Parecían arrastrar árboles enormes
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Gracias a Josu L., me enteré de que la editorial Melusina acaba de publicar un librito delicioso: Los forzados de la carretera. Tour de Francia 1924.
Es una recopilación de las crónicas que escribió Albert Londres para el diario Le Petit Parisien durante el Tour de 1924. Entre ellas está la legendaria entrevista a los hermanos Pélissier, favoritos para ganar la prueba, que se bajaron de la bici indignados por los abusos del reglamento y por la manera en que los organizadores maltrataban a los ciclistas. En ese encuentro en una cafetería a pie de carretera, Henri Pélissier pronunció aquella famosa frase en la que decía que los organizadores pronto les colocarían plomo en los bolsillos alegando que Dios había hecho al hombre demasiado ligero.
Copio, a voleo, un extracto sobre la travesía de los Alpes:
"Cuando escalaban el Izoard y el Galibier no parecían apoyarse en los pedales sino arrancar árboles enormes. Arrastraban con todas sus fuerzas algo invisible, escondido bajo tierra, pero sin sacarlo nunca.
No les dirigía la palabra, los conocía a todos, pero no me hubieran respondido. Cuando su mirada se cruzaba con la mía, me recordaba a la de un perro que tuve y que antes de morir compartía conmigo su profunda pena por estar obligado a abandonar la tierra. Volvían a bajar la mirada y curvados sobre su manillar continuaban adelante concentrados en la carretera, como comprobando si las gotas de agua que caían eran de sudor o de lágrimas.
(...)
Brunero, el italiano que corre el Tour por primera vez, me pregunta con voz entrecortada:
-¿Es mucho más largo el Galibier?
Diez minutos más tarde le oigo formular la misma pregunta a Thys. Thys responde afirmativamente con un movimiento de cabeza. Sí, todavía es muy largo.
El año anterior, en la pendiente del Izoard, Alavoine se cayó y perdió el conocimiento y la carrera. Lo recuerda:
-¡Tengo miedo! -me grita.
Y baja a tumba abierta, cortando el viento, con la mirada ansiosa.
Me he parado al final de una gran cuesta.
Uno detrás de otro los veo descender en tromba.
-¡Estoy acojonado! -me grita un corredor aficionado con voz trémula.
Y otro:
-¡Tengo miedo!
Parece que espero en ese giro para recoger sus trozos.
Aún aparece otro tan rápido que me arroja el viento al pasar:
-¡Estoy asustado! -dice a gritos.
Otro frena, zigzaguea, va a caer rodando, se la pega contra un talud que le rasguña el muslo, pero que le para.
Voy hacia él; su cadena está rota:
-Hoy tenía un poco de ventaja. ¡Desgracia de las desgracias!
Observa su cadena:
-¿Cómo voy a arreglar esto? Necesitaría un yunque.
Agarra una piedra grande y otra pequeña. La grande es el yunque y la pequeña el martillo.
-¡Si la arreglo, me emborracho en la meta!
Este corredor es Ercolani, nativo de Froges, que espera un hijo:
-Ojalá sea un chico, lo bautizaré con el nombre de Benjamín.
-¿Por qué?
.Porque soy el benjamín del Tour. ¡Tengo veintiún años!
Consigue repararla.
-Soy feliz -dice.
(...)
Nos encontramos con el farolillo rojo.
Es el nombre que recibe el último.
Es Rho, al que siempre llamamos D'Anunzio.
Es difícil afirmar si Rho es más delgado que obstinado. Está cambiando un neumático y parece que reflexiona profundamente.
-¿En qué piensan tan concentrado?
-Pienso en el signor Bazin...
El señor Bazin es el cronometrador.
A las 21h 41' 3" 2/5 pulsa un botoncito que se encuentra sobre la mesa, un reloj de dos mil quinientos francos. Entonces avisa:
-¡Señores, el control está cerrado!
Verá llegar a D'Anunzio con las tripas fuera, a tres metros, y le hará el gran signo de la piedad y de la desesperanza, y no vacilará.
El señor Bazin sabe lo que representa en la vida dos quintas partes de un segundo.
¡El señor Bazin es una especie de cuco que vive dentro de un reloj!
Rho estaba perplejo porque ya sabía todo esto.
Sin el corazón de piedra del signor Bazin, el deporte le hubiera parecido mucho más bello...".
Publicado el 30 de julio de 2009 a las 13:30.