Un precedente de la Escuela de la mirada
Hace unos días, leyendo una nómina de grandes ficciones olvidadas, vi que se incluía en ella La invención de Morel (1940) del argentino Adolfo Bioy Casares. De que es uno de los grandes textos de la literatura fantástica escrita en español del pasado siglo, no cabe duda. De haya caído en el olvido, ya no lo sé. Por si fuera el caso, aquí van las notas que tomé tras mi lectura de la obra capital de Bioy en enero del 98. Apenas comencé a leer a este autor, a raíz de que se le concediera el Cervantes en 1990, me pareció mucho más que ese acólito de Borges por el que se le suele tener. De hecho, con mi dilecto Horacio Quiroga y sus fábulas fatalistas, es uno de los escritores latinoamericanos que más estimo. Lo descubrí en los cuentos de Una muñeca rusa (1990) y lo celebré con alborozo en 2005, durante la lectura de su Antología de la literatura fantástica, que compiló junto a Borges y Silvina Ocampo ese mismo año 40 que dio a la estampa La invención de Morel. Pero no divaguemos. Paso sin más a mis notas por si fuera cierto que el texto ha caído en el olvido y, por si siendo el caso, pudieran tener algún interés.
Un inocente perseguido por la justicia, acusado de un crimen que no ha cometido, nos cuenta cómo llegó a la pequeña isla donde se esconde siguiendo el consejo de un vendedor italiano afincado en Calcuta, a quien conoció casualmente.
El lugar está deshabitado a consecuencia de una extraña enfermedad "que mata de afuera para adentro" y que, según se dice, afecta a quienes se internan en él. Sin embargo, más que esta supuesta afección, que resulta ser un bulo, lo que verdaderamente hace padecer a nuestro hombre, por encima incluso de su repugnante dieta, es la soledad.
"Edificadas por gente blanca en 1924", la isla cuenta con una capilla, un museo -en realidad un hotel o un sanatorio, según explica el mismo narrador- y una pileta de natación. Si el relato empieza con el anuncio de un verano inusitado en el lugar es porque, repentinamente, una noche, después de haber dormido otras cien anteriormente en su desolado refugio, el fugitivo comienza a sentir que hay gente bañándose en la pileta de natación.
Tras la primera desconfianza "ante los abominables intrusos" que escuchan Valencia y Té para dos como si fuese una letanía, el huido, quizás guiado por esa fascinación que le causan a nuestro hombre los incómodos veraneantes después de tanto tiempo de no ver a ninguna persona, descubre a una mujer -Faustine- que observa el mar desde las rocas. Primeramente la contempla en silencio, temiendo que le delate. Pero no tardará en enamorarse de ella e intentar conocerla. Puesto a ello, el narrador se presentará a Faustine, pero la mujer permanecerá mirando el agua impasible. Su actitud es la misma que la del resto de los veraneantes, cuya repentina aparición en distintos lugares del museo hace creer a nuestro protagonista que le persiguen.
Sin embargo, las obsesiones del narrador no tardarán en ser explicadas. En una de esas ocasiones que se pierde entre un grupo de huéspedes ante la más absoluta indiferencia de éstos, uno de ellos, Morel, explica a sus compañeros que todos y todo lo que está ocurriendo es el resultado de una compleja invención que permite la reproducción exacta de la realidad.
Sabido esto, el fugitivo comprende que la maquinaria que ha encontrado en los sótanos del museo sirve para poner en marcha esa realidad virtual que este texto de 1940 anticipa. El hecho de que durante sus primeros días de estancia en la isla todo pareciera en calma, se debe a que los aparatos que reproducen el pasado se ponen en marcha cuando las mareas alcanzan una fase determinada. Nuestro hombre también supone que fue Morel quien mandó edificar las construcciones y quien creó el bulo de la enfermedad que asola el lugar.
Desesperado ante el amor que le inspira Faustine, el narrador, después de haber estudiado el funcionamiento de la maquinaria, decide pasar a formar él mismo parte de la fantasía que encierra el lugar.
Al parecer, el prólogo de Borges, a quien Bioy dedica el libro, constituye todo un manifiesto sobre las teorías literarias del autor de Historia Universal de la Infamia. En esas mismas páginas, Borges sostiene que Morel es un trasunto del Moreau de Wells, junto con el Frankenstein de Mary Shelley, el decano de los mads doctors. Cabe también destacar que, según algunos estudiosos, Alain Robbe-Grillet se inspiró en este texto para escribir el guión de El año pasado en Marienbad, llevado al cine con maestría por Alain Resnais en 1961. Puede decirse por tanto que La invención de Morel, además de anticipar la realidad virtual, fue un precedente de la Nouvelle Vague. Pero también del Nouveau Roman -la Escuela de la mirada- ya que, a mi juicio, fue en El año pasado en Marienbad donde se unieron fugazmente la nueva novela y la nueva pantalla francesas de comienzos de los años 60, que tuvieron en Robbe-Grillet al único ejemplo común a las escuelas.
Publicado el 7 de noviembre de 2013 a las 15:30.