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Viejo y decandente continente

La desilusión de un convencimiento impropio que en décadas atrás afligía a toda Europa, expresaba la animadversión de que ciertos prototipos políticos y centenarios simbólicos que inspiraron al viejo continente, no llegarían a sobrevivir y tras su paso irrevocable por la primera guerra mundial.

Archivado en: Manu Salamanca, viejo y decandente continente, Primera Guerra Mundial

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Manu Salamanca
08/10/2021 - 01:10

A pesar de los enormes cambios que en el mundo se experimentaron con un altísimo porcentaje de pesimismo cultural y sociológico hacia nuestra devastada civilización occidental y cultural, (la cual persiste aún en nuestros días) confirmó la puesta en marcha de unos profundos ideales que se inspiraron en construir nuevos argumentos mucho mas allá de sus progresistas formas, resaltaron una clara autodeterminación en sus constantes triunfos europeístas, basados fundamentalmente en la poderosa unidad de su magnifica y aparente homogénea exaltación.
Una profunda irreversibilidad de Europa, y como consecuencia del fin de su nefasta y Primera Guerra Mundial, contribuyó inexorable a la desmoralización, desorientación, como a la pérdida de confianza imperante entre sus diferentes élites, como al igual influyó entre sus destacados miembros que socavaron con sufrimiento su propio debacle, en la idea de que, a través de sus irreparables pérdidas y continuos padecimientos, proporcionaron tanta desgracia a una ciudadanía rota por el desamparo y que su posterior declive infringiera con extrema dureza en su ya desgastado y efímero símbolo de libertad.
No recobraría, en ningún caso, la influencia hegemónica sobre el orden mundial constituido por aquel tiempo, ya que sus observadores situados por todo su espectro político así lo confirmaron lamentablemente. La preocupante desolación en Occidente se convertiría en tema de conversación muy habitual, sobre todo a la hora de describir el sentimiento generalizado del fin de una época y que afectaba si ir mas lejos al más puro ambiente conciliador e intelectual que trataba de resurgir y en su más alto sentido estricto común que así lo presagiaba, escritos cargados de tanta fatalidad con demasiada resignación, apuntaban a la evidente desolación en su desgraciada malformación y agónica situación vivida. Muchos colegas escritores asociaban con pesimismo la destrucción de Occidente, al enorme auge de las masas en su propia hostilidad y con la que expresaban su realidad más oculta, exteriorizaban una incapacidad sobrenatural que impedía afrontar su propia pérdida de fe, dentro de sus grandilocuentes valores de consensuada y altruista civilización, que seguía enardeciendo posturas.
Las mismas masas odiaban las buenas maneras en la construcción de argumentos y sensibilidades que se basaban en pormenorizar cualquier distinción de rango, que sobre todo proporcionaba lógica y coherencia, sobre todo en el orden de una propiedad, que junto con la disciplina del conocimiento que trataba de abrirse se escondía la supremacía de su anclada conformidad y existencia. Su incapacidad quizá funcionó como una vulgar transferencia psicológica, la cual evitaba tener que aceptar una ideología en su legado y estatuto de civilización adherida siempre como sentimiento, ya que se extendía de una manera especial y entre las clases altas educadas, era una forma de percibir que, en lugar de progresar en su lucha reivindicativa con creciente inquietud tratando de analizar consenso con cierto postín en su dignísima consideración, retrocedía bajo el titulo genérico de un deterioro moral y mental importante, pero del todo concluyente.

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