Una antigua lectura de Stefan Zweig
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(En esta misma bitácora, publiqué una versión anterior, bastante diferente de este mismo artículo)
No sé si será preciso hablar de redescubrimiento por parte de la edición española de Stefan Zweig. Ya en 1937, la Editorial Juventud -que tantas satisfacciones habría de procurar a los jóvenes lectores de las generaciones venideras-, dio a la estampa una traducción de Caleidoscopio, cuya edición príncipe data del año anterior. Los relatos aparecidos bajo aquel título -que a mí siempre se me ha antojado una suerte de almanaque, formato de mucha tradición en la edición en lengua alemana-, publicados de forma independiente, como novelas breves, deliciosas miniaturas, han sido los pilares de esa eclosión, en la edición finisecular española, de la obra del maestro vienés. En cualquier caso, tanta celebración es la justa correspondencia a esa fuente constante de sabiduría y buena literatura que es la bibliografía del gran Stefan Zweig.
Leí Novela de ajedrez en enero de 2003. Lo que sigue son las notas que tomé hace veinte años sobre aquella lectura. Con ellas, yo también vengo a sumarme a esa epifanía que el maestro vienés, ya desde entonces -o incluso desde el fin de siglo- está protagonizando en la edición en español.
Tras tener noticia de que, a bordo del mismo barco que él, viaja el campeón del mundo de ajedrez, el narrador es puesto en antecedentes por una tercera persona sobre la singularidad del ajedrecista. Czentovicz, el tipo en cuestión, fue adoptado por el cura de su pueblo hasta que un día tuvo oportunidad de acabar satisfactoriamente una partida. A partir de entonces, apadrinado por la afición local, sus victorias prosiguieron imparables. Sin embargo, Czentovicz es un hombre tan dotado para el tablero como negado para cualquier otro tipo de actividad intelectual. Consciente de ello, cuando le conocemos, evita todo tipo de conversación.
Ardiendo en deseos de conocer a tan insólito personaje, el narrador comienza a jugar con otro pasajero: McConnor, un multimillonario escocés. Tan mal perdedor como engreído, cuando el escocés tiene noticia de quien es Czentovicz, no duda en poner la bolsa que éste exige para sentarse en el tablero frente a él. Así las cosas, cuando McConnor -ya dentro de una partida que el campeón disputa contra el escocés y varios aficionados simultáneamente- está a punto de hacer un movimiento, un personaje desconocido -el señor B- le corrige sin poderlo remediar. No obstante, aunque el entrometido se arrepiente inmediatamente, su consejo consigue que la cosa acabe en tablas. Es entonces, cuando, cuestionado por el narrador, se nos descubre la historia del señor B.
Se trata de un aristócrata austríaco que, en los años anteriores a la invasión alemana de su país -la Anschluss que tuvo una de sus primeras críticas en El cetro de Ottokar (1939), del gran Hergé-, estuvo empleado en una gestoría familiar que se ocupaba de las propiedades de la corona y el clero. Siendo ambas un objeto de sumo interés para los nazis, colocaron a uno de sus agentes en el despacho. Finalmente, cuando entraron en Austria, el señor B fue detenido. En lugar de ser sometido a las torturas clásicas y al cautiverio en el campo de concentración, nuestro hombre es confinado en uno de los hoteles más lujosos de Viena -creo recordar-. Allí, sin la más mínima distracción, será sometido a la tortura psicológica de ver pasar lentas las horas sin tener si quiera noción del suceder de los días y las noches.
Sabiéndose ya de memoria el estampado del papel que recubre las paredes de su habitación, en uno de los interrogatorios, el señor B consigue robar un libro a uno de sus guardianes. Creyendo haber conseguido con ello la más sublime distracción, el señor B descubre desolado que se trata de un manual de ajedrez. Ello no impedirá que el cautivo se aprenda de memoria todas las jugadas que se explican en dichas páginas. Hasta el punto de perder la razón y ser internado en un hospital.
Tras ganar a Czentovicz -por cierto, lo hace antes de referirnos su historia- acepta, en contra de lo que él mismo ha advertido antes de enfrentarse al campeón, un nuevo desafío. A medida que las jugadas van haciéndose más lentas, el señor B está a punto de perder la razón. Recuperándola en el último momento se levanta de la mesa y anuncia que es la última vez que juega al ajedrez.
Seguro que hay algo en estas dos propuestas de entender el tablero que se me escapa. Lo que más me ha llamado la atención de esta pequeña novela es esa otra forma de tortura practicada por los nazis que nos presenta, así como su amenidad. Hay tanta que le sobra su división en capítulos o cualquier otro tipo de articulación.
Publicado el 23 de abril de 2023 a las 01:30.