España no colonizó

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Con ocasión de una reciente polvareda mediática sobre la obra de España en América, Juan Manuel de Prada aborda el tema con clarividencia y nos regala una insuperable lección de historia de España, en columna publicada en ABC el 8 de abril de 2017. Imposible decir más en menos palabras, ni decirlo mejor y con más nervio. Transcribo el artículo íntegro:

 

“A José Antonio Sánchez, presidente de RTVE, le han montado un aquelarre por afirmar que España “no fue colonizadora, sino civilizadora y evangelizadora”. No debe extrañarnos tan furibunda reacción; pues, el españolito medio siempre ha sido una cacatúa orgullosa de regurgitar todos los topicazos de la Leyenda Negra, como nos explicaba Joaquín Bartrina en unos versos célebres: “Oyendo hablar a un hombre fácil es / acertar dónde vio la luz del sol. / Si habla bien de Inglaterra, será inglés; / si os habla mal de Prusia, es un francés; / y, si habla mal de España, es español”.

“Así, aceptando las tergiversaciones elaboradas por nuestros enemigos seculares, hemos llegado a avergonzarnos de los episodios más gloriosos de nuestra Historia, en un aberrante proceso de patología colectiva. Yo agradezco mucho a José Antonio Sánchez, de cuya teta nunca he mamado, que haya tenido el valor de confrontar al enfermo con su odiosa patología masoquista.

“España fue, en efecto, civilizadora y evangelizadora. Llegó a América con una idea muy sencilla y, a la vez, vertiginosa: Dios había hecho nacer a todos los hombres de una misma pareja; más tarde, había querido que su Hijo se pasease por el mundo en carne mortal, como si fuera descendiente de aquella primera pareja; y, ya por último, había entregado su poder al Papa, que a su vez se lo había alquilado a los reyes españoles en aquellas regiones del planeta. De lo que se deducía que los habitantes de aquellas regiones eran súbditos del rey español, fieles al Papa e hijos de Dios, por ser descendientes todos –como cualquier rey o Papa– de aquella primera pareja. Y algo tan sencillo y a la vez tan vertiginoso fue posible porque España era entonces la única nación europea que custodiaba íntegro el concepto medieval –escolástico– de la unidad universal de todos los hombres.

“Por supuesto, muchos españoles que se fueron a América albergaban crudos instintos materiales. Pero sobre su crudo materialismo se impuso la noción escolástica de unidad universal de todos los hombres. Por eso la reina Isabel montó en cólera cuando, de una de las primeras expediciones colombinas, le trajeron indios para que los tomase como esclavos; y ordenó reunir a sus mejores teólogos, para que le explicasen lo que ella ya sabía: que los indios eran tan hijos de Dios como ella misma. Y enseguida la tesis misionera se alzó frente a la tesis colonizadora; y surgió el “derecho de gentes”, amparando al indígena frente a los poderes temporales. Aquella fue la mayor empresa civilizadora que vieron los siglos.

“Luego, en la práctica cotidiana, se cometieron muchos abusos –como también Sánchez reconocía en su discurso–, porque había españoles crueles y ambiciosos. Pero españoles fueron también quienes denunciaron estos abusos, desde Bartolomé de las Casas a mi paisano Toribio de Motolinia. Y españoles fueron, en fin, los reyes, obispos y jurisperitos que defendieron a los indígenas con leyes humanísimas, sin parangón en la época. Una nación se define por los principios que sus mejores hijos sostienen, no por los abusos que sus bastardos perpetran. Y, además, por cada español cruel hubo siempre un fraile con los cojones muy bien puestos que se liaba a zurriagazos con él y lo amenazaba con la condenación eterna, obligándolo a pagar los estudios del indígena maltratado o a acoger a la indígena a la que había dejado preñada.

“Así, el español se fundió con el indígena, dando lugar a la más hermosa raza que vieron los siglos. Bastardo sea quien denigre esa raza; y bastardo también quien reniegue de la empresa que la hizo posible”.

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Jiménez Lozano

buscando un amo

 

 

Lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa, sentenció Ortega. Algunos sí lo saben. Se diría que el periodista que siempre ha sido Jiménez Lozano se ha tomado esa difícil tarea explicativa como un reto muy personal. “Buscando un amo” nos brinda una antología de sesenta textos publicados desde el año 2000 en periódicos españoles. Un estupendo mural impresionista de los tiempos modernos y posmodernos, con su nihilismo lúdico y sus deconstrucciones, con sus caras más problemáticas y sus raíces.

