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Nuestros duelos, con nombres y apellidos

Todavía les seguimos viendo raro, pero de su trabajo depende que las despedidas de nuestros seres queridos, siempre duras, resulten dignas. Son los tanatopractores y asesores familiares.

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De izquierda a derecha, Esther, Sara y Ana·Fotografía: Rafa Herrero

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gentedigital.es/Patricia Costa
31/10/2014 - 09:53

No sabe explicarlo, pero siempre lo tuvo claro, desde los 8 años. De mayor no quería ser astronauta, médico o profesora. Esther Pedrosa deseaba convertirse en tanatopractora. "Mi padre no se lo creía, hasta que hice las maletas, con 17 años, para trasladarme a Salamanca a estudiar. Nunca había estado cerca de un cadáver y dudaban de mi fortaleza", recuerda, mientras hace un descanso en su actual lugar de trabajo, el Tanatorio Parque de San Isidro.

En su puesto no faltan pinzas, agujas, cuerda, algodón, peines, laca, rímel, maquillaje, colorete o lapices de ojos. Todos ellos materiales necesarios para acondicionar los cuerpos sin vida que llegan a estas instalaciones para protagonizar su despedida de amigos y seres queridos. "Siempre me atrajo el hecho de ayudar a las familias con mi trabajo, para que puedan ver al fallecido mejor de lo que lo han visto en el hospital, y así se puedan despedir de la mejor manera y pasar el duelo", reconoce. En ellos, en esos allegados, pensó Esther en todo momento durante su primer día como tanatopractora. "Me sentía muy segura, era lo que quería hacer, pero no dejaba de pensar qué opinaría la familia de aquella persona, si le había dejado bien o no", confiesa, recolocando una y otra vez sus utensilios de trabajo y mostrando los esmaltes de uñas, "cada vez más demandados".

Menos vocacional pero igual de satisfactorio ha resultado el camino de Ana Amo hacia otra de las profesiones que interviene en los servicios de la compañía Interfunerarias, que gestiona San Isidro. Ella es asesora familiar. "Mi caso fue accidentado. Trabajaba en un gimnasio y por casualidad hice aquí una entrevista. Nunca había visto un fallecido en mi vida, pero todo cuajó muy bien. Me encargo de atender a la familia desde el minuto cero y de manera indefinida. El trabajo no termina con el entierro o incineración, no solo se trata de trámites administrativos, también escuchar, apoyar, pesa más la parte sentimental. Lo importante es que la gente se sienta respaldada y se despreocupe para vivir su duelo", subraya.

Y para ejemplo, el que le ha mantenido ocupada minutos antes de esta entrevista. "Acabo de atender a la familia de una mujer fallecida, muy joven, todo el mundo está muy afectado. Se encontraron con que no podrían enterrarla en el sitio que guardaba un significado especial para todos. Mi función ha consistido en ejercer presión sobre el cementerio en cuestión y resolver dicha situación", cuenta, mostrando seguridad y compromiso. Una seguridad que poco parecido guarda con la que reflejaba en su primer día ejerciendo de asesora. "Tenía mucho miedo, sobre todo porque no sabía qué me iba a preguntar la familia. Pero enseguida supe que me gustaba tratar con las personas, hablar con ellas en esos momentos tan duros, sentarme en las salas...", afirma.
buscando la normalización

Coordinando a Esther, Ana y al resto de profesionales que intervienen en un servicio funerario, nos encontramos a Sara Revilla, directora comercial de Interfunerarias, y anteriormente abogada durante una década especializada en temas de familia y sucesiones. "Este es un trabajo que suscita mucha curiosidad, y la gente te pregunta. Pero cuando ya cuentas lo que haces, todo cambia completamente. Entre todos, intentaremos que la visión vaya cambiando", apunta. "Cuando yo se lo conté a mi abuela, hasta se santiguaba. Ahora nos siguen viendo raro, pero la gente joven lo va normalizando", destaca Esther. De igual forma piensa su colega Ana. "Hay familiares que no quieren saber ni cómo me ha ido el día, aunque yo creo que dedicarse a esto es como ser médico, panadero o dependiente. Espero que se termine considerando algo normal", concluye, al mismo tiempo que se levanta de la silla. Otra familia le espera.

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