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Reportaje: Maltrato después del maltrato

"A una compañera le dijeron en el INEM: ¡Cómo rentabilizáis las hostias las maltratadas!

Visito, acompañada de María y Esther, el Centro de Recuperación Integral para Mujeres, Niñas y Niños víctimas de la violencia machista, en Madrid. Hace meses que han salido, me cuentan sus vidas, sus historias, lo que supuso para ellas entrar en este lugar, y lo difícil que resulta ahora empezar de cero en una sociedad que no las tiene en cuenta. Maltrato después del maltrato.

Archivado en: violencia de género, reportaje, recuperación, reinserción

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gentedigital.es/P. Costa
24/11/2009 - 11:13

La Federación de Mujeres Separadas y Divorciadas abrió su primer Centro de Recuperación Integral para Mujeres, Niñas y Niños víctimas de la violencia machista (CARRMM) en 1992, en Madrid, pero con extensión a todas las Autonomías. Se trata de un centro pionero y único a nivel nacional y del sur de Europa, que mantiene su ubicación en el anonimato para mayor seguridad de las personas que allí residen. De todas las mujeres que entran, casi el 80% se recuperan, aunque no es fácil volver a empezar de cero. María y Esther lo saben muy bien.

Me cuesta llegar, no es fácil el acceso, pero al fin consigo reunirme con ellas a las puertas del edificio. Han salido hace meses, pero hoy visitan de nuevo el que durante unos meses fue su hogar, para mostrarme como es el día a día entre estas paredes, cómo llegaron y cómo salieron.

Nada más tocar el timbre salen a recibirles, entre besos, abrazos, achuchones y mucho cariño. Abre la puerta Conchi y nos hace pasar. Ya en la entrada, María y Esther empiezan a relatarme sus vidas:

María: Echo de menos el centro. Aquí nací otra vez, la más importante. Hace año y medio que salí.

Esther: Yo hace un año en diciembre. En este lugar me conocí a mí misma, es incluso mejor que nacer otra vez.

Patricia: ¿Me enseñáis el centro?

María: Claro, ya verás que sitio más maravilloso. Mira, empezamos por aquí, a la derecha tienes el comedor, la cocina...

Me paro en el jardín que tienen en medio, una especie de patio interior. "Por la noche te quedas aquí hasta tarde, relajada, sobre todo en verano", dice María. "Y en la sala de ocio, viendo la tele...", apunta Esther.

P: Poco a poco os convertís en toda una familia.

Esther: Sí, somos una familia, conviviendo las 24 horas.

Seguimos con la visita:

María: Esto es el teatro, una vez al año se representa una obra sobre el maltrato, y cada una contamos nuestra historia. Y aquí al lado está la sala de juegos de los niños, los más pequeños. Porque aquí la mayoría viene con sus hijos, casi siempre muy pequeños....

P: ¿Son felices aquí?

María: Ni te imaginas el cambio que dan.

P: ¿Cuántos años tenían vuestros hijos en el momento de entrar aquí?

María: Mayores de 20 años las dos.

Esther: La mía también era mayor de edad cuando entramos aquí, 21 años tenía, pero ojalá hubiese venido antes, cuando ella era más pequeña. Nunca es tarde...

María: Patricia, este es el gimnasio. Aquí por la mañana hacemos yoga. Ahí tienes las colchonetas.

También hay un futbolín, aros, un aparato para hacer abdominales... Subimos a la primeta planta.

María: Aquí están las oficinas y la guardería.

Entramos en la guardería. En ella, Esperanza cuida a dos pequeños de poco más de dos años. El resto duermen la siesta. Tienen de todo. No falta nada.

Esperanza: Nos lo pasamos muy bien, los niños y yo. Los cuido de 0 a 3, a partir de los 4 se van al aula con las educadoras.

María me enseña también el patio donde juegan los niños cuando hace buen tiempo, con columpios y todo. Cuando termina, nos vamos a una habitación para hablar tranquilamente las tres.

P: ¿Cuál es tu sensación al volver?

María: Me he puesto nerviosa, estoy muy emocionada, esto es para mí una casa que nunca tuve, los 19 meses que estuve aquí... Pero también siento alegría, porque cuando llegué lo hice como si hubiese estado en un túnel, y cuando entré por la puerta se me abrió algo. Me llené de felicidad, de paz, y tuve la impresión de que aquí me iba a recuperar.

Esther: Por una parte es como si no me hubiese ido nunca, pero siento alegría. Pensé que nunca me volvería a sentir feliz.

P: ¿Cuándo decides dar el paso adelante?

María: Tras una agresión, querían llevarnos a mí y a mis hijos a un centro, no recuerdo cuál. Una amiga me dijo "llama a este centro, explica tu caso, allí te van a orientar". No me dijo qué tipo de centro era. A mí me daba miedo irme y dejar mi casa, pero vine, me orientaron y me quedé.

