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“Hay familias biológicas que nos ven como una amenaza, pero no lo somos”

Arancha Loma-Osorio acogió a María Lara hace una década y, aunque ya tiene 21 años, continúan viviendo juntas

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Arancha, madre de acogida, y María continúan viviendo juntas · Virginia Ducrós (GENTE)

Arancha, madre de acogida, y María continúan viviendo juntas · Virginia Ducrós (GENTE)

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Virginia Ducrós · GENTE en Logroño
24/1/2020 - 05:01

Hace diez años María irrumpió en la vida de Arancha. Esa niña, de once años, temerosa, demandante de afecto, llegaba a su nuevo hogar junto a la que sería su madre de acogida. “Estuve supernerviosa y me puse hasta a llorar”, rememora. Ahora, en 2020, con 21 años cumplidos, recuerda cómo fue ese primer día con Arancha. Cambiaba el piso tutelado en el que se hallaba junto con otros menores por su nueva casa. “Por una parte echaba de menos a mis compañeros, pero por otra me quería marchar. Yo veía a niños que se iban y volvían. Y yo eso no quería. Yo quería un hogar para toda la vida”.  “Y así ha sido”, apostilla Arancha.


    Arancha Loma-Osorio se convirtió en madre de acogida por segunda vez. “Había comenzado los trámites cuando estaba casada y cuando me separé llamé -a la Consejería de Servicios Sociales- porque habían cambiado mis condiciones personales”. Primero llegó Esmeralda, la primera niña que tuvo en acogida -fue un acogimiento temporal-. Y cuando ella se marchó, María Lara. “Nos costó hacer el acoplamiento muchísimo tiempo. Estuvimos seis meses”. No es lo normal, pero sentía apego por dos hermanas con las que vivía en el piso tutelado.


    Tampoco es habitual que cuando un menor cumpla la mayoría de edad continúe viviendo con la familia de acogida. Pero la conexión entre María y Arancha fue buena y ambas acordaron seguir. Y con ellas Naiara, de 13 años, a la que acogió en febrero de 2019 Arancha. “Lo hablé con María. No sabía muy bien cómo lo iba a hacer, pero lo que sí tenía claro es que no iba a decir que no a acoger a Naiara”.


    Y como en casi todas las familias, la convivencia no siempre ha sido fácil. Sobre todo con la llegada de la adolescencia. “Al principio es muy bonito, después llega la realidad y, por último, el día a día”. Así de resumido. Sin embargo, Arancha lo tiene claro. Para ella compensa. “Ellas también lo saben; no hubieran sido nadie si no hubieran tenido una oportunidad”. María asiente. “Me has dado más educación, algo que mis padres no pudieron darme”.


    Durante los diez años que han convivido juntas han aprendido la una de la otra. “He aprendido muchas cosas de ella y seguro que ella también”, subraya María. Y añade: “muchas veces la he visto apagada y he estado detrás de ella”. “Es que te pueden. Hay que ser muy fuerte y tener mucha capacidad de aguante”, se justifica Arancha.


    Porque la adolescencia es una etapa complicada. “No es lo mismo estar con monitoras y niños que estar con una persona, que se ha convertido en tu familiar, más luego los de alrededor, que son su familia”, apunta la joven. Pero Arancha es consciente de la necesidad de que esa etapa crucial de la vida se pase en una casa y no en un piso o centro. “Es la adolescencia y te lo puedes tomar como te dé la gana. Con ganas, sin ganas, bien, mal, pero eso hay que pasarlo”, señala, a la vez que admite que con Naiara le toca vivirlo ahora.


    “Para esto hay que tener mucha sangre fría y rodaje”, prosigue, a la vez que señala que casi todo el mundo quiere niños pequeños, pero a los adolescentes “también hay que darles una oportunidad.Es que son carne de cañón. Necesitan mucha atención, enseñarles el camino correcto, porque no lo han visto nunca. No han tenido un día a día de una vida normal”.


    “Se pasa muy mal”, agrega María. “El adolescente va a chillar, se va a enfadar, va a protestar, a renegar. Sucedió con ella y ahora me ocurre con Naiara, pero ya está, te lo echas a la mochila”. María, a estas alturas, lo ve claro. “Fue un poco desagradable, porque al fin y al cabo tú eres pequeña y haces lo que te da la gana. Pero cuando te vas haciendo mayor, te das cuenta e intentas cambiar”.

HORARIOS Y NORMAS

Echando la vista atrás ambas se quedan con las cosas buenas de una convivencia que iniciaron hace una década. Nada más llegar a su nuevo domicilio tocó preparar horarios, planificarlos y aclimatarse a las nuevas circunstancias. “Me costó mucho, por ejemplo, adaptarme al autobús para ir al colegio”, admite. “Tenía que ir yo por delante en el coche para que me viera y estuviera tranquila”, señala Arancha. “¡Es que me perdía! Le llamaba cada dos por tres para ver dónde me encontraba”, reconoce María. “Creo que era más bien dependencia, quería que la llevara en coche, pero tuvo que espabilar”, replica su madre de acogida.


    En cuanto a los horarios, fuera de los pisos tutelados “tienes más libertad, porque ahí sales y vuelves a las 8 de la tarde”. ¿Y las normas? Ahí discrepan. Mientras la madre de acogida insiste en que no las hay en su casa, María dice que sí. “Ellas tienen que poner la lavadora, pero básicamente es tomártelo como puedas. Yo ya no me desespero”, indica Arancha.


    En todo momento han contado con la ayuda de la Consejería de Servicios Sociales y la Cruz Roja. “Vas muy de la mano”. Reuniones, psicólogos, psiquiatras... “Tienen que sacar lo que llevan dentro”. Y cada caso es distinto. Con María, cada quince días, tenía que llevarla a ver a su madre. “Siempre va a ser su familia biológica. No suplantamos a nadie. Hay quien nos ve como una amenaza, pero no lo somos”.


    “No somos ni una posesión ni un objeto. Es una ayuda que nos dan. Ya que nuestros padres no pueden, que haya alguien que sí”, aclara María. Ella tiene una hermana mayor y dos sobrinos. Mantiene el contacto con ellos. También con su madre. A todos los vio en Navidad. Con su título de ‘Servicios Comerciales de Marketing’ confía en encontrar un trabajo y emprender su propio camino, sin descartar, algún día, convertirse también en familia de acogida. “Es un trabajo muy silencioso, pero estamos mucha gente, lo que pasa es que hace falta tres veces más”, concluye Arancha.

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