 Estamos ante un diagnóstico en toda regla, necesariamente interesante y sorprendentemente ameno, pues nunca falta la anécdota sabrosa, la lección de historia antigua o reciente, el escorzo de un personaje atractivo, la ironía benévola… Ahora que abundan los alumnos y escasean los maestros, estos sesenta artículos son otras tantas lecciones de civilidad, pequeñas solo en extensión, profundas y permanentes en su contenido.

 Jiménez Lozano gusta de interpretar el presente a la luz del pasado. Convoca para ello a Homero y Lao Tse, a Carlos V y Adriano de Utrecht, Alarico y Napoleón, Lenin y Stalin, Mao y Hitler, Rousseau y Bartolomé Carranza, Horacio y Cervantes… Después, por el puente de la comparación nos habla de la decadencia de Europa, se ríe de la palabrería posmoderna, denuncia la tiranía de lo políticamente correcto y su pensamiento único, desenmascara imposturas del arte actual, lamenta la torpeza de nuestros planes de estudio…

 

Algunas frases

 Me parece oportuno añadir, pensando en los lectores que no conozcan a Jiménez Lozano, que es probablemente, entre los escritores españoles en activo, el intelectual con más enjundia. Dice, entre otras cosas:

 La enseñanza antigua daba una gran importancia a la poesía porque aportaba el conocimiento necesario, a través del fulgor de la belleza, sobre la realidad del mundo y la frágil y perversa consistencia de la condición humana. Pág. 58

 Dramática necedad de las pedagogías y las campañas de lectura, que proclaman que lo importante es leer, sin que importe lo que se lea. Porque lo cierto es que siempre somos hijos de una palabra oída o leída, e importa absolutamente todo qué clase de palabra sea. 138

 Diderot dijo con todas las letras que Rousseau era “un bandido”, y Voltaire aseguró que no solo debían ser quemadas sus obras, sino que él mismo debía desaparecer con un castigo capital. Así que, en realidad, solo la posteridad, y especialmente nuestro mundo, parecen haber comprendido a este señor como resumen de bondades y maestro y espejo de educadores, aunque él llevó a sus hijos a una inclusa para que se los educasen los demás. 140

 La liquidación de la civilización occidental podemos simbolizarla en la honorabilidad artística que adquiere cualquier cosa, enseguida valorada por encima de una virgencita del Duccio, con tal de que magnifique la instintividad contra la cultura, e inaugure como gran estilo el pisoteamiento de lo hermoso, lo verdadero, y desde luego de la bondad humana, que sería igualmente una consideración subjetiva. 172

 Por atroz que haya sido y siga siendo la Historia humana, lo cierto es que ha dado bastantes muestras de individuos absolutamente extraordinarios, y bastantes miles o millones muy aceptables, que han hecho, y hacen, que el planeta no sea un puro corral de vacas, si las vacas me perdonan la comparación. 188

 Ya estamos, y parece que se va a estar más plenamente, en un régimen de enseñanza de baja intensidad, igual para todos; en la que se acabaría con las excelencias y los méritos que se nos asegura que son algo sumamente perjudicial para los menos económicamente favorecidos, porque parece partirse del supuesto de que todos los pobres son idiotas. 199

 En la China del señor Mao, gentes perfectamente analfabetas enseñaban historia o medicina, y hasta hacían intervenciones quirúrgicas a su manera, con la única guía de los pensamientos y poemas del Presidente Mao, aunque este llamaba a un médico occidental en cuanto le dolía alguna cosa, claro está. 200

 Este tiempo nuevo es una visión del mundo, según la cual deben ser destruidos treinta siglos de cultura, y, desde luego, el sentido ético y religioso, la tradición familiar y la noción misma de belleza, y toda esa destrucción debe ser considerada una conquista frente al pasado. 212

 Lo que vemos y tocamos cada día es que las cosas ya no son lo que son, sino lo que se decide que sean en cada momento; la verdad es diseñada, cada vez, por un supuesto consenso de opiniones, aunque en realidad sea una decisión por parte de quienes tienen el poder para ello. No podemos saber, entonces, lo que es justo o injusto, verdadero o falso, hermoso o espantoso, humano o inhumano, hasta que eso no se nos señala en cada caso, autoritariamente; y eso, comenzando por el mismo lenguaje.

