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Blog de José Luis Gutiérrez Muñoz

Sonrisas de colores

Piscina

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Es de noche. En cuanto me he sentado a escribir en mi habitación, ha empezado a llover con una fuerza inusual. Por efecto de la tormenta, durante un buen rato hemos estado sin electricidad. Ahora volvemos a tener luz, pero sigue diluviano, como si estuviéramos en plena época de los monzones. Me agradan estas tormentas con muchos truenos, relámpagos y abundante lluvia. Seguro que los "bagris", como denominan aquí a los chaboleros, que viven a pocos metros de la ventana de mi habitación de Matruchhaya, tienen una percepción distinta de este tipo de fenómenos naturales. Si sigue lloviendo con esta intensidad durante mucho tiempo, sus chabolas se van a inundar, aunque deben de estar acostumbrados a que esto ocurra varias veces al año.

Los niños y niñas de Matruchhaya a esta hora estarán preparándose para meterse en la cama y dormir, ajenos al incesante repiqueteo de la lluvia, y a las circunstancias de los "bagris" que rodean el orfanato. Estarán agotados después de haber vivido uno de los días más intensos de su vida.

Por la mañana temprano se les veía nerviosos y expectantes cuando esperábamos al pequeño autobús de Matruchhaya, que hizo dos viajes para llevarnos a todos a un parque acuático que está a unos 30 kilómetros del orfanato. Nos acompañaron varias monjas y cuidadoras. Para la mayoría era la segunda vez que disfrutaban de un lugar como ése, porque el año pasado estuvieron con nosotros en uno similar; pero muchos de ellos, como Raju, Asha, Sanjay, Roni, Soni, Manisha, Mona, Vinayak, Camini, Ritesh o Pratna, era la primera vez que acudían a una piscina. Probablemente, ni siquiera sabían de la existencia de lugares de como éste.

Especialmente estos últimos, se mostraron cautos y temerosos cuando estuvieron junto al borde de la piscina con el traje de baño puesto. Contemplaron a sus compañeros, y sólo después de comprobar que se divertían saltando, salpicándose y arrojándose por los toboganes, se atrevieron a meterse en el agua, eso sí, con precaución.

Como el año pasado, los varones resolvieron su indumentaria con un amplio pantalón corto de deporte, pero para las jóvenes de más de 10 años, las cuidadoras, Roshní y Sandra, hemos tenido que alquilar, en la propia piscina, trajes de baño que parecían del siglo XIX.

Mi silla de ruedas, una vez más, ha sido una atalaya privilegiada desde la que contemplar a todos y cada uno de nuestros niños y niñas de Matruchhaya; también a Ramón, Sandra y Alberto, que no han parado de jugar con ellos; y a mi hija Roshní, que ha empleado la misma euforia, energía y entusiasmo que cualquiera de los menores del orfanato. He disfrutado viendo cómo retozaban y se reían. He observado especialmente a Raju y a Asha, que hace menos de una semana vivían abandonados en la estación de tren, mendigando diariamente un poco de comida. ¡Cómo les ha cambiado la vida de la noche a la mañana! Ellos dos, al igual que todos los demás, se lo han pasado en grande. Sólo por contemplar las expresiones de sus caras, que pasaron del miedo a la desconfianza, el asombro y la perplejidad, para finalmente llegar a la alegría y el deleité; ha merecido la pena venir hasta aquí.

Es posible que el de hoy haya sido el día más feliz de sus vidas. Quizás en este momento estén rememorando en sueños las imágenes de la jornada: sus zambullidas en el agua, los trepidantes descensos por los toboganes, enlazados como vagones de tren, formando una fila con sus compañeros de hospicio, o montados en flotadores, a modo de barcas hinchables, que les conducían a toda velocidad a la piscina, en la que chocaban y caían al agua con gran estrépito, en medio de carcajadas, para volver a subir rápidamente las escaleras que conducían al inicio del tobogán, y vivir así otro emocionante descenso.

Parece que va cesando la lluvia. Creo que también, aunque no he tenido el desgaste físico de ellos, voy a dormir a pierna suelta. Siempre me queda la agradable sensación de que la vida comienza de nuevo después de un buen chaparrón.

 

José Luis Gutiérrez

Matruchhaya, 2010

 

Publicado el 23 de diciembre de 2010 a las 14:45.

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Raju y Asha

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El propósito principal de nuestro trabajo en Matruchhaya, al igual que en Bal Mandir, no es enseñar a dibujar o pintar a los niños y niñas que viven en el orfanato, sino aprovechar este período vacacional suyo, para tratar de hacer que pasen unos días felices. Por eso mismo, cada vez damos más importancia al juego, el baile y cualquier tipo de actividad lúdica o recreativa, que para ellos sea excepcional, y les permita disfrutar.

El pasado jueves 11 de noviembre nos fuimos a ver una película con todos ellos. Se pusieron la ropa de los domingos, y fuimos caminando desde Matruchhaya hasta el cine, que está a unos quince minutos. Daba gusto ver esa multicolor procesión contagiada de ilusión y entusiasmo. Vimos una comedia titulada "Golmaal 3", que a nosotros no nos hizo mucha gracia, porque no entendimos ni una palabra de los diálogos, en gujarati y sin subtítulos, pero a nuestros niños y niñas les encantó, a juzgar por las carcajadas con que celebraban cada ocurrencia o tontería de los protagonistas.

