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Gisela Pou: "La memoria histórica es muy necesaria para proyectar el futuro"

La escritora de Castellar del Vallés refleja en ‘Los tres nombres de Ludka' (Editorial Planeta) la compleja situación de muchos niños polacos que, huyendo del nazismo, encontraron en Barcelona un lugar para la esperanza.

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Gisela Pou

Gisela Pou · JONA JARABA

"Ese mismo drama se sigue viviendo hoy en países como Ucrania o Siria"

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F. Q. Soriano
31/3/2023 - 00:11

El margen del recogimiento espiritual, la Semana Santa también es un periodo propicio para disfrutar de la lectura, un hábito que, en muchas ocasiones, se ve afectado por la vorágine diaria. Para quienes busquen sugerencias, Gisela Pou firma ‘Los tres nombres de Ludka', una vibrante y conmovedora novela de esperanza y resistencia en un tiempo de guerra, una historia donde ficción y realidad se entremezclan.

Este libro está basado en hechos. ¿De qué hilo ha tirado para narrar esta historia?
A partir de un artículo de José Luis Barbería que se publicó en el año 2008 en el diario El País, donde hablaba de los niños acogidos en Barcelona en 1946, niños polacos, huérfanos, con aspecto ario, porque habían sido secuestrados por los nazis para ensanchar las filas de la raza aria. Fui tirando del hilo y acabó apareciendo el libro. Vinieron a España por mediación del Vaticano al ser dos países católicos. Además, a Franco le convenía para congraciarse con los aliados. Estos niños llegan a Barcelona con la idea de pasar unos meses, a la espera de que sus familiares puedan acogerlos, ya sea en Polonia o en otro lugar. Estos niños, la mayoría, no recuerdan nada de Polonia, hablan alemán, tienen que volver a convertirse en polacos. La estancia en Barcelona, para algunos, se alargó más de lo esperado. En el caso de Ludka, que es un personaje de ficción, estuvo diez años.
También mediaron para que esto fuera posible Cruz Roja Internacional y el Consulado polaco de Barcelona. Hay un personaje en concreto, Wanda Morbitzer, es real, era una mujer joven, que trabajaba en el consulado, con un pasado muy interesante porque fue ella quien ideó una red de evasión durante la II Guerra Mundial de militares y civiles perseguidos por los nazis. En Barcelona les daba documentación y refugio para después ayudarles a ir a Portugal.

¿Qué dosis de ficción hay y cuáles de realidad?

Todo el marco de la novela, el contexto, es real, pero los personajes principales que sustentan la novela, Emma, Ludka e Isabel, son de ficción. En el caso de Ludka me ha servido para sentirme más libre, para compactar situaciones vividas. Para el personaje de Isabel me ayudó mucho mi madre, que murió en 1984. Ella, cuando se casó, en 1949, fue a vivir a Barcelona y trabajaba yendo a coser por las casas. Eso me ayudó a crear porque me gusta remitirme a la realidad para poder crear ficción.    

Dado que se ambienta en la Barcelona de los años 40, ¿se ha tenido que documentar mucho?
Sí, he tenido que documentarme muchísimo, pero por suerte conozco a muchas mujeres mayores que me han ayudado, además de la documentación histórica. Hablar con gente que vivió aquella época fue muy interesante para darle vida de verdad, la cotidianidad de lo que se cuenta en los libros de Historia. Lidia Ramón, a quien le agradezco su colaboración, nació en 1937 y vivió esa posguerra en una Barcelona gris donde todo lo que no está prohibido es pecado, con la religión teniendo un peso brutal, donde la mujer es solo madre y esposa, que necesita al hombre hasta para comprar una máquina de coser, pero al mismo tiempo hay un punto de alegría, la gente hace sus fiestas.

Tampoco falta el amor en esta novela...

La relación entre Emma y Ludka, que es la que me interesaba, son dos niñas de 9 años y hasta que no saltan a la edad adulta necesitaba algo en lo que apoyarme. Isabel es un complemento de Wanda Morbitzer, soy muy respetuosa con las personas reales, no puedo ficcionar un personaje real. Todo lo que he escrito sobre Wanda lo ha leído su hija y ha dado el visto bueno, me parecía un poco pudoroso. Isabel es otra Wanda, crece y se convierte en otra persona, con amor y desamor. Para mí era muy interesante no describir quiénes son los buenos y quiénes los malos, normalmente los personajes suelen estar en el punto medio, todos tenemos algo de bueno y de malo.

Hablando de Ludka, ¿se puede sobrevivir a una infancia tan traumática?

