno natural muy atractivo, en donde la congregación religiosa que regenta Matruchhaya tiene una escuela con internado para las niñas de las familias más humildes de las aldeas de los alrededores. Como estamos en periodo vacacional, y las 250 niñas que habitualmente viven allí habían regresado a casa con sus familias, las monjas que dirigen esa escuela nos ofrecieron alojarnos por una noche en su internado. Comimos junto a las ruinas de unos templos jainistas, muy cerca ya de Vijainagar, y desde allí fuimos al hospicio de las monjas. Para nuestros niños y niñas todo era novedad y motivo de alegría. Algunas terminaron afónicas de tanto cantar, gritar y reír. Por la tarde, alquilamos cuatro vehículos todoterreno y visitamos los alrededores. Cenamos en el patio de la escuela, y después se organizó un baile tradicional de Gujarat llamado "garba", que consiste en danzar en corro al ritmo de una música alegre.

Nos acostamos agotados, y nos levantamos temprano para dirigirnos a Udaipur. Al llegar a la ciudad, nos detuvimos en su imponente lago, y montamos en dos barcazas para navegar por él, rodeando el palacio que el maharajá construyó en su interior, para pasar los rigores del verano un poco más fresco. Luego visitamos el palacio grande, a orillas del lago. A la hora de la comida, cayó un chaparrón más propio del monzón que de esta época del año, que normalmente es muy seca. Pensamos que la lluvia nos estropearía la comida al aire libre, pero en pocos minutos paró de llover, el sol secó rápidamente el suelo, y pudimos cocinar y comer en la calle.

Llegamos a Matruchhaya muy tarde, a las 12 de la noche, cansados pero felices. Nos sentíamos satisfechos, porque los niños y niñas para quienes habíamos organizado esto, habían disfrutado muchísimo de la excursión y del ambiente jovial y distendido.

El día siguiente descubrimos que en nuestra ausencia habían llegado dos nuevos inquilinos al orfanato: Raju y Asha, de nueve y siete años de edad respectivamente. El sábado, después de recogerles la policía en la estación de tren de Nadiad, fueron trasladados a Matruchhaya. Debió de ser extraño para ellos encontrarse en un hospicio preparado para el alojamiento de cerca de cien menores, prácticamente deshabitado. Los dos parecían sorprendidos con nuestra presencia, y con la del resto de habitantes de Matruchhaya. Ambos estaban extremadamente delgados, tenían la piel muy morena y cierta expresión de susto. Asha, la niña, llevaba el pelo cubierto con un pañuelo, porque al llegar al orfanato, habían descubierto que tenía la cabeza llena de piojos, y le habían aplicado un tratamiento que requiere tapar el cuero cabelludo durante varios días.

Al parecer, un empleado de los ferrocarriles avisó a la policía de que había dos menores que llevaban cerca de un mes viviendo en la estación de Nadiad, para lo cual tenían que mendigar diariamente, aunque, como más tarde dijeron Raju y Asha, también contaban con la compasión de un ladrón que merodeaba por ese lugar de tránsito tan jugoso para los de su oficio, que de vez en cuando les daba algo de comida. Por supuesto, no estaban dispuestos a delatar a su protector.

Según parece, por lo poco que ha contado Asha, el padre de ambos era alcohólico y falleció hace algo más de un mes, tras lo cual, la madre les condujo en tren hasta Nadiad, les dijo que la esperasen en el andén de la estación, se montó en un tren, y todavía no ha regresado. Raju no parece dispuesto a dar mucha información, y Asha no es capaz de determinar su lugar de procedencia. Tendrán que darles tiempo, y no agobiarles con preguntas sobre su pasado. Su caso ya ha aparecido en la prensa local, pese a que en los próximos días se tendrán que publicar nuevas imágenes, para tratar de encontrar algún familiar que quiera hacerse cargo de ellos, algo preceptivo antes de que puedan ser ofrecidos en adopción; aunque por la edad que tienen, dudo mucho de que les dé tiempo a salir antes de cumplir los 11 años de edad, el límite marcado por el gobierno de Gujarat para las adopciones. En cualquier caso, aunque a veces ellos no lo comprendan cuando les abrumen con exámenes y deberes, no cabe duda de que a partir de ahora tendrán mejor vida.

José Luis Gutiérrez

Matruchhaya, 2010

 

Publicado el 22 de diciembre de 2010 a las 19:30.

