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Blog de José Luis Gutiérrez Muñoz

Sonrisas de colores

Chimborazo

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El volcán Chimborazo, en plena cordillera de los Andes, con 6.310 m. de altitud, es el punto más alto de Ecuador. Los incas siempre pensaron que no existía en el mundo entero una cumbre más elevada que la de este volcán, y en cierto modo, muchos años después, la ciencia les ha dado la razón, porque aunque el monte Everest, en el otro extremo del planeta, alcanza los 8.848 m. sobre el nivel del mar, la cima del Chimborazo es el punto más alejado del centro de la tierra, debido a que nuestro planeta no es totalmente redondo.

El Chimborazo está en la misma cordillera de los Andes en la que se asienta Sinincay, pero a unos 200 Km. hacia el norte. Desde aquí, rodeados de montañas como estamos, no podemos verlo; pero todo el mundo, incluso los niños, sabe de su existencia. Es un volcán amigo, porque lleva cerca de mil años sin arrojar fuego, lava, ni cenizas a través de su cráter; y además, las nieves perpetuas que cubren su cima, proveen de agua a todas las poblaciones de las inmediaciones. Precisamente su inactividad, y su actual carácter amigable, nos servirán de argumento para el trabajo que pretendemos hacer este año con los niños y niñas de Sinincay.

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Publicado el 6 de julio de 2009 a las 17:30.

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Silla de ruedas

Archivado en: esclerosis múltiple, silla de ruedas, orfanatos, india

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Durante el presente curso académico, que está a punto de concluir, dos alumnas de la Facultad de Bellas Artes, en distintos momentos, se han dirigido a mí para decirme, confidencialmente, que también ellas padecen esclerosis múltiple. Están recién diagnosticadas. Por su aspecto y por su forma de moverse, nadie podría adivinar que sufren tal enfermedad. Una de ellas afirmó tener 19 años, y la otra 22.

La más joven me expresó su deseo de presentar solicitud para participar en los proyectos que llevaremos a cabo este año en distintos orfanatos, pero le retenía saber que las vacunas que recomiendan ponerse para viajar a esos lugares, podrían ser contraproducentes en el desarrollo de su enfermedad. Trasladarme esas dudas, me pareció que era una manera indirecta de pedir mi opinión al respecto, y no tardé en dársela.

-Debes atenerte a lo que diga tu neurólogo -le dije.
-No obstante, yo llevo muchos años acudiendo a esos lugares, sin ponerme ninguna vacuna -añadí irreflexivamente ante su prolongado silencio.
-Pero tú eres mucho más mayor que yo -respondió ella con absoluta espontaneidad, pero sin ocultar cierto enojo por las limitaciones que su caprichosa fisionomía, o su miedo, le empezaba a imponer.
-Cierto -le dije sonriendo, al tiempo que calculaba que, efectivamente, mi edad era más del doble de la suya, que ella era incluso más joven que cualquiera de mis dos hijas; luego, le quedaba prácticamente toda la vida por delante, en buena lógica, mucha más que a mí, y por tanto no debía asumir riesgos.

Pensé que tal vez fuese ése el razonamiento que le había impulsado a darme esa respuesta.
Aunque la otra alumna no mostró interés por participar en nuestros proyectos, ambas manifestaban similar preocupación y desánimo ante las consecuencias de ese diagnóstico que, sobre todo al principio, adquiere tintes de sentencia a cadena perpetua. Sin quitarle gravedad al asunto, traté de alentarlas, subrayando lo bien que estaban físicamente. También utilice, en las dos ocasiones, el manido argumento de los avances de la ciencia médica, algo que, en este ámbito, siempre me ha parecido ciencia ficción, pero en aquellas dos ocasiones me vi impulsado a utilizarlo, ante mi incapacidad de encontrar otras explicaciones capaces de transmitir optimismo.

