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DESCUBRIENDO CANTABRIA CON MONCHO ESCALANTE

Un lugar encantado en Peña Sagra: La Braña de los Tejos

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La Braña de los Tejos

Hay lugares que destilan una atmósfera especial, difícil de describir con palabras. Tienes que estar ahí para sentirlo.

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Moncho Escalante
05/12/2021 - 14:03

Hay lugares que destilan una atmósfera especial, difícil de describir con palabras. Tienes que estar ahí para sentirlo. Tienes que estar ahí para experimentar como se te eriza el pelo al cruzar su umbral, como te embarga la emoción cuando te adentras en su interior, cuando te dejas engullir por las historias que ahí se han desarrollado, cuando unes tus pasos a todas las pisadas que lo han hollado, cuando sumas tus latidos al palpitar de los corazones que han sentido, mes tras mes, año tras año, a través de incontables siglos, esa misma sensación que tu estás percibiendo. Porque creo que, lo quieras llamar como lo quieras llamar, todo lo que ha sentido la gente que ha pasado antes por esos espacios tan especiales, se acumula y te envuelve, hasta un punto que es capaz de embriagarte.

 

Y todo este rollo os lo he metido para hablar de la Braña de los Tejos, en la sierra de Peña Sagra, uno de esos lugares que yo considero extraordinarios. 

 

No me canso de visitarla e imaginar, y en ocasiones casi revivir, las historias que se habrán desarrollado bajo las ramas de los tejos centenarios que la conforman.

 

No es muy grande la braña, apenas dos docenas de tejos, de troncos retorcidos, arañados por el tiempo, algunos requemados, pero de copas tan frondosas, que hasta en el día más luminoso se asienta la umbría en su interior.

 

A la braña se puede acceder desde San Pedro de Bedoya, que es el camino más sencillo, ya que se puede recorrer en 4x4, pero el menos vistoso. 

 

Yo prefiero subir ‘a pezuña’, desde Cicera o desde Lebeña, aunque he de reconocer que no son rutas fáciles, y no están al alcance de todo el público. Los más de 900 metros de desnivel que acumulan ambos senderos, pueden desanimar a los que no estén en buena forma.

 

Los tejos ocupan un lugar destacado entre los árboles venerados por las culturas de origen céltico. Para los cántabros era un árbol sagrado que les unía con la muerte, con el más allá, ya que utilizaban sus hojas y corteza para suicidarse. 

 

El tejo es un árbol sumamente tóxico. Todas sus partes, excepto la envoltura roja de los frutos, contiene grandes dosis de taxina, un alcaloide muy tóxico, que provoca convulsiones, hipotensión y puede llegar a ocasionar la muerte. 

 

Los guerreros cántabros, para los que la muerte era preferible a la humillación de caer prisioneros, portaban siempre un pequeño saquito con hojas con las que suicidarse, antes de caer capturados. No es complicado imaginar que en la braña, tuvieran lugar ceremonias que refrendaran esa unión de nuestros ancestros con la eternidad.

 

La braña está en lo alto de un cerro, amparada por imponentes roquedales, que esconden alguna que otra sorpresa, como la cercana boca de la mina de Arceón. A su alrededor hay gran cantidad de dolinas, testigos del carácter calcáreo de Peña Sagra, y alguna que otra torca, por lo que no está de más andar con cuidado.

 

Rodeados de un perímetro vallado, supongo que para preservarlos de las vacas y caballos que pastan por los prados cercanos, se encuentran el grueso de los tejos, acompañados de algunos acebos. Los tejos pueden llegar a tener 2.000 años de edad, y es posible que alguno de estos ejemplares acumule dentro de su corteza ese número de anillos de crecimiento. Los troncos tienen formas caprichosas, algunos bifurcados o con numerosas ramificaciones. 

 

En lo más oscuro de la braña, destaca un ejemplar que en su tiempo fue alcanzado por un rayo, sin que este lo llegara a fulminar. Aún quemado y con el interior vacío, se mantiene erguido y con las ramas cargadas de hojas. Parece un milagro.

 

En días despejados, las vistas desde la braña son espectaculares; los Picos de Europa, el mar Cantábrico, y muchas otras lejanas estribaciones.

 

En resumen, os diré que es una excursión preciosa a un lugar encantado, al que no es sencillo llegar, pero cuyo esfuerzo vale la pena. Lo ideal sería rematar la ruta con un picnic montañero, pero que no se os ocurra aderezarlo con una ensalada de hojas de tejo, o aprovechar las circunstancias para sacrificar alguna virgen, o un niño recién nacido al dios Endovelico. Eso pasó de moda hace unos miles de años.

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