El camino de los mástiles
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Si alguno de vosotros tiene que ir estos días a buscar un arbolito navideño y la tarea le parece una pesadez, quizá encuentre consuelo en la historia de ciertos buscadores de abetos de hace trescientos años.
En aquellos tiempos, los astilleros franceses andaban moscas porque ya no encontraban árboles suficientemente altos y rectos para hacer mástiles. Algún explorador descubrió un bosque de abetos gigantescos en un vallecito remoto, colgado en las laderas del Pirineo bearnés, al que sólo se podía acceder desde el valle de Aspe a través de un barranco muy profundo y angosto.
Por el fondo de este desfiladero, al que llaman Garganta del Infierno, un arroyo cae de cascada en cascada. Como resultaba imposible transportar los enormes troncos por allí, decidieron tallar un camino en los paredones verticales del desfiladero. Las obras comenzaron en el año 1772. Los obreros se descolgaban desde lo alto, atados con cuerdas sobre el abismo, y a golpe de pico y barreno esculpieron en la roca un sendero lo suficientemente ancho como para que pudieran pasar carros de bueyes.
Este tramo tallado recorre la pared durante 1,6 kilómetros y cuelga 150 metros sobre el abismo. Lo llamaron Chemin de la Mâture (camino de las arboladuras, de los mástiles).
Y Josema, que sabe perfectamente que mi vértigo me impide asomarme al balcón de un segundo piso, me llevó el pasado lunes por este sendero.
Nota: busco amigo aficionado al dominó y las colecciones de sellos.
Publicado el 15 de diciembre de 2009 a las 16:00.