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Pepa Bueno: "Respecto a ETA hay que superar el pasado, pero sabiendo qué se deja atrás"

La periodista presenta su primer libro, ‘Vidas arrebatadas'. En él traslada los duros testimonios de dos hermanos que perdieron a sus padres en un atentado de la banda terrorista en Zaragoza.

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Francisco Quirós
26/2/2021 - 00:53

La habíamos visto como presentadora de Telediario en TVE, la escuchamos en ‘Hora 25' de la Cadena Ser y ahora también podemos leerla en ‘Vidas arrebatadas' (editorial Planeta). La carrera profesional de Pepa Bueno sigue afrontando retos, como este libro en el que narra la profunda huella que dejó en dos hermanos, José Mari y Víctor, el atentado de ETA en la casa cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza en 1987, donde perdieron a sus padres.

¿Cuándo te diste cuenta de que esta historia había que contarla en un libro?
Cuando los conocí. La historia llega a mí a través de Ángeles Aguilera, editora de Planeta, leí las historias que José Mari le había entregado a su psicóloga de la AVT, aquello era impresionante, además, él tiene mucha capacidad para el relato, lo contaba muy bien. Conocerlos a ellos era fundamental, y cuando salía de los encuentros con ellos salía muy impactada. Me impresionó mucho cómo estaban dispuestos a contar su tragedia íntima, la cantidad de pesadillas, noches sin dormir, el alcohol como refugio... Me impresionaba que quisieran contarlo y que la onda expansiva de la bomba, los 250 kilos de amonal, llegara treinta años después, toda una vida marcada por un atentado que ocurrió cuando ellos eran unos niños. La mezcla de todo esto me determinó a contarlo sin prisa.

Siempre se ha puesto el foco en las víctimas directas de un atentado o un secuestro, pero nunca en alguien que queda huérfano. ¿Por qué crees que los medios de comunicación hemos ignorado esta realidad?
Para empezar, creo que no se puede hablar de las víctimas, porque desgraciadamente ETA dejó tantas, personas tan distintas y en circunstancias tan diferentes que imagino que cada una ha hecho lo que ha podido para transformar ese dolor, ese desgarro y esa pérdida en energía para vivir. Hay algunas que han decidido que el activismo público era la vía y han acabado siendo más conocidos, otros ya lo eran por su papel en la sociedad al ejercer como políticos o gobernadores, y otras muchas son anónimas porque han querido vivir en la intimidad su dolor, que es absolutamente respetable. No quiero hablar en nombre de las víctimas, solo he conocido a dos, que además son muy diferentes entre sí, creo que es muy importante subrayar la individualidad de las víctimas, que no las pongamos una etiqueta y se las metamos a todas en un paquete. Cubríamos los atentados y los funerales, y cuando los políticos se iban a sus despachos, nosotros lo hacíamos a nuestras redacciones. Desgraciadamente, durante muchos años teníamos un atentado tras otro a la vuelta de la esquina. Ahora que he pensado más sobre esto, tengo la sensación de que la sociedad necesita mirar hacia delante, nos está pasando con la pandemia: hace un año hablábamos de 500 muertos y nos dejaba clavado en la silla, nos provocaba una conmoción tremenda; ahora nos hemos anestesiado, nos hablan de muertos y pensamos en la vacuna, en cómo salir de aquí, no nos detenemos a mirar el precio que estamos pagando. Ese ejemplo me permitía establecer, salvando todas las distancias, un paralelismo, los supervivientes eran como testigos incómodos de una España que estaba prácticamente llegando a la democracia, modernizándose, que tenía ese anacronismo dramático de una banda terrorista que secuestraba y asesinaba, y que se miraba hacia delante para tratar de salir del túnel, sin ver lo que se dejaba por el camino. Eso cambió. A partir de asesinados como el de Tomás y Valiente hay condenas públicas, sobre todo con la ejecución a cámara lenta de Miguel Ángel Blanco. Pero a pesar de que cambió la consideración social, se han ido quedando muchas historias.

Cuando llegó esta historia a tus manos, ¿te imaginabas que iba a ser tan dura?
No. Lo que José Mari escribía para su psicóloga era muy potente, ahí se veía el abismo, pero oírselo decir y comprobar además cómo entre ellos apenas habían hablado del atentado. No quiero contar la historia de ETA, me embarqué en este libro para contar la historia de José Mari y Víctor, única, personal e intransferible, que no pudieron contárselo a nadie, ni siquiera un juez, eran tan pequeños que no estuvieron ni siquiera en los juicios, y que para sobrevivir cada uno lo ha sufrido de una manera, uno lo enterró y tiró la llave, y el otro ha tenido ha tenido una vida en un volcán emocional que todavía le llega hasta hoy. Creo que hay que tener mucho respeto a la individualidad de las víctimas, todos tienen en común la injusticia enorme, el dolor y la pérdida, pero luego cada uno tiene sus circunstancias, como demuestra el hecho de que dos hermanos lo hayan metabolizado de una manera tan diferente. Me he acercado a su historia con mucho respeto y con la precisión de un bisturí, no había que cargar las tintas con los adjetivos, el relato ya es tremendo en sí mismo.