Esther: Tuve una hermana que cuando abrió este centro estuvo aquí, y dio un cambio enorme. Ella me dio el teléfono varias veces, pero nunca le hice caso. No me esperaba poder dar este paso hacia adelante. Yo estaba acostumbrada a estar anulada, a no pensar por mí, incluso lo ves como algo normal después de tantos años... Pero mi hija recibía muchas voces, e insultos de su padre, desde pequeña. Por ti harías lo que él quiera, pero está tu hija... Esa vez la agresión fue muy fuerte y cada vez yo tenía más claro que debía hacer algo. Dije, me voy, y me llevé a mi hija, porque él le estaba poniendo de los nervios. Ella tenía 21 años y entró conmigo en el centro.

P: ¿Durante cuánto tiempo sufriste malos tratos?

María: Más de 30 años, y mis hijos también. Me decidí a salir en cuanto empezó a amenazarles de muerte.

Esther: Estuve 22 años casada, y desde el principio -me casé con cuatro meses y medio de embarazo- me empezó a pegar patadas en la tripa. Pero yo lo hubiera negado.

P: ¿Por qué aguantaste? Imagino que te habrás hecho esta pregunta millones de veces.

María: Sí, desde el día en el que me casé con este señor. Cuando empiezas a ser maltratada no te das cuenta, es algo psicológico, tú le vas disculpando. Que si es muy nervioso, tiene un carácter fuerte, es su forma de hablar... Te vas callando, pero llega un momento en el que cuando tú respondes a esas agresiones verbales, empiezan a machacarte de tal forma que te quedas hundida, pierdes la autoestima, tu identidad, ya no eres tú, sino todo lo que él dice. Si él dice que es negro, aunque sea blanco, vas a decir que es negro...

P: Afortunadamente, tomas medidas e ingresas en este centro, ¿cómo te ayudó?

María: Mi vida aquí fue muy gratificante. Necesité 18 o 19 meses para recuperarme, con terapias individuales y grupales. Eso fue lo que me ayudó a decirme que yo sí valgo, que soy una persona, que puedo hacer cualquier cosa, que no soy una inútil. Estaba muy feliz, a los seis meses empecé a estudiar, algo que dejé porque él me lo prohibió cuando quise. He hecho varios cursos y he trabajado en lo que estaba estudiando, 14 meses, y ahora intento seguir estudiando y trabajando.

Esther: Mucho, darme vida a mí. Poco a poco, lentamente, incluso con dudas. Yo tardé más en darme cuenta. Pero luego compruebas que estás bien encaminada y que no eres un bicho raro, que por desgracia hay muchas personas que tienen el mismo problema. Tienes tu espacio, tu habitación, para acostumbrarte a empezar a vivir sola, buscar tiempo para pensar. Lo principal es decidir por mí, sin que me ordenen nada. Aquí estuve 16 meses. Era como estar en casa, en un hogar que nunca había tenido, por la tranquilidad.

P: ¿Qué supuso para tus hijas?

María: Lo que para mí, sentirse libres, felices, dormir tranquilas, no tener dolores de cabeza, ni de estómago. Una de mis hijas era asmática, después no. También tenía dermatitis, nunca más le ha vuelto a dar. Supuso para ellas ver la luz, también estuvieron estudiando y luego trabajando....

P: Después de esos meses, sales, intentas rehacer tu vida, buscar un trabajo para comer y vivir, como todo el mundo, ¿con qué te encuentras?

María: Gracias a que me fui de aquí recuperada he salido adelante, porque no toda la sociedad nos acepta, sólo una minoría. Cuando vas a un trabajo y dices que eres víctima, que tienes una orden de alejamiento, juicios... no te quieren, porque piensan que vas a dar problemas, que la problemática eres tú.... O si trabajas con hombres, ellos no te aceptan y se pasan el día diciendo frases del tipo: "las mujeres maltratadas, esas a las que ahora se les ha dado por denunciar a sus maridos". Son cosas que hieren. No nos dan trabajo o te dan poco. Pero son trabas que vamos superando y seguimos luchando.

Esther: Me encuentro con dificultades a la hora de buscar trabajo, ir al médico... Incluso me tiró la receta al suelo. Fui al doctor que me asignan aquí y me preguntó, ¿ya no estás en el centro? Y parece que me recibió mejor. No sé como tratarán a las presas, pero nos hablan de forma parecida. Se pueden pasar contigo media hora hablando en un trabajo, para luego decirte que "no".

P: ¿Qué otro tipo de respuestas has escuchado?

María: Me llamaron para una entrevista. Ven que mi dirección no corresponde a la del carné. Les explico que sólo es una dirección para recibir notificaciones y demás, que tengo que trabajar lejos de mi domicilio. Y entonces me dicen que mujeres como yo allí no quieren. ¿Qué quiere decir?, le pregunto? Y me dice que mujeres maltratadas allí no. ¿Más cosas? En la oficina del paro, a una compañera que fue a pedir una ayuda que le correspondía al tener una orden de alejamiento, la señorita que le atendió le dijo: "Joder, como rentabilizáis las hostias las maltratadas". Y esto es algo que duele, te das cuenta de la poca conciencia que tiene la sociedad de lo que pasa con nosotras, de lo que has sufrido, que intentas salir, tener una vida por ti misma, y se te ponen trabas, y venga trabas...