Ya no recuerdo muy bien cómo reaccioné yo, hace once años, ante ese diagnóstico; supongo que inconscientemente he relegado aquel suceso a la habitación de la memoria de los acontecimientos amargos. Nunca había oído hablar de esa enfermedad neurológica, pero pronto supe lo esencial: que era crónica y degenerativa; y que, en consecuencia, podría dejarme postrado en una silla de ruedas en poco tiempo. Aunque siempre he sido de natural optimista, pensar en la necesidad de tener que utilizar ese aparato para moverme, me asustaba y deprimía. No sé por qué soslayé otras consecuencias de la enfermedad, y focalicé mi temor en ese artefacto, como si fuera el símbolo de todo lo malo que me podría ocurrir, como si sus ruedas y hierros representaran la cárcel a la que inexorablemente me condenaba la esclerosis.

Afortunadamente, la vida continuaba a mi alrededor. Mi mujer y yo habíamos puesto en marcha, hacía unos años, un proyecto muy ilusionante que ya no podíamos detener. En el momento de mi diagnóstico, había ya dos niñas, en el orfanato que ahora se llama Matruchhaya, en India, que estaban esperando a que finalizásemos los últimos trámites legales, para regresar al hospicio a recogerlas, y traerlas España para iniciar una nueva vida con nosotros. Ellas no sabían nada de esa estúpida sustancia que se llama mielina, cuyo deterioro es responsable de la esclerosis múltiple, ni de otras enfermedades neurológicas.

El tiempo fue colocando todo en su sitio, y los nubarrones que al principio ensombrecían mi pensamiento, fueron lentamente disolviéndose, con el inestimable apoyo de mi esposa. No fue fácil, ni inmediato; de hecho, el proceso de adaptación a las limitaciones que la esclerosis múltiple me va imponiendo progresivamente, continúa abierto. Pero los radios de las ruedas de la silla dejaron de ser los barrotes de una celda. Dejé de ver ese artilugio como una cárcel; por el contrario, ahora me parece una herramienta de libertad, que me permite no detenerme ante los impedimentos, no renunciar a mis sueños.

En octubre de 2006 acudí a Matruchhaya con un nuevo grupo de alumnos, para trabajar con sus niños y niñas, aprovechando, como siempre, sus vacaciones escolares del Diwali. Con ellos empezamos a hacer figuras de animales en papel maché, y eso nos sirvió de excusa para alquilar un autobús, e irnos hasta Baroda, para visitar un zoológico.

Me extrañó observar que, además de comida para hacer un almuerzo campestre en los jardines del zoo, los niños subieran al autobús una silla rígida de plástico, imagino que por indicación de las monjas. El calor debía tener reblandecidas mis neuronas y embotado mi entendimiento, porque no alcancé a comprender la razón por la qué viajábamos con esa silla de color rosa; ni siquiera entendí por qué los niños y niñas marchaban por el zoo cargando con ella a las espaldas o sobre la cabeza, turnándose. Yo andaba con ayuda de dos muletas, como ahora, aunque entonces tenía más resistencia. Llevaríamos un cuarto de hora paseando entre jaulas de tigres, leones y demás fieras, cuando hice una pausa en mi lento caminar, aprovechando que los niños y niñas se entretenían en la contemplación de los monos.

En ese instante, Ashok, un niño de Matruchhaya, al que conozco desde que era un bebé, especialmente atento y vigilante siempre conmigo, que casualmente portaba la silla, se acercó a mí, posó su carga en el suelo, y con un sencillo gesto me indicó que me sentara para descansar. Con mi natural terquedad, traté de declinar su ofrecimiento, pero Ashok, que debía percibir ya en mí signos de cansancio, insistió con un gesto autoritario impropio de un niño de 12 años, al tiempo que me agarraba del brazo y prácticamente me obligaba a tomar asiento.

Aceptada con resignación, y alivio, pues realmente estaba fatigado, la exigencia de Ashok, recordé con remordimiento que me había negado a viajar a India con una silla de ruedas que me habían ofrecido en préstamo, y me avergoncé de que mi tozudez hubiese obligado a los niños y niñas de Matruchhaya a pasear por el zoológico como si estuviésemos de mudanza. Desde entonces, viajo a todos los proyectos con una silla de ruedas, aunque procuró utilizarla lo menos posible.

