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Un amigo de León

D. Pelayo y sus efectos

D. José era un profesor de aquellos, de los de antes. De ésos que se llevaban bien con los alumnos pero con los que no quería tener más confianza que la propia de profesor- alumno, lo cual, según manifestaba, le permitía tener la independencia necesaria a la hora de calificar y dar las notas.

Archivado en: Maximino Cañón, D. José, D. Pelayo

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Maximino Cañón
11/7/2014 - 03:30

Un día se presentaron dos alumnos en el bar y le dijeron al barman que invitara a D. José, cosa que no le sentó nada bien, pues tal acción rompía los cánones que el mismo se había impuesto pero por no dar más explicaciones que las necesarias, cambió unas impresiones con los invitantes a la vez de advertirles que eso no entraba en su manera de entender las buenas relaciones y que la próxima vez no aceptaría invitación alguna. Al cabo de un rato, al quedarse solo con unos conocidos que le acompañaban en la toma del café, les contó, un poco airado, que los alumnos de hoy no tenían el respeto que se les suponía al tomarse confianzas que en sus tiempos no se les hubiera pasado por la imaginación. Contó como, al ser, sin que ellos lo supieran, dos alumnos de los preferidos por él, sobre todo, por su simpatía, en una ocasión tenía que subir la nota al resto de la clase para que ellos lograran un aprobado, en cierto modo, inmerecido. Era amante de la soledad controlada y del tabaco. Una cierta tarde se encontraba solo en el bar y con pitillo en mano sin parar de pasear con la mente alejada de la realidad del momento cuando, en esos instantes de paz y de intimidad, el barman se le acerca y le dice: Oiga D. José, le veo muy intranquilo: ¿le pasa algo, y si es así, le puedo ayudar? A lo que, haciendo una pausa prolongada acompañada por volutas de humo del cigarrillo que estaba saboreando contestó: gracias, no me pasa nada, es que estaba pensando (D. José vivía casi separado, con la mujer a muchos km. de aquí) que si el castrón del ‘Rey. Pelayo' no hubiera echado a los moros de aquí, yo hubiera tenido, en vez del sufrimiento que tengo con la actual mujer, unas cuantas esposas que la poligamia permitía y, fruto de la competitividad entre ellas, sería tratado como un rey y no vivir como lo hago, sin que casi no me haga ni puñetero caso. Al final, después de muchos años pude leer en un periódico que había fallecido en León y en la soledad que él tiempo atrás vaticinó. Pero eso es otra historia.

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