Diario de Paula

Trini Marull es la culpable de que exista esta novela. Yo tenía previsto justo lo contrario: que la historia de Borja y Paula terminara en Vigo es Vivaldi. Pero Trini manda mucho en Bruño y fue convincente. Así que se me ocurrió un ejercicio de perspectivismo: contar la misma historia con los ojos de Paula. Dos años me costó escribir como escribiría ella, sin que se notase demasiado.

Se trata de una novela intimista, muy diferente a Vigo es Vivaldi. Paula dice de sí misma que ha tenido, en Barcelona, una adolescencia feliz y algo precoz, de la que está saliendo zarandeada por un fuerte terremoto emocional: en poco tiempo ha muerto su abuelo, ha roto con un chico del que estuvo muy enamorada, sus padres atraviesan una delicada crisis, la familia se traslada de Barcelona a Vigo, y en Vigo –en su “exilio gallego”- encuentra un instituto lleno de gente interesante, un mundo desconocido y sorprendente, que poco a poco va resultando cautivador. De todos los descubrimientos de Paula, el mejor será la belleza profunda de las dos relaciones más humanas: la amistad y el amor.

Editorial Bruño en Casa del libro

 

Fragmento (pág. 25)

De ti se comentaba en el hórreo que habías heredado una moto de tu hermano y te gustaba la velocidad más que a Fonsi Nieto. “Borja ya derrapaba en el tacataca”, dijo Silvia una vez. Todas reímos la exageración, pero yo, además, sentí algo parecido a la envidia o a los celos por la espontánea familiaridad con que Silvia hablaba de ti. También se decía que te importaba el deporte más que ninguna otra cosa, muy por encima de cualquier chica o asignatura. Parecía que con los hechos subrayabas la verdad de esas palabras, pero yo tenía la corazonada de que no eras como decían… Y no se equivocó la paloma. Ese mismo viernes llegó tu segundo mensaje de forma imprevista, sin papeles ni teléfonos móviles, en directo y a la cara.

Nos encontramos entre los libros de El Corte Inglés. Tú con la mochila y la raqueta al hombro. Yo con dos libros de Álvaro Cunqueiro y Rosalía de Castro recién comprados. Te gustó mi elección literaria y a mí me gustó verte. Y me hubiera encantado tomar una coca-cola y pasar media tarde charlando contigo, los dos riendo por mi forma espantosa de chapurrear gallego con acento catalán. Pero sucedió algo imprevisto: me preguntaste si quería salir esa noche. Era mucho más de lo que yo esperaba. Tus sentimientos se pintaban en el rubor que te encendía la cara y en la sonrisa que se escapaba de tus labios. Sin embargo, te respondí que no y te expliqué que cenaba en casa de una familia catalana. No era una excusa, era una obligación imposible de eludir. Tú insististe con cara de súplica, con esa mirada de niño triste y conformista que pones a veces. Y yo tuve en aquel momento la sensación extrañísima de que llevaba esperándote un montón de años.