Para el sábado y el domingo les teníamos reservada otra sorpresa: una excursión de dos días a Udaipur, una de de las ciudades más emblemáticas del Rajastan, a algo menos de 300 kilómetros de Nadiad, la ciudad en la que se encuentra Matruchhaya. Alquilamos un autobús grande, con conductor y cocineras, para tener autonomía durante el tiempo que íbamos a estar fuera del orfanato. Las cocineras, que viajaban en la cabina del chofer, llevaban en el maletero comida y todos los utensilios necesarios para preparar los alimentos. El sábado 13 de noviembre muy temprano, 68 habitantes de Matruchhaya, llenamos el autobús: más de cincuenta niños y niñas, de todas las edades excepto bebés, nosotros cinco, y algunas monjas y cuidadoras. No quedó ni un solo asiento libre, incluso algunos de los más pequeños compartían sitio.

Nos dirigimos hacia Vijainagar, un pueblo a mitad de camino, con un entorno natural muy atractivo, en donde la congregación religiosa que regenta Matruchhaya tiene una escuela con internado para las niñas de las familias más humildes de las aldeas de los alrededores. Como estamos en periodo vacacional, y las 250 niñas que habitualmente viven allí habían regresado a casa con sus familias, las monjas que dirigen esa escuela nos ofrecieron alojarnos por una noche en su internado. Comimos junto a las ruinas de unos templos jainistas, muy cerca ya de Vijainagar, y desde allí fuimos al hospicio de las monjas. Para nuestros niños y niñas todo era novedad y motivo de alegría. Algunas terminaron afónicas de tanto cantar, gritar y reír. Por la tarde, alquilamos cuatro vehículos todoterreno y visitamos los alrededores. Cenamos en el patio de la escuela, y después se organizó un baile tradicional de Gujarat llamado "garba", que consiste en danzar en corro al ritmo de una música alegre.

Nos acostamos agotados, y nos levantamos temprano para dirigirnos a Udaipur. Al llegar a la ciudad, nos detuvimos en su imponente lago, y montamos en dos barcazas para navegar por él, rodeando el palacio que el maharajá construyó en su interior, para pasar los rigores del verano un poco más fresco. Luego visitamos el palacio grande, a orillas del lago. A la hora de la comida, cayó un chaparrón más propio del monzón que de esta época del año, que normalmente es muy seca. Pensamos que la lluvia nos estropearía la comida al aire libre, pero en pocos minutos paró de llover, el sol secó rápidamente el suelo, y pudimos cocinar y comer en la calle.

Llegamos a Matruchhaya muy tarde, a las 12 de la noche, cansados pero felices. Nos sentíamos satisfechos, porque los niños y niñas para quienes habíamos organizado esto, habían disfrutado muchísimo de la excursión y del ambiente jovial y distendido.

El día siguiente descubrimos que en nuestra ausencia habían llegado dos nuevos inquilinos al orfanato: Raju y Asha, de nueve y siete años de edad respectivamente. El sábado, después de recogerles la policía en la estación de tren de Nadiad, fueron trasladados a Matruchhaya. Debió de ser extraño para ellos encontrarse en un hospicio preparado para el alojamiento de cerca de cien menores, prácticamente deshabitado. Los dos parecían sorprendidos con nuestra presencia, y con la del resto de habitantes de Matruchhaya. Ambos estaban extremadamente delgados, tenían la piel muy morena y cierta expresión de susto. Asha, la niña, llevaba el pelo cubierto con un pañuelo, porque al llegar al orfanato, habían descubierto que tenía la cabeza llena de piojos, y le habían aplicado un tratamiento que requiere tapar el cuero cabelludo durante varios días.

Al parecer, un empleado de los ferrocarriles avisó a la policía de que había dos menores que llevaban cerca de un mes viviendo en la estación de Nadiad, para lo cual tenían que mendigar diariamente, aunque, como más tarde dijeron Raju y Asha, también contaban con la compasión de un ladrón que merodeaba por ese lugar de tránsito tan jugoso para los de su oficio, que de vez en cuando les daba algo de comida. Por supuesto, no estaban dispuestos a delatar a su protector.

Según parece, por lo poco que ha contado Asha, el padre de ambos era alcohólico y falleció hace algo más de un mes, tras lo cual, la madre les condujo en tren hasta Nadiad, les dijo que la esperasen en el andén de la estación, se montó en un tren, y todavía no ha regresado. Raju no parece dispuesto a dar mucha información, y Asha no es capaz de determinar su lugar de procedencia. Tendrán que darles tiempo, y no agobiarles con preguntas sobre su pasado. Su caso ya ha aparecido en la prensa local, pese a que en los próximos días se tendrán que publicar nuevas imágenes, para tratar de encontrar algún familiar que quiera hacerse cargo de ellos, algo preceptivo antes de que puedan ser ofrecidos en adopción; aunque por la edad que tienen, dudo mucho de que les dé tiempo a salir antes de cumplir los 11 años de edad, el límite marcado por el gobierno de Gujarat para las adopciones. En cualquier caso, aunque a veces ellos no lo comprendan cuando les abrumen con exámenes y deberes, no cabe duda de que a partir de ahora tendrán mejor vida.

José Luis Gutiérrez

Matruchhaya, 2010

 

Publicado el 22 de diciembre de 2010 a las 19:30.

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Bavna

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Todo el mundo sabe que la duración de la vida de una persona es imposible de predecir. Somos conscientes de que hoy estamos vivos, pero tal vez mañana no lo estemos; pese a lo cual, generalmente vivimos sin pensar en la caducidad de nuestra propia existencia. Especialmente los niños, o los jóvenes, son incapaces de considerar que su tiempo vital tarde o temprano terminará.

Antes de nacer Bavna, su madre comunicó al hospital al que se dirigió para dar a luz, que no deseaba quedarse con el bebé, que prefería que fuese enviada a un orfanato y dada en adopción lo antes posible. La mujer comentó que estaba divorciada, no tenía pareja, y pensaba que no sería capaz de sacar adelante aquella criatura. Matruchhaya se encargó de acudir al sanatorio con un notario y con la documentación necesaria para que la renuncia tuviese validez jurídica. Antes de que Bavna abandonara el centro médico, rumbo a Matruchhaya, su nueva casa, los médicos recomendaron que se le hiciera un examen cardiológico completo, porque su oreja derecha era más pequeña de lo normal, y ello podría ser una señal de algún problema en ese sentido.

