Domingo calcáreo
Nos encanta la caliza, qué bonita es la caliza, cómo nos gusta tropezarnos con la caliza. Disfrutamos pensando y decidiendo cada paso en los laberintos de rocas fragmentadas, golpeándonos las espinillas y torciéndonos los tobillos.
Hoy a Laura le dolían los meniscos, Gari ha doblado uno de sus bastones cuando se le ha hincado en un lapiaz y yo me he traído la cornada de una cuchilla pétrea en la palma de la mano izquierda.
(¿Lapiaz? Sí, también nos gusta repetir los nombres de los accidentes calcáreos: lapiaz, dolina, poljé...).
Pero seguimos dando gracias a los organismos marinos que depositaron sus minúsculas conchas, caparazones y esqueletos minerales en el fondo del océano, y que así acumularon el material con el que están modelados los montes vascos. No me digáis que no es impresionante: este paisaje está formado por los microgramos de carbonato cálcico que trillones de bichitos fueron dejando durante millones de años en el fondo del mar.
Hablando de bichos: en la siguiente foto, Gari y Laura buscan el camino por el laberinto calcáreo. Al fondo, la ermita y la cumbre de Aizkorri (1.528 m.). Esos puntitos de la cumbre son al menos dos docenas de montañeros que aprovechaban el fantástico domingo calcáreo.
Prolongamos la excursión por la cresta de Guipúzcoa: Aizkorri (1.528 m.), Aketegi (1.549 m.) y Aitxuri (1.551 m., techo de la provincia, en la siguiente foto).
Y en la bajada redescubrimos otro placer de la caliza: el gusto que da abandonarla y volver a caminar por la hierba.
Publicado el 11 de abril de 2010 a las 20:15.