Soy de otra época
Treinta y uno
Eso de que los ecos cuentan más que las voces y las sombras que los cuerpos ha dejado de ser retórica para mí. Ahora, que recupero mi vida tras el trauma que ha sido la dichosa obra, al reencontrarme con las ciento ochenta cajas que guardaban mis libros, mis películas, mis fotos... mi universo entero, comprendo que todo lo mío se ha quedado anticuado de forma irreversible. Soy de otra época, de los días de la catarsis del rock. De modo que lo de ahora se me antoja extraño, incomprensible o carente de interés. Hay algo que me conmueve en la lección de rock & roll que Neil Young, no hace mucho, vino a dar a Madrid. Pero se me queda muy lejano. Sé de su buen hacer en el Mad Cool por la crítica. Naturalmente, pese a que le admiro como a pocos desde el Harvest (1972), no fui a verle. Ya no estoy para esos trotes. Por no hablar del temor que, desde siempre, me han insipirado las masas.
Ahora no voy a ningún sitio por nada que no sea ver una película, todo rezuma un cansancio semejante al que me viene agobiando en estas tres semanas que llevó abriendo cajas para recolocar en el mismo sitio mi universo. Prefiero quedarme en mi casa entre las sombras de los cuerpos de la gente que conocí en mi época y en la actualidad -en este tiempo que ya no es el mío- evocó, con cariño y obsesión, entre mis recuerdos. Sus voces son los ecos. Aunque los conocí y traté en distintos espacios y épocas, todas las que se fueron entre las últimas borracheras y los primeros colegios, pasando por los rodajes, las redacciones y otros asuntos, en mi memoria forman parte de un feliz conglomerado: ese reino afortunado que fue Mi Época. Soy un tipo acabado, que dicen en el cine.
Sin embargo, estoy satisfecho. Los pasotes de antaño no pudieron conmigo. De las desdichas y los infortunios ni me acuerdo. Me gusta hacerme viejo. Ésa es la causa de que ahora me retrate mucho más que cuando era joven. Como decía Jaime Gil de Biedma, envejecer también tiene su gracia. Junio, si se presenta soleado y caluroso, tal es el caso, es mi mes favorito. Estos días son lo más bellos del año. El júbilo, que de ordinario me procuran, se acrecienta con las mejoras que la reforma -pese al cataclismo que supuso- ha traído a mi casa. Todo es Epifanía, dicha a la que se suma que, en unas semanas, vaya a cumplir cincuenta y siete otoños.
Publicado el 29 de junio de 2016 a las 13:00.