Efectivamente, una exploración minuciosa del corazón de la pequeña, en un hospital con más medios, en Ahmedabad, puso de manifiesto que tenía dos agujeros en el corazón, que ponían en peligro su vida, pero al mismo tiempo los especialistas determinaron que tratar de corregir ese grave defecto con cirugía entrañaba un riesgo tan elevado, que no merecía la pena intentarlo. En Matruchhaya no se conformaron con esa apreciación, y enviaron informes y pruebas médicas a varios hospitales de Europa. Todos los especialistas europeos ratificaron la opinión de los doctores de Ahmedabad, pero además, un prestigioso cardiólogo de Londres viajó hasta aquí y analizó el caso de Bavna con detenimiento. Al final la conclusión fue la misma: había que descartar cualquier tipo de intervención quirúrgica, y sólo quedaba esperar que Dios, o la suerte, le concediera a Bavna muchos años de vida, porque lo cierto era que con ese problema la niña podría morir en cualquier momento, su vida pendía de un hilo.

Por supuesto, con semejante inconveniente sus posibilidades de adopción son prácticamente nulas. Legalmente ello sería posible, pero no hay ninguna pareja que asuma el riesgo de adoptar a una niña con un pronóstico tan grave, incierto y preocupante, lo cual es bastante comprensible.

Bavna tiene ahora siete años, y de momento su corazón le ha permitido hacer una vida relativamente normal. Es más introvertida de lo habitual, pero va al colegio, de hecho es la mejor estudiante de su clase; juega y se relaciona con los demás, aunque yo siempre he percibido en ella cierta expresión de tristeza, y una mirada seria, dura, como si juzgara lo que tiene delante con una rigurosidad impropia de un niño. A veces sonríe, pero nunca la he visto reír abiertamente. Hay días que tiene los labios amoratados, lo cual debe de ser también un síntoma de su problema cardíaco.

Nunca había relacionado la mirada estricta, profunda e intimidatoria de Bavna con su problema físico, pero ayer mismo, hablando con uno de los responsables del orfanato, supe que la niña tiene conocimiento de su enfermedad, no porque nadie le haya informado intencionadamente de su dolencia, ni de su alarmante pronostico, lo cual sería una crueldad, sino porque Bavna es muy inteligente y ha ido enlazando datos obtenidos a través de las conversaciones de los mayores, que no eran conscientes de la agudeza de esta niña.

Eso explica su expresión melancólica y la severidad de su mirada.

José Luis Gutiérrez

Matruchhaya, 2010

 

 

Publicado el 21 de diciembre de 2010 a las 10:15.

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Sanjay

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Llevo varios días estremecido, tratando de encontrar una explicación al suceso que condujo a Sanjay a Matruchhaya el pasado mes de julio, pero lo cierto es que sólo se me ocurre pensar que quien hiciera aquello debía de ser un verdadero perturbado mental.

Sanjay tiene dos años y medio. La policía le trajo Matruchhaya, después de recibir las primeras curas, tras haber sido abandonado en un templo hinduista con heridas de gravedad. Alguien le realizó un corte de tijera de varios centímetros en una oreja, y diversos cortes de cuchilla repartidos por toda la espalda; pero, por si esto no fuese suficiente tortura para un niño de dos años, además le echaron un chorro de aceite hirviendo por la cabeza. El canalla que hizo aquello, no tenía intención de matarle, los cortes no ponían en peligro su vida, porque no afectaban a ningún órgano vital, y el chorro de aceite hirviendo no era suficientemente grande para matarle. Aquel desgraciado simplemente quería torturarle. Eso es lo que más me cuesta entender. No comprendo que alguien pueda disfrutar haciendo daño de esa manera a una criatura indefensa.

Por supuesto, nada se sabe de sus padres, ni de ningún familiar o vecino, a pesar de que se han puesto anuncios en prensa, e incluso en televisión, para averiguar algo de este menor y tratar de esclarecer lo sucedido. La no denuncia que su desaparición, convierte a sus propios padres en los primeros sospechosos del sádico acto.

Me cuentan las monjas que Sanjay estuvo varios días con fiebre muy alta, y asustado de todo el que se le acercaba. Tardó mes y medio en empezar a pronunciar sus primeras palabras. Pero, dentro de lo que cabe, Sanjay puede sentirse afortunado, porque ha ido a parar a un lugar en el que todo el mundo le trata con muchísimo cariño, y aquí puede sentirse absolutamente protegido y a salvo de salvajadas como la que sufrió. Ahora se relaciona alegremente con el resto de los niños y niñas de Matruchhaya, y está participando en nuestras actividades con entusiasmo, aunque cuando le observo detenidamente, percibo en él todavía cierto recelo, cierto temor a relacionarse con adultos desconocidos. Algo absolutamente comprensible.

Las responsables de Matruchhaya me dicen que pronto podrán iniciarse los trámites para la adopción de Sanjay. Quizás dentro de poco pueda estar viviendo con una familia que le colme de atenciones, y el amor que de ellos reciba podrá hacer que aquel terrible acontecimiento se desvanezca en su memoria como si hubiera sido una simple pesadilla; aunque es posible que la señal que el aceite hirviendo ha dejado la parte superior de su cabeza, en un lugar difícil de ocultar, le acompañe durante toda su vida, para recordarle que desgraciadamente la irracional crueldad también existe.

 

José Luis Gutiérrez

Matruchhaya, 2010

 

Publicado el 20 de diciembre de 2010 a las 14:00.