No hay más remedio. Siempre digo que el tema de esta novela es el desarraigo, una palabra que, según la RAE, es una planta que quitas del suelo, que queda con las raíces al aire y busca un lugar donde volver a arraigar y empezar otra vida. La misma Ludka dice en un momento de la novela algo así como que "éramos pequeños árboles con las raíces al viento". Eso es un poco, a grandes rasgos, lo que es la novela y cómo Ludka arraiga en otro lugar gracias a la amistad y a la música. Sin hacer 'spoilers', al final del libro refleja que la música fue su patria y así pudo empezar otra vida. Mucha gente que vivió la Guerra Civil, mi padre mismo, no habló de ello hasta que fue muy mayor. Lo encierran, viven la vida en el momento presente, tirando hacia adelante. Esto mismo lo están viviendo ahora los niños de Ucrania, o los de Siria, que parece que les hemos olvidado, ese conflicto continúa desde hace más de doce años, hay niños huérfanos viviendo en campos de refugiados.

Respecto a esos conflictos en Ucrania y Siria, ¿cree que su vigencia puede favorecer a que los lectores se acerquen más a esta novela?

La historia se repite, desgraciadamente, y no aprendemos. Es algo que existió pero es muy actual. Además, en este caso es incluso más duro por el hecho del idioma y de que habían sido germanizados, sentían que habían perdido la guerra y tuvieron que mostrarles que eran polacos, aprender a querer otra vez sus orígenes. Muchos de esos niños robados fueron adoptados y desconocen sus orígenes, han vivido la vida que les ha tocado.

La protagonista, Ludka, vivió el horror del nazismo, pero años después vuelve a Polonia para conocer la crudeza del comunismo. A veces los extremos se tocan.

Polonia es un país muy castigado por todos los lados, fue un país de refugio para los judíos expulsados de otros sitios, luego vino la II Guerra Mundial y sufrieron lo indecible. Al terminar el conflicto tienen otra dictadura, de izquierdas, donde no les queda más remedio que vivir. Visité Polonia cuando terminó la pandemia y todo está reconstruido, no habían dejado nada, fue arrasado. Ese país es un poco Ludka, es algo que hacemos en nuestra vida cotidiana, reconstruirnos después de un palo.

¿Le gustaría que esta historia llegara a Polonia?
Va a llegar, se está traduciendo ya. No sé si lo harán directamente del catalán, lengua en la que lo escribí originalmente, o de la versión en castellano. Seguro que en Polonia lo van a leer, no sé si muchas o pocas personas. Antes incluso de publicarse ya hubo interés.

Por desgracia, mucha de la gente que vivió esa etapa histórica ha ido falleciendo. ¿Es el libro un modo de mantener viva su memoria?
Es memoria histórica, que es muy necesaria, no con nostalgia, sino para construir el presente y proyectar el futuro, esa es su importancia, antes la guardábamos en un cajón, tiene que ponerse encima de la mesa.

La historia de Ludka es, por momentos, un ejemplo de empoderamiento y resiliencia.

Sí. Cuando hay experiencias muy duras, nace otra persona y con más fuerza. Siempre que escribo una novela sé hacia dónde va, me lo marcó el hecho histórico. En 2008, tras el artículo de José Luis Barbería, el Ayuntamiento de Barcelona se puso en marcha, contactó con muchos de los niños, que entonces ya eran adultos, para hacer un reencuentro.

Ha dedicado buena parte de su vida a ser guionista de televisión. ¿Ve a esta novela dando el salto a la pequeña pantalla?
Es cinematográfica, pero también sería muy cara. Ojalá fuera posible. Escribo muy visualmente, a partir de imágenes, no explico sino que muestro. Trato en mi escritura de que esté también eso que no se dice, algo que es muy audiovisual.

¿Por qué esa decisión de usar tres voces diferentes?

Porque me daba tres miradas distintas y, además, quería alejarme de la mirada de las niñas, de Ludka y de Emma. Necesitaba una voz adulta. Realmente me enamoré del personaje de Isabel, que ya digo que es el espejo de Wanda Morbitzer, y eso es algo que equilibra hasta que no damos el salto al año 1956.

¿Qué poso le gustaría que dejara el libro en el lector?
Me interesa mucho el tema del desarraigo, el paralelismo con lo que sucede hoy en día, los niños son los mayores damnificados de las guerras y la esperanza de que las guerras están allí, pero que a través de la resiliencia podemos continuar hacia delante. Lo que nos salva es el amor, a las amistades, a la gente... Me gustaría resaltar el hecho de que Ludka busque a su madre, que ella cree que es esa mujer alemana, el cariño que se tienen es mutuo, les humaniza. Escribo desde el alma, los personajes tiran de la historia, no al revés, eso es fundamental.

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