 Y no hay posibilidad de referencia a algún tipo de verdad, porque la realidad es una realidad construida (…), donde las palabras se sostienen con su mera enunciación, y siempre significan lo que se nos ordene (212), y componen un argot ininteligible y polisémico, que parece decir todo de manera intelectualmente inapelable, y no quiere decir nada. 240

 La dictadura de lo “políticamente correcto” lleva  cabo un acondicionamiento continuo de las mentes, en un mundo en que solo resuenan la política y la comercialidad, donde resulta arduo que pueda brotar un discurso sobre otra realidad, porque esa realidad es desconocida para la mayoría, o ha sido estigmatizada y suscita temor a ser rechazada en un océano de unanimidad. 236

Porque pensar por cuenta propia es un signo de un individualismo insolidario, verdaderamente intolerable a estas alturas tan sociales. 241

 El adagio en latín que nos pinta la soledad transfiguradora y feliz, tal y como la imaginaban los antiguos, dice: “In angulo cum libro”, esto es, “con un libro en un rincón”; pero no el Día del Libro o en la Feria del Libro, sino siempre. 251

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La Isabel de Walsh

Isabel

Ahora que media España ha visto la serie “Isabel” en televisión, puede ser oportuno recomendar una de sus mejores biografías. La vida de la reina castellana, tan rica y cargada de aventura durante medio siglo, supera la imaginación del mejor guionista o novelista. Supo mantener su integridad moral en la corrompida corte de Enrique IV, su hermanastro. Contra la voluntad del rey, se casó a los dieciocho años con Fernando, rey de Sicilia y heredero de la corona de Aragón. A los veintitrés era reina de un territorio empobrecido, esquilmado y ensangrentado por los nobles. Treinta años más tarde, a su muerte, Castilla era el primer y más poderoso Estado moderno, organizado y pacificado, protagonista de la increíble aventura americana.

Isabel poseía una educación esmerada, una inteligencia despierta, un carácter fuerte y un encanto difícil de resistir. Los testimonios sobre su gran belleza son unánimes. Como casi todos los Trastámara, era rubia y de ojos claros. Entre sus aficiones estaban la caza y los caballos, la poesía y la música. A todos sus rasgos y aficiones anteponía su sentido del deber y su profunda religiosidad. Sin esa personalidad excepcional, le hubiera resultado imposible llevar a buen fin sus propósitos.

William Thomas Walsh estudió en la Universidad de Yale, ejerció el periodismo y fue profesor de lengua inglesa. En 1930 publicó en inglés Isabel de España. La primera edición castellana vio la luz en Burgos, siete años más tarde. Entre los muchos méritos de esta biografía yo destacaría su respeto a la verdad, su amenidad y su claridad expositiva. Esa claridad brilla especialmente cuando muestra el contexto de ideas y circunstancias que explican las difíciles decisiones de los protagonistas. Si tuviera que destacar tres ejemplos, las páginas dedicadas a los musulmanes, a los judíos y a la Inquisición me parecen difícilmente superables.

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La negación de lo evidente

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Bauman, icono de la izquierda posmoderna, murió hace dos meses con la conciencia tranquila, después de llamar corruptos y estúpidos a los políticos europeos, y de repetir que el saldo de Internet es negativo por la proliferación del “odio anónimo”. Lo estamos viendo, una vez más, a propósito de la campaña que Hazteoír ha lanzado contra la matraca Trans, en defensa de lo evidente. Consiste en la contratación de un autobús que recorre varias ciudades españolas mostrando la diferencia corporal entre niños y niñas. Algo tan de sentido común ha levantado en armas a Cristina Cifuentes y a los nuevos censores sexuales, que se mosquean cada vez que se pronuncia a secas la palabra hombre o mujer, y se ponen histéricos cuando oyen hablar de sexo natural o de ciencia, ya sea biología o medicina.

Para zambullirnos de lleno en el esperpento, el Fiscal Superior de la Comunidad de Madrid, Caballero Klink, ha ordenado la apertura de diligencias de investigación por posible delito de incitación al odio, y no descarta la retirada de todos los libros de texto y manuales de anatomía y fisiología publicados hasta el momento. Si usted se pregunta qué puede hacer para frenar el sinsentido de este país kafkiano, recuerde el consejo de Orwell: “Hemos caído tan bajo que atreverse a proclamar lo obvio se ha convertido en el deber esencial de toda persona inteligente”.

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