El año pasado, cuando estábamos trabajando con los menores de Bal Mandir, en Nepal, un perro callejero entró en el recinto del orfanato; algo que es bastante habitual, y que siempre provoca cierta alarma entre los más pequeños. Niruta, una niña de unos cuatro años de edad, se acercó a mí, que me encontraba sentado en mi silla de ruedas, contemplando cómo se desarrollaba el trabajo de la pintura mural. Me pareció natural que Niruta buscara protección en un adulto frente al famélico visitante, pero por su actitud en el momento en que el animal se acercó a nosotros, me pareció que Niruta estaba junto a mí, con una mano posada sobre mi pierna, no para refugiarse, sino para defenderme de un posible ataque. Quizás fuera sólo mi imaginación, pero esa sensación, que en aquel momento fue una certeza, me estremeció.

Este tipo de situaciones paradójicas, que se producen con cierta frecuencia, aumentan hasta límites insospechados, la ya de por sí alta estima que siento hacia esos menores. Supuestamente acudimos allí para ayudarles de algún modo, para compartir con ellos nuestro tiempo y nuestra pasión por la actividad creativa, pero también para ofrecerles algún tipo de apoyo, extendiéndonos a otros ámbitos, más allá de lo puramente artístico; y sin embargo, en numerosas ocasiones, he de aceptar que sea yo el ayudado.

Al principio me costaba asumir esa realidad, aunque poco a poco, he ido entendiendo que en el intercambio que pone en marcha cada nuevo proyecto, la mayor generosidad la ponen siempre los niños y niñas con los que trabajamos, y tratar de ayudarme o protegerme, es un modo de mostrarme su gratitud y afecto.

Publicado el 12 de junio de 2009 a las 11:15.

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Así es 'Tres en raya', la muestra sobre orfanatos de India y Nepal en Madrid

Archivado en: Sinincay, Bal Mandir, Matruchhaya, India, Nepal, orfanatos

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Aquí os dejo algunas fotografías de la exposición 'Tres en raya', que hasta el 19 de junio puede verse en el jardín tropical de la Estación de Atocha, en Madrid. Las dos primeras fotografías fueron tomadas el 1 de junio, el día del montaje. Las siguientes han sido tomadas por nuestra compañera Mónica, el pasado jueves 4 de junio.

Publicado el 8 de junio de 2009 a las 13:45.

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'Tres en raya' en Atocha: los huérfanos de Sinincay, Bal Mandir y Matruchhaya

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El año pasado expusimos fotografías de los proyectos que habíamos llevado a cabo en Ecuador, India y Nepal, en los vestíbulos de diversas estaciones ferroviarias de España. La muestra itinerante inició su peregrinaje por la antigua estación de Atocha, ésa que desde hace unos años se ha convertido en jardín tropical.

Pese a su nuevo aspecto de gigantesco invernadero, aquel espacio para mí seguía cargado de recuerdos asociados a la infancia, porque cada año, al finalizar el curso escolar, desde allí iniciábamos las vacaciones veraniegas familiares, rumbo a Málaga, la provincia natal de mi madre.

Para que sobrevivan las especies tropicales que se plantaron en el lugar que antes ocupaban las cabeceras de las vías de tren, fue preciso poblar el espacio de difusores de vapor de agua, que dan al lugar la humedad necesaria para esa exótica vegetación, propia de otros lugares. Justamente, la elevada humedad nos obligó imprimir las fotografías en planchas especiales de aluminio; porque el cartón pluma que habitualmente utilizamos, no hubiera soportado esa concentración de agua en el ambiente.

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Publicado el 25 de mayo de 2009 a las 20:15.

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60 imágenes de 'color' en la UCM

Archivado en: Ecuador, India, Nepal, UCM, orfanatos

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Tres en raya. Color en orfanatos de Ecuador, India y Nepal se puede visitar hasta el viernes 3 de abril, en la Sala de Exposiciones de la Facultad de Bellas Artes de la UCM, de lunes a viernes de 9 a 14 horas, y además, lunes y martes de 15 a 17 horas.

Esta exposición consta de 60 fotografías de gran formato, que ilustran el trabajo que llevamos a cabo en 2008 con los menores que habitan los orfanatos de Matruchhaya (India) y Bal Mandir (Nepal), y con cien niños de Sinincay, un "pueblo huérfano" de Ecuador.