Una de las críticas positivas que está dejando el libro es que no caes en victimizar aún más a los protagonistas, o de criticar más a ETA. ¿Fue muy difícil esquivar esos obstáculos?
No fue nada fácil encontrar el sitio desde el que contar la historia, porque por un lado tenía el testimonio de ellos y, por otro, los relatos de gente de su entorno, y de fondo la historia de ETA y de España. Me costó, tuve que escribir mucho hasta dar con ese esquema, esa posición. Me parecía que, por respeto a ellos y porque la historia no necesitaba adjetivos, su testimonio tenía que aparecer muy limpio, y que todo el trasfondo de ETA apareciera tan claro para que cualquier joven que tenga la curiosidad de conocer la historia pudiera tener las claves básicas para entenderlo. Eso me obsesionó mucho. A veces escribía y me decía a mí misma que eso ya lo sabía todo el mundo, que era una obviedad, pero luego pensaba si era así o lo conocía yo por haber estado cerca de ello como periodista. El testimonio hay que respetarlo, incluso cuando es equivocado, los niños y los adultos tenemos una memoria tramposa en ocasiones, de hecho ellos, sobre el día del atentado, mezclan dos días en uno, pero yo dejé el relato, tienen derecho a su memoria, porque es lo único que tienen, nadie les hizo un seguimiento psicológico, ni les explicó qué habían vivido. Esa sobriedad del libro nace de dos aspectos básicos: la obsesión por dejar su relato y dar las claves básicas que ayuden a entender la España en la que ocurrían aquellos atentados. Víctor cuenta que no quieren vivir con una etiqueta, no quieren revictimizarse, quieren vivir.

Han pasado diez años desde el anuncio de ETA de dejar las armas. ¿Dejará de sangrar algún día la herida que generó en nuestra sociedad?
Eso tarda tiempo. Creo que, para los que lo vivieron y para el resto, queda un ejercicio de memoria compartida, sin pretender estar todo el día hurgando la herida, saber quiénes somos, de dónde venimos y el daño que se ha causado. Claro que queda tiempo, pero qué bien que estemos diciendo esto. Yo era de las personas que decía en los 80 y en los 90 que ETA debería dejar de secuestrar y matar para cruzar el puente de la democracia y hacer política en las instituciones. En eso estamos. A la gente más reticente, les digo que si décadas atrás nos hubieran dicho que ETA dejaba las armas para hacer político hubiéramos preguntado dónde había que firmar para que eso ocurriera. Ahora, aún les queda un recorrido ético, sobre todo a una parte, hay gente que está en Bildu que ya condenaba la violencia cuando ETA mataba, luego hay otras personas que hablan del relato de cada uno. No. Necesitamos un relato compartido que diga que matar fue un error que han pagado muchos inocentes. ¿Hay que pasar página? Claro, pero hay que leerse la página entera. Hay que superar el pasado, pero sabiendo qué se deja atrás, no pasar por encima de ello.

He leído también al respecto del libro una pregunta: el libro se publica en febrero, justo el mes en el que ETA asesinó a políticos como Tomás y Valiente o Fernando Buesa. ¿Casualidad o causalidad?
Es casualidad. Desgraciadamente, sería complicado que el libro no saliera el mes en el que coincidiera con un aniversario de este tipo. Han sido muchos años, muchas tragedias. Febrero fue un mes terrible para la memoria, pero qué decimos de marzo, aunque hablemos de otro terrorismo.

A nivel personal, ¿de dónde se saca tiempo para escribir un libro así, con todas las obligaciones profesionales que tienes?
Te haces una planificación divina y se te cruza en el camino una pandemia que te pone en el presente absoluto, que te ocupa la cabeza y que no te permite centrarte en ello. Sacamos huecos de donde no hay, muchos fines de semana, muchos días de vacaciones, disciplina y que te quiera mucho la gente que te rodea y no te eche de casa (entre risas), porque el poco tiempo que te deja el periodismo lo empleas en encerrarte para tratar esta historia. Ahora no lo tenemos tan presente, pero la pandemia nos impactó de una manera tan fuerte, recuerdo días y días en los que ni toqué el libro, muchos encuentros que tenía previstos los tuve que convertir en entrevistas telemáticas y telefónicas, además, la gente con la que tenía que hablar, también tenían la cabeza en la pandemia... Luego llegó el verano y, ya sí, me concentré de forma absoluta. Me doy satisfecha por el hecho de que ellos se reconozcan en el libro, es muy difícil escribir sobre personas vivas, meterte en su cabeza y elaborar su relato, enhebrarlo con sus psicólogos y abogados. Más que las críticas que pudiera tener el libro, me preocupaba que ellos leyeran el libro y se reconocieran, aunque no les gustara. No nos hemos visto todavía por culpa de la pandemia, tengo muchas ganas.

Ahora que has iniciado este camino de la escritura, ¿habrá más pasos en este sentido?
No lo sé. Me gusta probarme y medirme en cosas que nunca he hecho, este libro ha sido muy especial, no sé si tendrá continuidad.

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