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Ravina y Khushi

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Después de una experiencia emocionalmente intensa es difícil recuperar la normalidad. El regreso a Madrid, tras haber estado trabajando durante un mes con los niños y niñas de Bal Mandir, una vez más, ha sido problemático. Llegamos a casa el lunes 25 de octubre. Yo tenía muy presente que el domingo siguiente tenía que partir con un nuevo grupo hacia India, para iniciar la séptima edición de nuestro proyecto de Matruchhaya, el orfanato indio donde se criaron nuestras hijas. Al menos, la ilusión que implica siempre el reencuentro con los niños y niñas de ese entrañable lugar, mitigaba la añoranza producida por la separación de los menores de Bal Mandir.

No podía quitarme de la mente a Asha, Nirmala, Sujata, Ram, Aarati, Tapas, Sudip, Susmita y tantos otros que se empeñaban en acompañarme a todas partes apareciendo en mi memoria en cualquier momento, aunque la ocasión no fuera propicia. No necesitaba revisar las fotografías, ni las imágenes de video, para rememorar multitud de escenas y rostros. Niruta, Puja, Aria, Prajita, Subas, Pushpa, Biriati, Kamchi, Sagar, Keshab y Janak vinieron conmigo a la Universidad, y merodearon por mi cabeza, sin pedir permiso, en medio de algunas reuniones en las que no pintaban nada. También me traje un buen resfriado que pesqué durante la última semana de estancia en Bal Mandir, y todavía me tiene moqueando y un poco más débil de lo normal.

El lunes 1 de noviembre, por la mañana muy temprano, llegamos a Matruchhaya aturdidos por el largo viaje. Kabita, Kinnari, Stuti, Meetal, Geeta, Manisha, Sapna, Bavna, Jyoti, Sweta, Meena, Veronika, Amisha y muchas otras niñas, recién salidas de la cama, nos recibieron en la puerta del orfanato con risas, flores, algunos besos y abrazos, pero sobre todo con timidez y torpeza, por no saber cómo comportarse en estas situaciones, frente a la mirada atenta de las monjas. Tampoco yo mostré con naturalidad el agrado que me producía reencontrarme con todas ellas. A los niños les vimos más tarde, ya sin protocolo.

De la cara de dos de las habitantes de Matruchhaya, irradiaba una expresión de felicidad distinta del gesto de alegría que en los demás había producido nuestra aparición. Los nuevos papás de Ravina y Khushi habían llegado a Matruchhaya un día antes que nosotros, con intención de permanecer aquí tan sólo dos noches, y marcharse con sus nuevas hijas a Bombay, para realizar los últimos trámites burocráticos, y viajar desde allí hacia España y empezar su nueva vida. Ravina y Khushi, de seis y cuatro años de edad, estaban pletóricas, se paseaban satisfechas por el orfanato, sabiendo que estaban apurando sus últimos momentos en este lugar, donde llegaron hace menos de dos años, conducidas por la policía, tras encontrarlas abandonadas en una estación de tren.

Ravina caminaba por el orfanato agarrada de la mano de su padre o de su madre, pero Khushi prefería desplazarse en brazos de su madre, como si fuera un bebé. Ha sido emocionante contemplar los primeros momentos en la vida de esta nueva familia. Olga, la madre, me dijo que se encontraba agotada, como si estuviera incubando alguna enfermedad, aunque pensaba que ese cansancio desmesurado era producto del nerviosismo acumulado durante mucho tiempo. Seguramente sería el agotamiento que sobreviene a una espera interminable, cuando lo más anhelado por fin se hace realidad.

Ayer mismo les despedimos. Se les veía felices a los cuatro. Recordé el momento similar que mi mujer y yo vivimos en este mismo lugar, cuando hace más de once años partimos con nuestras hijas Roshní y Chandrika. Todos los habitantes de Matruchhaya acompañamos a la nueva familia hasta el taxi que esperaba en la puerta del orfanato. Les dimos infinidad de besos, abrazos y buenos deseos, aunque en ese momento, inconscientemente, mi mente se colocó en un lugar en el que no estuvo cuando me tocó vivir eso mismo en primera persona: me dio por pensar cómo se sentirían el resto de los niños y niñas de Matruchhaya, especialmente aquellos que son mayores que Khushi y Ravina y ven cómo el tiempo pasa inexorablemente, y ninguna pareja se interesa por ellos. Los más mayores ya saben que para ellos será imposible la adopción, pero estremece comprobar que todavía hay algunos que ignoran que el gobierno de Gujarat ha establecido como edad límite para las opciones los once años, y aun sueñan que algún día les tocará vivir a ellos el momento que ahora han vivido Khushi y Ravina.

 

José Luis Gutiérrez

Matruchhaya, 3 de noviembre de 2010

 

Publicado el 5 de noviembre de 2010 a las 10:45.

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Sara

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Hace ya varios días que llegamos a Madrid, pero mi mente aún vaga errática por los rincones sucios de Bal Mandir, rememorando olores desagradables, escuchando el eco de la algarabía de los niños y niñas de ese orfanato, pero también evocando sus imágenes como verdaderos iconos de bondad y belleza inigualable. Todavía no acierto a comprender cómo es posible que criaturas tan adorables tengan que criarse sin el afecto de unos padres, habiendo como hay tantas parejas deseosas de formar familia a través de la adopción. ¿Se pondrá fin algún día a esta ignominia?

Aunque somos conscientes de que no podemos curar la herida del abandono, ni compensar plenamente la falta de amor; nos hemos entregado sin reservas a estos menores, y hemos intentado que nuestro trabajo con ellos fuese lo más divertido y provechoso posible. De lo que no cabe duda es que en un solo mes, hemos dado y recibido más afecto del que habitualmente se intercambia en todo un año, y eso nos ha dejado un rescoldo en el corazón, que seguirá generando calor durante mucho tiempo. Espero que a ellos les dure también.