A pesar de que la exposición ya está abierta, el viernes 27 de marzo, a las 18 horas, en el Salón de Actos de la Facultad de Bellas Artes, haremos una breve presentación de los proyectos, Y estrenaremos el documental Color en Matruchhaya 2008 (27 minutos de duración). Después bajaremos a la Sala de Exposiciones, para ver juntos las fotografías y tomar un aperitivo. Vuestra asistencia será motivo de alegría.

Publicado el 24 de marzo de 2009 a las 12:30.

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Cap.3. 'Tres en raya', color en Matruchhaya

Archivado en: Gujarat, Matruchhaya, India, orfanatos

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Entre octubre y noviembre de 2008, coincidiendo con las vacaciones indias del Diwali, trabajamos con los huérfanos de Matruchhaya, en la región india de Gujarat.

Ha sido la quinta vez que acudimos allí para llevar a cabo diversas actividades artísticas con ellos, pero sobre todo para hacerles pasar unos días divertidos, en compañía de unos jóvenes universitarios dispuestos a dedicarles todo su tiempo durante un mes, y a darles todo su afecto.

Con ellos hemos pintado un mural en su patio de recreo. Además, desde España llevamos pintura especial para tela, en India compramos una camiseta para cada menor, y luego las pintaron con su nombre y con los dibujos que ellos mismos habían creado.

También elaboraron unas bolas que llamamos "cariocas", y una de nuestras alumnas les enseñó a bailarlas.

Publicado el 26 de enero de 2009 a las 11:00.

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Chandrika

Archivado en: Chandrika, Bombay, Nadiad, Matruchhaya, Veronika, adopción, orfanato

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Nadiad, 17 de noviembre

En este momento, Chandrika es la niña más feliz del orfanato. Sus padres adoptivos llegaron el sábado, y ella les recibió con absoluta naturalidad, como si les conociera de toda la vida. Hacía días que sabía que sus papás iban a venir a recogerla para llevársela a España, pero yo creo que ella no era consciente de lo que eso significaba, y aún hoy no puede siquiera intuir el cambio tan grande que esto supondrá en su vida.

Todos estábamos pendientes del primer encuentro. Tratábamos de imaginar cómo serían los padres que le habían tocado en suerte a la preciosa niña. Pablo y Rosa, los nuevos padres de Chandrika, nos causaron muy buena impresión, nos saludaron afectuosamente, y se interesaron por nuestro trabajo, aunque no podían disimular que el verdadero foco de interés para ellos era otro.

Rosa besaba y abrazaba a Chandrika como lo haría cualquier madre que llevara varias semanas sin ver a su hija. Se la veía nerviosa. Pablo en cambio se mantenía sereno, más distante. Su actitud me pareció prudente, era mejor esperar a que la niña iniciara por sí misma el acercamiento, no era bueno agobiarla, y parecía claro que la pequeña mostraba una querencia más clara hacia la madre. Chandrika no paraba de sonreír. Era el centro de atención de todas las miradas, pese a lo cual no se sentía intimidada.

Chandrika ahora tiene unos tres años y medio. Resulta imposible saber con exactitud su fecha de nacimiento porque fue abandonada en la estación de tren de Nadiad hace poco menos de dos años. Las estaciones ferroviarias en India son lugares tremendamente transitados; miles de personas se mueven a todas horas por el vestíbulo y por las inmediaciones de la estación, en todas las direcciones, y entre ellos, muchos vendedores ambulantes.

Un comerciante, que vendía unos bollitos que aquí llaman "cara de luna", vio un bebé junto a su carro, y se sorprendió porque no había visto a nadie dejarlo allí, pero en definitiva, tal era el trasiego, que era natural que le hubiera pasado desapercibido. Además ese día estaba haciendo muchas ventas. Tal vez por no interrumpir su buena racha, quiso pensar que la madre de la criatura la había dejado allí momentáneamente, pero regresaría pronto. Ninguno de sus clientes, ni los transeúntes, debieron de extrañarse, porque el bebé estaba tan próximo al carro, que debieron de pensar que era del tendero.

No tardó mucho en terminar de vender toda su mercancía, y entonces ya sí decidió hacer algo al respecto. Se acercó al bebé, y le pareció que se encontraba bien, incluso le dedicó una sonrisa. El hombre aprovechó que un policía pasaba por allí, para comunicarle el abandono.

