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Un amigo de León

Cecina... de Dios nos libre

Estábamos en vísperas de la matanza del cerdo. Las máquinas de embutir chorizos, morcillas y longanizas se ponían en marcha, también se cotizaba el lomo embuchado. Una vez cumplido su fin, se pasaba a la fase siguiente que era el curado al humo, como es tradicional en León. Las matanzas eran fiestas solidarias donde la convivencia alcanzaba su máximo esplendor.

Archivado en: Maximino Cañón, matanza, cerdo, cecina de chivo

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Maximino Cañón
07/11/2014 - 03:30

Al finalizar la misma se compartían los ‘chichos', el vino caliente con azúcar y los cigarros o farias, con los matachines que habían colaborado en el despiezado de los animales de manera desinteresada: hoy por ti, mañana por mí.
Mientras tanto en la ciudad, a León me refiero, determinados bares hacían los preparativos para mostrar a sus clientes la ‘cecina entrecocida de chivo', la cual, junto con el chorizo, la longaniza y la morcilla, conformaban el rico alimento que León, tierra de clima frío, publicitaba en los lugares visibles de los establecimientos especializados en su venta. No existía la telemática. Reinaba la radio y la incipiente televisión. Pero los verdaderos transmisores de las noticias eran los bares. Sobre todo los domingos mientras se jugaban los partidos de fútbol, que el personal, mayoritariamente masculino, esperaba viendo como el ‘barman' o tabernero de turno, plasmaba los resultados que la mágica radio retransmitía, para, a continuación, y provisto con un vaso con blanco España y un pincel, ir poniendo los resultados según se emitían en unos tableros de cristal preparados a este efecto, gentileza de alguna marca de brandi o vermouth. Al mismo tiempo se ofrecían productos, generalmente calientes: "Hay callos", "bocadillos de calamares" (el bar San Román y el Sevilla se llevaban la palma) y quizás el articulo más deseado: la "cecina de chivo entrecocida" que La Perla Vasca y Casa Pozo, entre otros, tenían como especialidad de la casa. Debido a mi corta edad, no entendía el sentido de las dos frases preferidas a la hora de anunciar el género: "Hay cecina de Dios nos libre" (por lo de los cuernos) y los que eran más explícitos no se andaban con rodeos y lo plasmaban de la siguiente manera: "Hay cecina de Castrón" (macho cabrío castrado) y se entendía a primera vista.

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