Salimos siete personas de Madrid, pero hemos regresado sólo seis. Sara se ha quedado en Bal Mandir, y permanecerá allí hasta Navidades, con la intención de apoyar a Pradip y a Michelle en su trabajo con las niñas con parálisis cerebral. Todos hemos comprendido que para Sara, que acaba de finalizar sus estudios de Bellas Artes, y está en ese momento crucial de la vida en el que ha de decidir hacia dónde encaminarse laboralmente, ésta es una magnífica ocasión para adentrarse en un ámbito profesional en el que la expresión artística es una herramienta de tremenda utilidad.

Por supuesto, esta prolongación de la estancia de Sara en Kathmandu no hubiera sido posible si Michelle, el educador especial profesional, no hubiera considerado provechosa su ayuda. También Pablo, que llegó a Kathmandu el pasado sábado, para hacer gestiones que permitan mejorar el trabajo de Dididai en Bal Mandir, respalda esta decisión, y los padres de Sara han expresado su conformidad.

En la última semana, Sara tomó la determinación de intentar permanecer allí. Logramos un aplazamiento de su billete de vuelta, con un coste adicional que la propia Sara ha asumido, y Michelle le ofreció darle alojamiento en una habitación del apartamento que Dididai ha alquilado para él. Además Dididai intentará conseguir algún tipo de ayuda para hacer menos gravosa económicamente la estancia de Sara; pero ella decidió que, aunque tuviera que pagarlo todo de su bolsillo, deseaba aprovechar esta ocasión.

No obstante, por encima de cualquier otra consideración, lo más importante es que la prolongación de la estancia de Sara beneficiará directamente a Lata, Roji, Nimi, Trilochana y Usha, las niñas con parálisis cerebral, con quienes Sara trabaja con verdadera devoción.

José Luis Gutiérrez
Madrid, 27 de octubre de 2010

Publicado el 3 de noviembre de 2010 a las 08:15.

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Michelle

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Dididai es una asociación promovida por Pablo, uno de los miembros de nuestro equipo de trabajo del año pasado, con el propósito de mejorar la atención de los menores con discapacidad de Bal Mandir, sin duda, el colectivo más desfavorecido del orfanato. Gracias al empeño de Pablo, al trabajo de Amalia, y al apoyo de numerosos amigos y amigas, entre los que Aurora y yo nos preciamos de estar incluidos, Dididai está haciendo realidad algunas de las ideas de Pablo, que al principio nos parecían utópicas.
Todo partió de la honda impresión que este grupo de desgraciados entre los desgraciados produjo en Pablo, que ya tenía una larga experiencia en el trabajo con jóvenes con discapacidad intelectual en Londres. Pablo estudió Bellas Artes en España, pero al terminar los estudios universitarios, una beca le permitió seguir formándose en la capital inglesa, y allí descubrió que la actividad creativa podía ser una herramienta de trabajo formidable en esa área de la diversidad funcional. Pero en el centro educativo en el que Pablo trabaja en Londres, y en todos los que había conocido hasta su llegada a Bal Mandir, todos los avances y facilidades propios del mundo desarrollado, estaban puestos, como debe de ser, al servicio de la atención, la estimulación y el desarrollo de los jóvenes con diversidad funcional. En ese sentido, en Bal Mandir quedaba todo por hacer.

Las discapacidades de Lata, Roji, Nimi, Upasana, Usha, Madhusadhan, Ram, Sujata o Jayanti, no diferían de las de los jóvenes con los que diariamente trabajaba Pablo, pero sí la atención que se les estaba prestando. Las cinco primeras, con parálisis cerebral, permanecían tumbadas sobre la colchoneta de su habitación de noche y de día. Las tres más mayores llevaban años sin salir de su cuarto. Cuando logramos montar a Lata en una silla de ruedas y pasearla por el orfanato, todo un mundo se abrió para ella. Roji y Nimi llevaban tanto tiempo tumbadas, que estaban demasiado rígidas para poder soportar permanecer sentadas en la silla de ruedas. Madhusadhan, Ram y Sujata, con autismo, retraso mental y sordera, vagaban por el orfanato, bastante desatendidos y privados de su elemental derecho a la educación. Jayanti, con síndrome de Down, falleció poco después de nuestro regreso a España
El primer logro de Dididai fue contratar a Pradip, el estudiante nepalés de Bellas Artes que ha colaborado con nosotros en todas las ediciones de este proyecto, para que acudiera diariamente a Bal Mandir para trabajar con estos jóvenes, intentando atenderles y estimularles de alguna manera.

En abril de este año Pablo regresó a Bal Mandir y consiguió dos objetivos importantísimos: escolarizó a Madhusadhan, Ram y Sujata en un centro de educación especial en el que están recibiendo atención individualizada; y logró que en Bal Mandir se habilitara una habitación para el trabajo diario con las cinco niñas que padecen parálisis cerebral. En esta labor, Pradip está siendo apoyado por especialistas de un centro educativo nepalés especializado en esa discapacidad.

Por si esto fuera poco, Dididai recientemente ha contratado a Michelle, un educador especial europeo, que ha llegado a Bal Mandir hace unos días, para permanecer aquí durante nueve meses y trabajar con estos menores, al tiempo que forma a Pradip. Hemos tratado de arropar y apoyar a Michelle todo lo posible, conscientes de que viene solo, y de que la primera impresión que produce este orfanato es dura. Parece que su adaptación está siendo buena, y tengo la impresión de que, con ayuda de Pradip, logrará sentirse a gusto trabajando aquí.