A partir de ese momento se puso en marcha el protocolo establecido para estos casos: ficha policial, traslado al orfanato, examen médico, anuncios en prensa y en televisión, para tratar de encontrar a la madre, o a algún familiar que pudiera dar cuenta de su procedencia, y finalmente, transcurrido el tiempo reglamentado sin que nadie reclame a la niña, el consentimiento gubernamental para que la niña pueda ser ofrecida en adopción.

La fecha de nacimiento la determinaron en la comisaría de policía por estimación, y el nombre, Chandrika, que en gujarati significa "luz de luna", por alusión al humilde vendedor de "caras de luna" que la encontró.

El año pasado por estas fechas, trabajamos con ella por primera vez, y era una de las niñas más queridas del orfanato, por pequeña, por guapa, por simpática y por graciosa. Ahora ha pasado a ser la más afortunada de Matruchhaya. Todos nos alegramos por ella, y por Pablo y Rosa, que ahora concluyen un tortuoso periplo por la adopción, de más de cuatro años.

También los niños y niñas de Matruchhaya, que quieren mucho a Chandrika, se sienten felices de que su historia tenga un final feliz, pero es inevitable que en estos momentos se pregunten por su propio futuro. La mayoría no dicen nada, pero percibimos en sus caras cierta pena, no sólo por que su amiga se va, sino también porque ellos se quedan, y no ven en el horizonte cercano posibilidades de seguir el camino de Chandrika.

Estos días que han estado aquí Pablo y Rosa, hemos notado al resto de niños y niñas más afectivos con nosotros, más necesitados de cariño.

Veronika ya me ha preguntado tres veces si ella puede ir a España. No he sabido qué responderle. Hubiera querido darle una explicación, decirle al menos que, aunque nunca llegue a ser adoptada, en Matruchhaya y en España hay mucha gente que la queremos, y que la vamos a apoyar en todo lo que necesite; pero el idioma para este tipo de razonamientos es una barrera, pues estos niños saben muy poco inglés, y nuestro conocimiento del gujarati no da para tanto.

A estas horas Rosa, Pablo y Chandrika ya están de camino hacia Bombay. Allí tendrán que arreglar los trámites finales en el consulado español, y el jueves saldrán de India hacia nuestro país. Muy pronto en España habrá dos Chandrikas: mi hija menor, que ya ha cumplido veintiún años, y la pequeña Chandrika. Ojala que todas las niñas y niños de Matruchhaya tuvieran la misma suerte que ellas.

Publicado el 18 de noviembre de 2008 a las 11:45.

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Orígenes

Archivado en: Nadiad, India, Matruchhaya, orfanatos, Bombay, SIDA, Baroda, malaria, Gujarat, Asha Miró

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Nadiad, 7 de noviembre de 2008

Los días pasan tan deprisa, que no podemos digerir todo lo que está sucediendo. Matruchhaya es un lugar muy vivo, en continuo movimiento. En realidad, todos los días ocurre algo digno de ser contado, pero me falta tiempo y energías para relatarlo.

Hace unos días, Vijey tuvo que ir de urgencias con Meet, un niño de unos seis años de edad, que lleva pocos meses en Matruchhaya. La fiebre le había subido muchísimo, y no eran capaces de hacer que le bajara, de modo que, sin dudarlo, le llevaron al hospital de Baroda. Ha estado ingresado cinco días. Ayer regresó, y antes de subir a la habitación, para seguir reponiéndose, Vijey vino al patio con él para que le viéramos y nos saludara, porque todos los días preguntábamos por él.

Estaba más delgado, y tenía cara de cansancio. Por la tarde estuvo unos minutos con nosotros frente al mural. Los médicos le han diagnosticado malaria, pero dicen que se le ha complicado con un proceso vírico pulmonar. Meet ha estado al borde de la muerte, y aunque ya se encuentra fuera de peligro, tardará todavía varios días en recuperarse, y tendrá que convivir de por vida con la malaria, como muchos otros mayores y niños de Matruchhaya.

