Dificultades para comprender el mundo y manejarlo
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Pablo, de 22 años, tiene novia (María), vive en Tres Cantos y cada día acude a su puesto de trabajo en Valdebernardo. Hasta aquí, todo normal. Pero detrás de esta normalidad se esconde una lucha constante por convertirse en una persona autónoma y con las mismas oportunidades. A Pablo le cuesta manejar el dinero, calcular el tiempo, los trayectos, las medidas... También le resulta difícil expresar sus sentimientos, relacionarse con los demás, llamar por teléfono a alguien, dominar su teléfono móvil... Pablo sufre discapacidad intelectual ligera, una enfermedad que, junto con la inteligencia límite, afecta a un 1% de la población.
200 de esas personas, de esas familias, entre las que se encuentra nuestro protagonista, se resguardan bajo el paraguas de Adisli, una entidad sin ánimo de lucro, con quince años de trayectoria, que busca mejorar la calidad de vida de estas personas y de sus familias a través de un programa de desarrollo personal. En él participa Pablo cada tarde, acudiendo a la nueva sede que el colectivo ha inaugurado en Hortaleza, única en la Comunidad de Madrid.
Allí aprende a comprar, a organizar su ocio, cuestiones de higiene personal, sexualidad y otros aspectos necesarios para vivir en sociedad. Ubicado en el número 63 de la calle Dionisio Inca Yupanqui, el espacio, cedido por el Ayuntamiento, cuenta con 600 metros cuadrados y sustituye al anterior local, de 100 metros, que el colectivo utilizaba en Pacífico. Además, en el piso de Ventilla, del que Adisli dispone para personas con discapacidad intelectual de edad avanzada, a Pablo le enseñan a planchar, a poner una lavadora o a prepararse una tortilla.
Drama familiar
Para Belén Meyer, madre de Pablo, "nuestro principal drama es pensar en cuando faltemos, porque somos su apoyo fundamental. Mientras tanto, este centro es ahora su punto de referencia, porque aquí se siente importante, no sobra", explica. Gracias a Adisli, su hijo ha descubierto el sentido del humor, "algo que antes no entendía". También queda con otros jóvenes para salir, "hace deporte y está más estabilizado emocionalmente", apunta. Su particular batalla comenzó con la escolarización. "Una profesora me dijo que el niño no respondía. Fue a los 4 años. Empecé a buscar ayuda, pero no sabía dónde hacerlo, hasta que en 1997 conocí Adisli". El diagnóstico final llegaría cumplidos ya los 11 años.
En el programa de empleo que la asociación imparte cada mañana nos encontramos a Roberto, de 29 años, buscando trabajo a través de Internet. "Me gustaría conseguir algo de reponedor o en la industria del plástico", confiesa. A su lado, otras personas con inteligencia límite preparan incluso oposiciones, una herramienta más para sobrevivir en una sociedad que les pondrá a prueba continuamente.
Publicado el 5 de abril de 2013 a las 10:00.