Hace unos días pedí permiso a Michelle para presenciar, acompañado por algunos otros miembros de nuestro grupo, una de sus sesiones educativas. En esa ocasión le apoyaba Sara, la componente de nuestro equipo cuya misión específica es posibilitar que los menores con discapacidad de Bal Mandir puedan participar, en la medida de lo posible, en nuestras actividades. Pradip disfrutaba de unos días de permiso por el Dashain. Nos colocamos lo más discretamente posible en la habitación especial, con la intención de pasar desapercibidos, si ello era posible. Michelle ya lo tenía todo preparado, y esperaba a que Sara y algunos de nuestros voluntarios terminaran de trasladar a Usha, Upasana, Lata y Roji desde sus habitaciones. Nimi no pudo asistir a esa clase por encontrarse con fiebre. Colocaron a las niñas en unas sillas especiales, de frente al profesor, y Michele empezó dando la bienvenida a cada una de ellas, para lo cual mostraba la foto de la niña en cuestión en la pantalla de su ordenador portátil, al tiempo que hacía sonar la canción identificativa de cada una de ellas. Michelle enfatizaba mucho cada una de sus palabras, y gesticulaba como si fuera un auténtico mimo. Me dio la impresión de que todo lo que decía en inglés, lo estaba repitiendo al tiempo en el lenguaje de signos. Muy a menudo tocaba a la niña con la que estuviera comunicándose, y dibujaba directamente sobre sus brazos, su cara o sus piernas, algunos de la infinidad de signos que hacía.

Roji, Lata, Upasana y Usha le contemplaban atentamente con la expresión facial congelada, como si estuvieran absortas o absolutamente perplejas por la actuación de aquel singular maestro.

Tras las bienvenidas, Mitchelle anunció con grandes aspavientos que daba comienzo la lección de matemáticas. Creo que yo le contemplaba con la misma expresión de sorpresa e incredulidad que sus alumnas. Sara parecía perfectamente sincronizada con él, en ocasiones amplificaba alguna afirmación de Michelle, otras aplaudía y aportaba el entusiasmo del que parecían privadas las cuatro alumnas.

-Una lección de matemáticas para niñas con parálisis cerebral. Michelle debe de haber perdido el juicio -pensé.
Sacó cinco ranas de cartulina, recortadas y coloreadas, y las puso sobre un papel de seda azul, que simulaba un estanque. Entonces Sara y él cantaron en inglés al unísono, al tiempo que gesticulaban:
-Cinco ranitas vivían en un estanque, pero una de ellas saltó. -En ese momento simuló un gigantesco salto de una de las ranas de cartulina, e inmediatamente metió la mano en un pequeño recipiente con agua, y salpicó a una de las niñas, provocando en ella un natural sobresalto.
-¿Cuántas ramitas quedan ahora en el estanque? -preguntó a Upasana, al tiempo que le mostraba una cartulina con el número 4 dibujado en grande. La niña le contemplaba atónita, y no hizo ni el más leve gesto facial, pese a lo cual, después de un prolongado silencio, Michele gritó:
-Muy bien Upasana, quedan cuatro ranitas. -Y Sara y él felicitaron a la niña por su fingido acierto.
Repitieron el juego, con un número decreciente de ranitas, con cada una de las niñas. La única que se inmutó fue Lata, que se rió al ser salpicada inesperadamente con agua. Por supuesto, ninguna de ellas pronunció ni una sola palabra, de hecho jamás les he oído hablar. Tampoco hicieron el más mínimo gesto que indicara que habían comprendido la lección.

Precisamente eso era lo más sorprendente y conmovedor de la escena. El enorme derroche expresivo en el afán comunicativo de Michelle, contrastaba dramáticamente con el mutismo de las cuatro niñas, pese a lo cual, Michelle no se daba por vencido, y seguía tratando de hacerse entender con el mismo ímpetu e ilusión que al principio. Entonces tuve la certeza de que Michelle continuaría así, día tras día, preparando con ilusión y esmero cada una de sus lecciones magistrales, sin dejarse abatir por el desánimo, y sin cejar en su empeño, hasta el último de los días de sus nueve meses de estancia en Bal Mandir. En ese momento, se me saltaron las lágrimas, por compasión hacia esas pobres niñas, pero también por admiración hacía ese singular profesor, que hacía de su trabajo un verdadero acto de fe.
Aprovechando que la clase de matemáticas había concluido, indiqué a Michelle que nos marchábamos.

Los despidió con un sencillo gesto, como si quisiera reservar todas sus energías comunicativas para Roji, Lata, Usha y Upasana, y empezamos a abandonar la habitación al tiempo que escuchábamos como Michelle anunciada con grandes ademanes, como si fuera el presentador de un número circense, la siguiente lección:
-Y ahora, queridas niñas, empieza la lección de historia de la música.
Sara vitoreó y aplaudió, y ayudó a alguna de las niñas a utilizar sus manos para producir con ellas algún aplauso.

Me dieron ganas de quedarme para escuchar esa nueva lección, pero pensé que ya habíamos distorsionado demasiado el ambiente de la clase, y sería mejor dejar hacer al maestro, directamente con sus alumnas, sin espectadores.

José Luis Gutiérrez
Kathmandu, 20 de octubre de 2010

Publicado el 28 de octubre de 2010 a las 10:15.

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Devi

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Devi se siente desgraciada, y por lo que recuerda, se ha sentido así siempre. Exceptuando momentos fugaces de alegría, algunos de ellos asociados a nuestra presencia en Bal Mandir, la tristeza ha presidido la vida de de esta niña de 14 años de edad. A menudo he pensado que no debería hablar de sí misma con ese tono de autocompasión que emplea, aunque creo que en su caso es una manera de reclamar el afecto del que ha estado privada desde que nació.