El lago que hay a orillas del orfanato, hace que aquí la prevalencia de esta enfermedad sea muy grande. Meet llegó al orfanato hace unos meses, porque sus padres y su único hermano, mayor que él, tienen SIDA, y ya no están en condiciones de cuidarle. Vijey me dijo que se vio obligado a comunicar a sus padres, a través de unas monjas, que habían hospitalizado a Meet. En cuanto lo supieron, los padres acompañaron a las hermanas hasta el convento próximo a su aldea, y desde allí telefonearon a Matruchhaya. Vijey dice que apenas podía comunicarse con ellos porque no paraban de llorar, y por simpatía, también Vijey lloraba. Pero dice que logró tranquilizarles, prometiéndoles que los médicos habían afirmado que Meet mejoraría en pocos días, como así ha sido.
Antes de ayer apareció en el patio de Matruchhaya una mujer que buscaba a la Hermana María, la fundadora del orfanato. Cuando le dijeron que había salido a Ahmedabad, y estaría todo el día fuera, se quedó charlando con nosotros, y nos explicó el motivo de su visita. Lucy-Ann nació en India hace treinta y cinco años. Sobre su origen sólo sabe que, a los tres años de edad, un orfanato de Bombay la dio en adopción a una pareja de Bruselas. Aparte del nombre del orfanato, sus padres adoptivos no han podido darle ninguna información acerca de su origen, y la necesidad de saber más sobre su pasado, le había movido a emprender este viaje en solitario.

Primeramente estuvo en el orfanato de Bombay, regentado por religiosas de otra congregación, y allí no tenían ninguna información. Ella llevaba varias fotografías que sus padres tomaron en el orfanato, hace ya treinta y dos años, y en una de ellas aparecía la directora del orfanato.

Ella era la persona que podría darle alguna pista sobre su origen, pero las monjas le dijeron que hacía seis años que había muerto. Una monja le contó que hacía muchos años, una monja de Gujarat, llamada María, les llevó alguna niña desde su propio orfanato, porque carecía de licencia de adopción internacional. Una monja de Matruchhaya, que escuchaba atentamente las explicaciones de Lucy-Ann, le dijo que creía que la Hermana María había empezado a acoger niñas en su casa hacía unos veinticinco años, no treinta y dos o treinta y cinco.

Pese a lo cual, esperó a poder hablar con la Hermana María, quien efectivamente le confirmó que en aquella época ella estaba ocupada en otros menesteres. No obstante, le indicó el nombre de una monja mayor, del sur de Gujarat, que tal vez podría darle alguna indicación.

Lucy-Ann ha permanecido en Matruchhaya un par de días, y ya ha emprendido viaje hacia el lugar que le ha indicado la Hermana María, en un peregrinaje que no sabe cuánto durará, ni si dará algún fruto. Durante la cena nos habló del libro de Asha Miró que describe una travesía hacia los orígenes, similar a la que ella ha emprendido. Imagino que Lucy-Ann necesita saber por qué fue abandonada, una explicación que le permita reconciliarse con sus progenitores, aunque no llegue a conocerles.

"Siempre pensé que era de Bombay, y ahora siento que debo de ser de esta tierra, de Gujarat", nos dijo durante una comida. Interiormente pensé que eso carecía de importancia, aunque, por respeto, no le dije nada. Me ha dado pena comprobar que todas esas cavilaciones que han tenido ocupada la mente de Lucy-Ann durante estos dos días, no le han permitido ver a los niños y niñas de Matruchhaya. Sí les ha mirado, y hasta creo que les ha fotografiado, pero no se ha detenido a charlar ni a jugar con ellos.

Publicado el 10 de noviembre de 2008 a las 19:45.

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Soni, Roni y Jeni

Archivado en: Nadiad, India, Matruchhaya, orfanatos

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Nadiad, 4 de noviembre de 2008

Soni, Roni y Jeni son tres hermanos que viven en Matruchhaya desde que murió su madre, hace nueve años. El padre hace unos meses que ha muerto, luego ahora son totalmente huérfano, pero son muy mayores para poder ser dados en adopción. Soni, el más pequeño, tiene once años, Roni doce, y la mayor, Jeni, tiene ya quince, aunque ninguno de ellos aparenta esa edad. Parecen menores.

