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Blog de Enrique Hormigos

Demasiada letra

Estamos en el aire.

Cuando yo era chaval, uno de mis juguetes favoritos era una grabadora Philips que mi hermano y yo utilizamos hasta que se cayó a pedazos, grabando tonterías de una variedad francamente apabullante.
Empezamos grabando nuestras voces, solo por la cosa de oírnos después y no reconocernos, y muy pronto empezamos a parodiar telediarios, entrevistas, programas de cocina, programas de OVNIs como el del Dr. Jiménez del Oso, concursos de eurovisión, anuncios de la tele y mil cosas más. Aquello enganchaba, nos partíamos de risa oyendo lo que grabábamos, pasábamos las cintas una y otra vez, atormentando a la familia con infinitas emisiones en sesión continua. Nuestra sola aparición con aquel mamotreto a pilas bajo el brazo parecía recordar de repente a todo el mundo que había olvidado hacer algo importantísimo en la otra punta de la ciudad. Éramos un par de coñazos. Grabamos concursos de eructos después de beber gaseosa, pedos, gritos destemplados y cantidad de sonidos corporales que no sabíamos que teníamos dentro. Agotados los géneros paródico y documental, supongo que la llegada a la ficción pura y dura era cuestión de tiempo.

Y vaya si llegó.

Historias de piratas, de guerra, policíacas, de ciencia ficción, de espías (con un curioso subgénero: las de James Bond, que entonces era Roger Moore), peleas entre bandas juveniles, historias de 200.000 zulúes escabechando a cuatro soldados británicos, tiroteos en el oeste, estampidas de ganado... no había género que se nos resistiese. Cualquier cosa que viésemos en la tele o en el cine era masticada y escupida en forma de serial interminable. Y siempre sin guión. Un, dos, tres...REC!! Y a lo que saliese, con una frescura y una diversión que solo nos fallaron una vez, el día que decidimos ponernos serios y escribir un "guión" antes de grabar. La cosa quedó bastante rígida, se notaba cantidad que estábamos leyendo un texto y la ausencia de "morcillas" nos convenció de que lo más divertido de esas historias eran precisamente las "morcillas". Así que pronto volvimos a nuestro caótico y charcuteresco sistema original, enriquecido esta vez con un descubrimiento genial: los "efectos especiales" de fabricación casera. Empezó entonces una época de explosiones con petardos de verdad, cataratas grabadas tirando una y otra vez de la cadena del váter, tambores de guerra a base de aporrear tambores de "Colón" con las cucharas de palo de mi abuela, portazos que simulaban cañonazos, ametralladoras a base de tracas chinas y otros mil recursos que, la verdad es que daban el pego que no veas.

Hasta que un día nos dio por otra cosa, o nos quedamos sin ideas, o descubrimos a las chicas, o yo que sé. Pero el caso es que la cosa se acabó. Abandonamos para siempre el estudio de grabación, para gran alivio de mi abuela (grabábamos en su cuarto de baño, donde éramos capaces de crear el efecto "sonido de caverna" con sólo correr y descorrer la cortina de la ducha) y abandonamos el mundo del espectáculo, dejando un legado de cintas de 60 que, oídas hoy, siguen dando la misma risa y divertida vergüenza ajena que entonces.

Resumiendo: que esta noche a las nueve retransmiten por la radio la versión de "La Guerra de los Mundos" con la que nuestro "colega" Orson Welles acojonó a media humanidad -la otra mitad no tenía radio- hace 70 años.

Con "efectos especiales" de fabricación casera, espero.

Y no sé cómo les va a quedar, pero yo no me la pierdo...

+ tonterías en ehormigos.blogspot.com

Publicado el 30 de octubre de 2008 a las 20:15.

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Enrique Hormigos

Enrique Hormigos

Desde que me metí en el lucrativo negocio del humor con la idea de hacer una fortuna en un par de semanas y retirarme a vivir de las rentas en una hermosa finca en la Toscana, hay una escena que se repite de manera exacta cada vez que busco echarle el lazo a un nuevo cliente.

La cosa empieza en el despacho de la víctima, dónde me presento generalmente sin avisar (soy un fan del "Efecto Sorpresa"). Una vez que el director se da cuenta de que no me sacará de su despacho sin la ayuda de un revolver del 45, suspira resignado y abre mi viejo carpetón (Viejo desde el día en que lo compré. Lo até mal a la baca de mi motocicleta y, recién salido de la tienda, lo arrastré durante 200 metros por el asfalto. Pero bueno; no lo iba a tirar).

Silencio sepulcral. El tío estudia el material y, después de un rato sin decir ni pío, se rasca la barbilla y murmura: "Mmmm... Demasiada letra..."
Fin de la entrevista.

Y aunque nunca he entendido porqué la gente no se rasca la barbilla y murmura "Mmmm... Demasiada letra" cuando lee los chistes de Forges o de El Perich, espero que, en este caso, mi asqueroso defecto no os desanime demasiado.

De cualquier manera, gracias por sintonizar este canal.
Un saludo.

 

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