No recuerda la edad que tendría cuando fue abandonada en Bal Mandir, pero todos sus recuerdos de la infancia están ligados a este orfanato. Dice que, siendo muy pequeña, una pareja extranjera se interesó por ella, y quiso adoptarla pero, cuando indagaron en su historial médico, y supieron la enfermedad que padecía, desecharon su primera intención, y nunca más volvieron a aparecer por Bal Mandir.
La poca información que nos ha suministrado la dirección del orfanato con respecto a sus internos, dice que Devi tiene Nystagmus. Por lo que he podido averiguar, Nystagmus hace referencia al movimiento involuntario de los globos oculares, no es una enfermedad, sino un síntoma de un problema neurológico. Devi afirma abiertamente que los médicos saben que se va a quedar ciega, y por ello ya le están enseñando Braille en su escuela, el Laboratory School, un centró educativo de integración, algo verdaderamente extraño en Nepal. En esa escuela los niños y niñas con diversidad funcional están escolarizados junto al resto de los niños. Devi se aloja en el internado del propio colegio, de modo que, sólo está en Bal Mandir por vacaciones. Asegura que le gusta más vivir en el orfanato que en la residencia de la escuela, pese a que es consciente de que las condiciones de vida allí son mucho mejores, en Bal Mandir se siente más querida, aquí tiene algunas amigas (no muchas), mientras que en la escuela dice estar muy sola.

Hace varios meses, Devi se fugó del orfanato junto con otras dos niñas, Nikita y Mina. Las tres se presentaron en una comisaría de policía para dar quejas de las condiciones de vida en Bal Mandir. Se organizó un buen revuelo. Después de aclarar todo con los responsables del centro de menores, la policía devolvió a Devi y Nikita a su orfanato. Devi, que parece una niña muy obediente y respetuosa, aseguró que había sido forzada por Mina en ese alocado suceso, pese a lo cual, nada más llegar a Bal Mandir, recibió un tortazo de su cuidadora por su osadía. Nikita recibió tres o cuatro, porque ya era la segunda vez que se escapaba. Mina, que según parece era la cabecilla del motín, dijo en comisaría que bajo ningún concepto deseaba regresar al orfanato, y pidió que localizaran a algún familiar suyo. Finalmente, un pariente la recogió, y se la llevó a su aldea natal.
Lo que más acompleja a Devi no es su problema de visión, sino su reducida estatura. Ignoro si su enanismo moderado tiene alguna relación con su enfermedad neurológica degenerativa, pero parece que en este momento es lo que más le preocupa.

Hace unos días, en un descanso entre baile y baile en el patio central de Bal Mandir, ofrecimos el micrófono a los niños o niñas que desearan cantar, y Devi fue una de las que se animó a hacerlo. Nos gustó mucho su voz y la canción, aunque, por supuesto, no entendimos el significado de su letra. Al día siguiente, Daniel pidió a Devi que volviera cantar esa misma canción para grabarla, y poderla utilizar en el documental. Por problemas técnicos, tuvimos que repetir la grabación una vez más, y de paso Daniel ofreció a Devi la posibilidad de que contara, delante de la cámara, todo lo que deseara acerca de su vida y de Bal Mandir. Devi habló de la canción que había cantado, y explicó que era una canción escrita hace años por una mujer que se había criado en Bal Mandir y ahora trabajaba como profesora en una escuela, y su letra hablaba del modo de vida de los niños y niñas que habitan en este orfanato y de la corrupción de sus dirigentes. Nos sorprendió mucho el tono de protesta que escondía esa canción de dulce melodía, interpretada por la delicada voz de Devi.

Hemos felicitado a Devi varias veces por lo bien que canta, y ahora la niña afirma que de mayor le gustaría ser cantante. Aunque sé que es muy improbable que ese sueño se haga realidad, me gusta que de la boca de Devi salga un pensamiento positivo, un anhelo, una ilusión de futuro, aunque sea utópica.

José Luis Gutiérrez
Kathmandu, 17 de octubre de 2010

Publicado el 22 de octubre de 2010 a las 10:00.

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Goyendra

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Ir limpio y aseado, cuando se tienen todas las facilidades, no tiene ningún mérito; en cambio, eso mismo puede elogiarse como una verdadera virtud, por el esfuerzo que supone, cuando se tiene que compartir servicio con muchos vecinos, cuando el cuarto de baño es un pequeño cubículo con sólo un agujero en el suelo como inodoro, un grifo en la pared y un cubo, por supuesto, sin agua caliente; cuando no se tiene lavadora, ni siquiera un fregadero donde lavar, por no hablar de la plancha u otras comodidades. Después de conocer las condiciones de vida de Goyendra, no paro de preguntarme cómo se las arregla para ir siempre impecable.

Comparte una habitación pequeña con tres chicos más, en la que apenas hay sito para dos camas, de modo que tienen que dormir dos en cada una de ellas. Allí mismo cocinan, con un pequeño infiernillo, y comen en el suelo, utilizando la mano derecha como cubierto.

Goyendra tiene 20 años de edad. Se ha criado en Bal Mandir, primeramente en el orfanato central de Naxal, y a partir de los 11 años en Dolha, una de las sucursales de Bal Mandir, fuera del valle de Kathmandu, a donde envían a los varones tras cumplir esa edad.

El día siguiente de nuestra llegada, Goyendra se presentó en el orfanato, porque alguien le había dicho que estábamos buscando un ayudante de cámara para apoyar en su trabajo a Daniel, el responsable del documental de este año. Fue sincero con nosotros, y eso nos gustó. Nos dijo que no tenía ninguna experiencia previa de filmación, pero que estaba dispuesto a aprender lo que fuera necesario. Pronto supimos que, además, al no tener familia, no tenía nada que hacer durante las vacaciones del Dashain, por lo que, podíamos contar con él a tiempo completo durante todos los días de nuestra estancia aquí. Se ofrecía para trabajar con nosotros gratuitamente, simplemente nos solicitaba que diariamente le pagáramos el gasto de transporte hasta Bal Mandir en autobús.