P: ¿Estamos hablando de maltrato después del maltrato?

María: Efectivamente. Ya no eres víctima, pero te sientes maltratada por las sociedad.

P: ¿Cómo es tu vida ahora?

María: Lo estoy pasando mal económicamente, pero soy feliz, capaz de muchas cosas, no necesito el coche, tengo metro, bus, no me da pereza ir a ninguna parte, ni relacionarme con nadie.

Esther: Con sus trabas pero muy bien, porque te sientes orgullosa de ver como pasas los obstáculos, en lugar de decir "no" a todo, como antes, cuando todo parecía un mundo.

P: ¿Y la de tus hijas?

María: Son muy felices, les ha cambiado la cara y hasta el color de ojos.

P: Tú todavía tienes una orden de alejamiento y protección policial. ¿Cómo se vive con eso?

María: Así es. Vives sabiendo a donde puedes y no puedes ir. No me puedo acercar a ver mi familia porque este señor vive cerca y cruzarme en su camino indica que yo me he podido acercar a él...

P: Qué pedirías en este día en el que se habla tanto de vosotras.

María: Que la sociedad nos tenga en cuenta, pero no una minoría. Y tanto a nosotras como a las que todavía están en sus casas. Cada día mueren más mujeres y se nos da menos importancia...

Esther: Pediría que la gente fuese más humana y ojalá que abriesen los ojos como yo, y tuviesen esa luz las mujeres que estando tan nulas todavía no han visto qué les ocurre.

María y Esther terminan de mostrarme el centro. Me enseñan el despacho de la educadoras. Nos recibe Eneida:

Eneida: "Tenemos un trabajo de orientación laboral y formación con las mujeres, y aulas con los niños todas las tardes. Hacemos escuela de madres, pero depende, cada mujer es muy distinta. Hay mujeres que no tienen el graduado escolar, otras que tienen estudios universitarios y quieren reciclarse...".

En el pasillo nos encontramos con varias mujeres residentes, con sus niños. Una de ellas me dice que vive allí con sus cinco pequeños. Madres e hijos suben y bajan. Ahora vemos el aula de los niños, donde pasan sus tardes. Acuden al colegio fuera del centro, pero el resto del día juegan y hacen los deberes aquí. También les enseñan pautas de comportamiento. Luego vamos al aula de los pequeños, donde hay disfraces, juegos de construcción... El tiempo se acaba, me acompañan a la puerta. Pasamos de nuevo por el comedor, es la hora de la merienda. Madres y niños disfrutan juntos, tranquilos, sin miedos. María y Esther aprovechan para saludar a algunas mujeres. Se despiden de Conchi, con cariño.

Conchi: Que sigáis así de bien.

Esther: Espero no tardar tanto tiempo en volver.

María: Adiós Conchi, gracias.

Para terminar este reportaje, me gustaría reproducir una de las cartas que una de las hijas de María escribía a modo de terapia: 'Carta a mi madre'.


Que extraño me parece escribirte una carta teniéndote a mi lado, pero así, sobre el papel, soy capaz de decirte esas cosas que nunca te he dicho con palabras. Lo primero, quiero agradecerte y felicitarte por haber tenido el valor de salir de aquel infierno en el que vivíamos hasta hace un año. En muchos momentos creí que nunca acabaría, y pensé que algún día me acostumbraría a vivir con aquel miedo constante.

Pero cuanto más tiempo pasaba veía que nunca me acostumbraba, pues en realidad no quería verte sufrir más y no quería seguir sufriendo yo en silencio. Las noches se hacían eternas, sabiendo que él estaba en tu cuarto muchas madrugadas. Me asomaba tres y cuatro veces para verte, incluso me acercaba despacito para que él no me viese, y así comprobar que todavía respirabas, ya que me temía lo peor. Temía despertar una mañana y que él hubiese cumplido sus amenazas, que te hubiese matado. Otras veces te escuchaba llorar y sólo le maldecía, sabía lo que pasaba en tu cuarto, pero no me atrevía a pasar (...) Cuántas veces te escuché desear mi propia muerte, cuántas veces deseé la mía... (...) Estoy muy orgullosa de ti.

P.D.: Si necesitas ayuda. Teléfono de contacto de la Federación: 91.441.85.55/60. Correo electrónico: info@separadasydivorciadas.org. También puedes llamar al 016, este número puede salvarte la vida.

Mis agradecimientos a la pediatra Lola Aguilar, directora técnica de este centro desde 2006, gracias a quien hemos podido llevar a cabo este reportaje.

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