El padre se vio obligado a dejarles en el hospicio, porque no podía atenderles. Ya entonces el hombre estaba enfermo, y tras la muerte de su mujer, tuvo que ser asistido por su madre, la abuela de los niños. La señora quería atender al hijo y a los nietos al tiempo, pero resultaba imposible, la mayoría de los días ni siquiera conseguía algo que darles de comer. Aceptó que se llevaran a sus nietos al orfanato, y se quedó sólo al cuidado del hijo.

El año pasado conocí a esa brava mujer. Vino a Matruchhaya con la intención de llevarse a los nietos a su aldea, para pasar con ellos el Diwali. La directora de Matruchhaya le rogó que no se los llevara. Le explicó que un grupo de universitarios españoles habíamos venido para trabajar con los niños, y le dijo que Jeni, Roni y Soni estaban disfrutando y aprendiendo mucho.

En ese momento fue cuando la directora me llamó, y me presentó a la abuela. Era una mujer muy pequeña y delgada. Tenía la piel muy morena y arrugada. Si estuviéramos en España hubiera calculado que tendría más de ochenta años, pero aquí me resulta difícil hacer ese tipo de estimaciones.

Por medio de la monja, le dije que tenía tres nietos encantadores, a lo que ella asintió, dando a entender que ya lo sabía, y les pasó la mano por la cabeza uno a uno, en un gesto de enorme ternura. Finalmente consintió que los niños se quedaran en Matruchhaya, y regresó a casa sola; pero antes, cada uno de los tres nietos se agachó hasta tocar con las manos los pies descalzos de la abuela, y después se llevaron la mano a la frente, un gesto de respeto, reservado en la India para gente venerable.

Me dio pena que la abuela se marchara sola, aunque creo que se fue contenta por haber visto a sus nietos, y haber comprobado que estaban bien. Tras su ida, la directora de Matruchhaya me explicó que, aunque no estuviéramos nosotros, hubiera tratado de convencer la al mujer de que no se llevara a sus nietos, porque alguna vez que se los llevó por unos días, los niños volvieron hambrientos y llenos de piojos.

Cuando finalizaron las vacaciones del Diwali, poco antes de nuestro regreso, acompañamos a su centro a los pocos niños y niñas de Matruchhaya que estaban escolarizados en internados fuera de Nadiad. Roni y Soni pertenecían al internado de Amod, un lugar que yo conocía bien, porque en él estuvieron internadas durante muchos años mis hijas Roshní y Chandrika. Según nos acercamos al internado, Roni y Soni empezaron a llorar, y ya no pararon de hacerlo hasta que nos despedimos de ellos, después de haber visitado el internado, solo que en el momento del adiós, intensificaron el llanto.

Ello pese a que no son niños que lloren con facilidad. La situación me resultaba familiar, porque también Roshní y Chandrika se quedaron llorando las dos veces que finalizamos nuestra visita llevándolas de vuelta al internado. Es natural. En ese momento finalizaban sus vacaciones, y se despedían de nosotros. Pero además, el internado de Amod es uno de los lugares más pobres y austeros que he conocido. Nada había cambado en diez años.

Una habitación grande, absolutamente vacía, sin camas, mesas ni sillas, servía de dormitorio, comedor y aula a un tiempo. Allí los niños duermen en el suelo, sobre una especie de mantas que durante el día guardan enrolladas. Las clases las reciben en el suelo, sin sillas ni pupitres, y en la época de mis hijas, en lugar de cuaderno y lápiz, utilizaban una pizarrita sobre la que escribían con una especie de tiza fina y dura. Por supuesto, también comían sobre ese mismo suelo. Una auténtica sala multiusos. Por eso digo que me parecía razonable que los niños llorasen al regresar allí, después de haber pasado unos días de vacaciones en Matruchhaya, que comparado con aquello es un hotel de lujo.

En esta ocasión Roni ha estado sólo un par de días con nosotros, pues al tercero, le aparecieron unas llagas en las manos y los pies, y la directora de Matruchhaya, asesorada por un médico, rápidamente decidió apartarlo del resto de los menores para evitar contagios. Habló con un pariente de los niños que vive cerca de Nadiad, y logró convencerle para que se lo llevara hasta que la medicación hiciese su efecto, y pasase el riesgo de contagio.

