Vigo es Vivaldi

A vista de gaviota sobrevolamos una ciudad marinera y moderna, donde viven los muchachos que ya conocemos. Con el comienzo del nuevo y último curso, Borja inicia otro diario.

Así surge Vigo es Vivaldi, novela marcada por la aparición de una chica de Barcelona que no deja indiferente a nadie. En las vidas de los muchachos vemos amistad y libros, ilusiones y libertad, mucho deporte y mucha marcha. Alejados de  los tópicos televisivos, sus días tienen riqueza y relieve, y en sus relaciones con padres y profesores nunca falta el respeto, el sentido común y el buen humor.

Si una novela refleja un ambiente donde unos personajes se enfrentan a un problema, en Vigo es Vivaldi asistimos a la tensión entre Borja y Paula, sobre un paisaje urbano muy determinante.

Editorial Bruño| en Casa del libro

Fragmento (pág. 71)

Después del almuerzo belicoso, paso las hojas del Faro, hago un poco de zapping y decido subir andando al Cunqueiro. El viento ha barrido las nubes y ha dejado un cielo azul intenso. Pero los verdes, los amarillos y los granates del Castro están apagados, porque en la penumbra boscosa de la tarde pierde el sol la mitad de su voltaje. Observo que el otoño también ha llegado al muro que cierra la hectárea del Insti. Sus pedruscos irregulares forman alturas de granito también irregulares, que te llegan por la cintura en unos puntos y sobrepasan tu cabeza en otros. En los tramos más altos, las hojas de las enredaderas parecen estos días lenguas de fuego, como si sus tonos cálidos quisieran mitigar los fríos que se avecinan.

Entro en el Insti y subo al tercer piso. Pasillo de la derecha. Zona reservada. El rótulo BIBLIOTECA PROFESORES deja bastante claro quiénes tienen acceso. Pero, si eres de los mayores, lo puedes intentar. Y, si estas haciendo un trabajo para Ferrín o para el Juli, no hay problema. Yo he ido buscando un librito sobre los mitos platónicos, citado en clase por Ferrín esta mañana. Lo encontré y me puse a leerlo en una mesa con vistas estratégicas. Los mitos platónicos son apasionantes, pero el atardecer sobre la ría no lo es menos. Hacia las siete, el sol se ponía sobre las Cíes y reverberaba en el agua. Estás a vueltas con Platón, con su mundo de belleza ideal, levantas la vista y flipas. Ves que Platón tiene razón. No es que lo entiendas: lo ves. Y, para rematar la jugada, oyes que alguien te saluda en voz muy queda. “Hola, Borja.”