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Bavna

Archivado en: Bal Mandir, Kathmandu, Nepal, Matruchhaya, orfanatos, cooperación, desarrollo, ONG

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Todo el mundo sabe que la duración de la vida de una persona es imposible de predecir. Somos conscientes de que hoy estamos vivos, pero tal vez mañana no lo estemos; pese a lo cual, generalmente vivimos sin pensar en la caducidad de nuestra propia existencia. Especialmente los niños, o los jóvenes, son incapaces de considerar que su tiempo vital tarde o temprano terminará.

Antes de nacer Bavna, su madre comunicó al hospital al que se dirigió para dar a luz, que no deseaba quedarse con el bebé, que prefería que fuese enviada a un orfanato y dada en adopción lo antes posible. La mujer comentó que estaba divorciada, no tenía pareja, y pensaba que no sería capaz de sacar adelante aquella criatura. Matruchhaya se encargó de acudir al sanatorio con un notario y con la documentación necesaria para que la renuncia tuviese validez jurídica. Antes de que Bavna abandonara el centro médico, rumbo a Matruchhaya, su nueva casa, los médicos recomendaron que se le hiciera un examen cardiológico completo, porque su oreja derecha era más pequeña de lo normal, y ello podría ser una señal de algún problema en ese sentido.

Efectivamente, una exploración minuciosa del corazón de la pequeña, en un hospital con más medios, en Ahmedabad, puso de manifiesto que tenía dos agujeros en el corazón, que ponían en peligro su vida, pero al mismo tiempo los especialistas determinaron que tratar de corregir ese grave defecto con cirugía entrañaba un riesgo tan elevado, que no merecía la pena intentarlo. En Matruchhaya no se conformaron con esa apreciación, y enviaron informes y pruebas médicas a varios hospitales de Europa. Todos los especialistas europeos ratificaron la opinión de los doctores de Ahmedabad, pero además, un prestigioso cardiólogo de Londres viajó hasta aquí y analizó el caso de Bavna con detenimiento. Al final la conclusión fue la misma: había que descartar cualquier tipo de intervención quirúrgica, y sólo quedaba esperar que Dios, o la suerte, le concediera a Bavna muchos años de vida, porque lo cierto era que con ese problema la niña podría morir en cualquier momento, su vida pendía de un hilo.

Por supuesto, con semejante inconveniente sus posibilidades de adopción son prácticamente nulas. Legalmente ello sería posible, pero no hay ninguna pareja que asuma el riesgo de adoptar a una niña con un pronóstico tan grave, incierto y preocupante, lo cual es bastante comprensible.

Bavna tiene ahora siete años, y de momento su corazón le ha permitido hacer una vida relativamente normal. Es más introvertida de lo habitual, pero va al colegio, de hecho es la mejor estudiante de su clase; juega y se relaciona con los demás, aunque yo siempre he percibido en ella cierta expresión de tristeza, y una mirada seria, dura, como si juzgara lo que tiene delante con una rigurosidad impropia de un niño. A veces sonríe, pero nunca la he visto reír abiertamente. Hay días que tiene los labios amoratados, lo cual debe de ser también un síntoma de su problema cardíaco.

Nunca había relacionado la mirada estricta, profunda e intimidatoria de Bavna con su problema físico, pero ayer mismo, hablando con uno de los responsables del orfanato, supe que la niña tiene conocimiento de su enfermedad, no porque nadie le haya informado intencionadamente de su dolencia, ni de su alarmante pronostico, lo cual sería una crueldad, sino porque Bavna es muy inteligente y ha ido enlazando datos obtenidos a través de las conversaciones de los mayores, que no eran conscientes de la agudeza de esta niña.

Eso explica su expresión melancólica y la severidad de su mirada.

José Luis Gutiérrez

Matruchhaya, 2010

 

 

Publicado el 21 de diciembre de 2010 a las 10:15.

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José Luis Gutiérrez Muñoz

José Luis Gutiérrez Muñoz

José Luis Gutiérrez Muñoz (Madrid, 1963), pofesor Titular y Director del Departamento de Escultura de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid. Director del Grupo de Investigación UCM "Arte al servicio de la sociedad". Responsable de diversos proyectos de cooperación al desarrollo que desde 2004 vienen llevándose a cabo en orfanatos de India, Nepal y Ecuador.

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