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un amigo de León

Comer de gorra finamente

Éramos casi de la misma edad y vivíamos en la misma calle. Las circunstancias de la vida hicieron que él se marchara de León a estudiar Medicina y yo me quedara aquí. Pasado el tiempo, y por mediación de un familiar suyo, nos volvimos a encontrar. Me comentó que había ejercido su vida profesional como médico allí donde se había asentado pero sin renunciar a la ciudad donde se había desarrollado.

Archivado en: Maximino Cañón, comer de gorra, calle Renueva

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Maximino Cañón
08/7/2022 - 02:20

Resultó ser una persona a la que yo, a pesar de los muchos años sin vernos, identifiqué de inmediato al verle aparecer en el lugar en que habíamos quedado telefónicamente. Estaba soltero y era muy entretenido debajo de un caparazón de timidez que aparentemente mostraba.
Lo cierto es que cada vez que nos veíamos dábamos un repaso a lo que en aquella calle de Renueva, que era mucho, había acontecido y que ambos recordábamos con nitidez echando de menos a muchos de nuestros contemporáneos. Aunque no lo aparentaba, era un hombre con mucha sorna (como diríamos en León) y así, mientras centrábamos nuestras conversaciones alrededor de un café, me contó algunas anécdotas que me impresionaron y me hicieron reír. Me confesó que desde estudiante, solo o en compañía de algún amigo, descubrió el arte de comer de gorra colándose en bodas y celebraciones a las que, por supuesto, no estaba invitado. Todo ello con una entereza digna de un profesional del gorroneo aunque, en este caso, no era por falta de medios pues, según me contaba, tenía una economía más que saludable derivada de su ejercicio como profesional de la Medicina durante toda su vida. Me dijo que estando en Moscú con un colega de León en un congreso, observaron como una comitiva de personal ruso entraba en el hotel y se sentaban a degustar un opíparo menú, con caviar del bueno de entrante, regado con un buen champán francés. Él, acompañado de su compañero leonés, ni cortos ni perezosos se sentaron en una mesa donde había un matrimonio ruso que, a pesar de no hablar otro idioma que no fuera el suyo, resultaron ser de lo más agradable a base de gestos. La realidad fue que salieron bien comidos y bebidos de aquella celebración sin que supieran a qué se había debido el motivo de la misma. Mientras esto me contaba, al ver mi sorpresa, me dijo muy en serio: si no pasa nada, el próximo día que venga y se celebre una boda en el Hostal nos ponemos el traje y nos colamos como hay Dios, a lo que yo, muerto de risa, decliné la invitación. Desgraciadamente me enteré que hace poco había fallecido. Mis recuerdos.

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