La directora me comentó que estaba muy descontenta con el internado de Amod, y que por ello estaba sacando de él, y también de los demás internados, a todos los niños y niñas de Matruchhaya. De hecho, ya sólo quedan Roni y Soni en Amod, y Sima en otro internado, y su intención es escolarizarles en Nadiad el próximo curso, y que vivan en Matruchhaya.

El problema de Roni al parecer no era nuevo. Me dijo que se debía a falta de higiene en el internado. -Allí no tienen agua caliente, y yo creo que los niños se lavan muy poco en invierno -afirmó la monja. Echamos de menos a Roni, espero que regrese a Matruchhaya antes de que finalicen las vacaciones, y todavía tengamos tiempo para disfrutar de su compañía durante unos días.

Publicado el 4 de noviembre de 2008 a las 13:00.

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De cine

Archivado en: Nadiad, India, Ahmedabad, cine, orfanatos, Matruchhaya

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Nadiad, 2 de noviembre de 2008

Este año hemos traído desde España colores especiales para pintar sobre tela. Por eso, dos días después de nuestra llegada a Matruchhaya, fuimos a Ahmedabad y compramos camisetas para todos. Les explicamos lo que queríamos hacer, y les pedimos que dibujasen sobre papel, lo que deseasen que apareciese en su camiseta, y que incluyeran su nombre. Salieron bocetos muy interesantes, y al día siguiente empezaron a pintar directamente sobre su prenda. Los pequeños ya las han terminado, pero las niñas mayores, muy meticulosas, todavía tendrán que dedicarle un par de sesiones más.

A mi me gusta especialmente la que está pintando Veronika, con unos soles amarillos preciosos; aunque reconozco que tengo debilidad por esta niña, que a pesar de estar casi ciega, trabaja con una alegría y un entusiasmo asombrosos. Veronika ha perdido por completo la visión de un ojo, y en el otro le queda sólo un veinte por ciento. Bueno, eso es lo que nos dijeron el año pasado, pero yo creo que este año ve menos.

Los médicos piensan que se quedará completamente ciega, por eso está escolarizada en un colegio para invidentes, en régimen de internado. Sólo regresa a Matruchhaya por vacaciones. El año pasado la acompañamos el día que se reincorporó a su internado, tras las vacaciones, y se la veía contentísima. Nos lo enseñó todo, nos presentó a sus amigas y a sus profesores, y se despidió de nosotros con unos besos, sonriente, y sin derramar una sola lágrima. Veronika es una niña feliz.

Los más mayores ya han empezado a colorear el mural de este año. Hemos partido de unos bocetos que elaboró Fátima en Madrid, aunque aquí se han enriquecido con motivos florales dibujados por las propias niñas de Matruchhaya. Queremos hacer que participen en este trabajo el mayor número posible de menores, lo que organizativamente es complejo.

Esta mañana nos hemos ido al cine con todos ellos, y con sus cuidadoras y alguna monja. Unos diez minutos caminando desde el orfanato. Además de las cuidadoras, cada niña mayor llevaba a su cargo a algún pequeño. Da gusto ver lo bien que se organizan en Matruchhaya. El año pasado hicimos esto mismo. Aquella era la primera vez en su vida que entraban en un cine.

La película del año pasado fue una historia de amor preciosa. A mí me encantó, aunque probablemente los más pequeños no la llegaron a comprender. Tal vez por eso, este año han elegido una comedia. A nosotros nos ha resultado aburrida, porque no comprendíamos los diálogos (en hindi, sin subtítulos), pero nuestras niñas y niños de Matruchhaya se han reído mucho. Por supuesto, Veronika formaba parte del grupo, y al finalizar, me ha dicho que le ha gustado mucho.

 

 Sanguita

Publicado el 2 de noviembre de 2008 a las 12:15.

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José Luis Gutiérrez Muñoz

José Luis Gutiérrez Muñoz

José Luis Gutiérrez Muñoz (Madrid, 1963), pofesor Titular y Director del Departamento de Escultura de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid. Director del Grupo de Investigación UCM "Arte al servicio de la sociedad". Responsable de diversos proyectos de cooperación al desarrollo que desde 2004 vienen llevándose a cabo en orfanatos de India, Nepal y Ecuador.

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