Una de las novedades de este año es que, gracias a un convenio que hemos firmado con la ECAM (Escuela de Cinematografía y Audiovisual de Madrid), uno de los miembros de nuestro equipo de trabajo es alumno de dicho centro educativo. Creemos que gracias a este acuerdo, que haremos extensible a futuros proyectos, la calidad del documental que editamos tras cada experiencia mejorará sustancialmente. Daniel parece un verdadero profesional en ese ámbito, pero además, tiene el apoyo de los profesores de su escuela de cine.

La labor de Goyendra consiste en hacerse cargo del registro de sonido en todos los momentos de grabación, de modo que ni él ni el micrófono aparezcan en pantalla, pero pueda escucharse perfectamente todo lo que la cámara está registrando en imágenes. En ocasiones carga con la cámara y con el resto del equipo para permitir que Dani tenga un pequeño descanso. Pero además de esto, está siendo un magnífico interlocutor con todos los habitantes del orfanato, porque habla su mismo idioma, y por qué es uno de los suyos. Muchos de ellos le recuerdan. Por si todo esto fuera poco, tiene una magnífica relación con los niños y niñas de Bal Mandir. A todos ellos, sin distinción, les trata con muchísimo cariño.

Su relación con Dani es muy buena. Hace tres o cuatro días le invitó a cenar a su casa. Estoy seguro de que, si viviera en un lugar más amplio y tuviera más recursos económicos, hubiera extendido su ofrecimiento a todo el grupo. Dani regresó asombrado por la pobreza del lugar en el que vivía su amigo, y por la cálida hospitalidad de los cuatro muchachos que viven en esa habitación. Fue el propio Goyendra quien se encargó de preparar la cena: unas simples verduras cocidas, pese a lo cual, Dani afirma que probablemente haya sido la comida más rica que haya probado en toda su vida.
Nos duele que Goyendra viva en estas condiciones. Vamos a intentar ayudarle, para que pueda seguir estudiando, aunque sabemos que son muchos los que viven de este modo. En concreto, todos los niños que abandonan Bal Mandir, al llegar a la mayoría de edad, tienen una ayuda económica de unos 30 Euros mensuales durante el primer año, tras lo cual, tienen que sobrevivir por sí mismos. Goyendra está finalizando el equivalente a un bachillerato tecnológico. Afirma que es buen estudiante, y que le gustaría estudiar una ingeniería. Está sobreviviendo gracias a la generosidad de sus compañeros de habitación, y a las clases particulares de matemáticas que da a varios niños.

He recordado que el primer año que trabajamos en este orfanato, un joven ex Bal Mandir vino a visitar a sus "hermanos" y "hermanas", y estuvo charlando un rato con nosotros. Afirmó que la vida allí era dura, pero que lo realmente difícil empezaba cuando abandonan Bal Mandir.

José Luis Gutiérrez
Kathmandu, 14 de octubre de 2010

Publicado el 21 de octubre de 2010 a las 14:30.

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Sujata

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Sujata tiene 11 años, padece sordera, y supuestamente retraso mental. Según nos contó el director de Bal Mandir, fue escolarizada en una escuela especial para sordos, junto con otras niñas de Bal Mandir que padecen esta misma discapacidad; pero la escuela la rechazó aduciendo que el problema principal de Sujata no era la sordera, sino su retraso mental.

Al año siguiente fue enviada a una escuela especial para discapacitados mentales, a donde van otras niñas del orfanato con esa misma limitación, como Pushpa, pero la niña nuevamente fue devuelta al orfanato aduciendo que no tenían recursos para trabajar con sordos.

Rechazada por unos y por otros, hasta hace unos meses Sujata ha estado privada de cualquier tipo de educación. Paradójicamente, Sujata es una de las personas más sociables y comunicativas de Bal Mandir, continuamente reclama nuestra atención con infinidad de sonidos, muecas y gestos. De hecho, sin ser profesional en esta materia, yo desconfío de ese diagnóstico de "retraso mental". Sospecho que la falta de desarrollo intelectual de esta niña, se debe precisamente a que no se le ha permitido el acceso a ningún tipo de educación, y por tanto, su inteligencia no ha podido crecer adecuadamente.

Afortunadamente, gracias a las gestiones de nuestro amigo Pablo, y a la financiación económica de Dididai, tres jóvenes de Bal Mandir que no recibían ningún tipo de educación, Madhusadham, Ram y Sujata, están yendo diariamente a una escuela de educación especial, que les presta la debida atención, de manera individualizada, y adaptando el tipo de enseñanza a las necesidades y posibilidades de cada menor.

Visitamos esa escuela poco antes de que comenzaran las vacaciones del Dashain, y nos pareció un lugar magnífico. Ese día Ram se había quedado en Bal Mandir por culpa de una diarrea, pero vimos a Sujata y a Madhusadham, y ambos parecían felices, de hecho, Madhusadhan nos pareció un niño totalmente diferente al que acostumbramos a ver vagando por Bal Mandir.

Imagino que pronto se empezarán a apreciar cambios en Sujata, tal vez dentro de poco podrá empezar a comunicarse con el lenguaje de signos. Al menos, eso es lo que yo deseo.

José Luis Gutiérrez
Kathmandu, 10 de octubre de 2010

Publicado el 13 de octubre de 2010 a las 13:00.

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José Luis Gutiérrez Muñoz

José Luis Gutiérrez Muñoz

José Luis Gutiérrez Muñoz (Madrid, 1963), pofesor Titular y Director del Departamento de Escultura de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid. Director del Grupo de Investigación UCM "Arte al servicio de la sociedad". Responsable de diversos proyectos de cooperación al desarrollo que desde 2004 vienen llevándose a cabo en orfanatos de India, Nepal y Ecuador.

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