Regreso al mundo
Archivado en: Viajes, Pakistán, Karakórum, Félix Baltistán Fundazioa
Entre estas dos imágenes hay unas horas de caminata y una frontera.
1. Descenso por el glaciar Gondogoro, resquebrajado y crujiente, con las moles que escoltan el Masherbrum (7.821 m.) al fondo.
2. Aparición de Hushé, primera aldea al pie de la cordillera.
Después de 46 días en el mundo de los hielos, el 20 de julio bajamos desde los 5.700 metros del collado de Gondogoro hasta los 3.500 de la cabecera del valle de Hushé. Por el camino empezamos a descubrir briznas de hierba entre las rocas que emergían del glaciar y a escuchar los primeros trinos de los pájaros. Los primeros puñados de tierra esponjosa en medio de los pedregales, el primer prado, el primer árbol (una sabina tan raquítica como tenaz, todavía por encima de los 4.000 metros), las primeras vacas, cuyas mierdas fragantes y deliciosas nos recordaron que llevábamos casi siete semanas sin oler nada. El aire del campamento base era tan pobre que nos obligaba a concentrar las fuerzas en los pulmones para expandirlos en busca de una bocanada suficiente, un aire tan mineral que nos dejaba las narices cuajadas de sangre reseca; pero cuando el 20 de julio dejamos atrás los últimos hielos de Gondogoro, la atmósfera empezó a empaparse de humedades y oxígeno, a cebarse con los sabrosos olores de musgos, barros y vacas. Respiramos un aire denso, dulzón, nutritivo. ¡Y la lluvia! La habíamos olvidado. ¡Maravillosa y cálida agua líquida cayendo del cielo! Recibimos el primer chaparrón como una bienvenida torrencial, generosa, emocionante. Nadie se puso la capucha.
En el momento de esta foto, entrando al pueblo, me faltaban seis o siete kilos, me dolían varias docenas de músculos y estaba a punto de perder una uña del pie. Pero los baltíes me pusieron esa guirnalda de bienvenida -como si yo fuera uno de los montañeros, je-, me dieron una cocacola de litro y medio y aquello fue pura felicidad.
Me sentí por fin en casa, y eso que aún estaba a miles de kilómetros por senderos, pistas, carreteras y aviones. Es que nunca había vivido algo así: el regreso al mundo.
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Mi cámara se quedó, olvidada, en una aldea de aquel valle. Estas fotos me las ha dejado el amigo Joanet Riba.
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Vivir donde acaba el mundo puede resultar muy peligroso. En ese mismo valle de Hushé, las lluvias monzónicas acaban de producir inundaciones y derrumbes que han destruido casas, carreteras y puentes y han arrasado las cosechas con las que a duras penas suelen sobrevivir los habitantes de esta región, que en su mayoría rondan el umbral de la pobreza extrema. En la aldea de Talis, una avalancha ha matado a quince personas y ha dejado sin casa a más de trescientas.
La Felix Baltistan Fundazioa, impulsada por vecinos de la región y por montañeros vascos, lleva años desarrollando proyectos en el valle y tiene a gente trabajando sobre el terreno. Ahora está organizando ayudas para socorrer a los habitantes, como podréis ver con detalle en su página. Han abierto tres cuentas para enviar dinero a la zona:
BBK: 2095 0038 51 9103522251
Kutxa: 2101 0038 51 0011074747
Caja Laboral: 3035 0044 85 0440018830
Publicado el 13 de agosto de 2010 a las 16:15.







