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Blog de José Luis Gutiérrez Muñoz

Sonrisas de colores

Gondra y Drago

Archivado en: Bal Mandir, Kathmandu, Nepal, Matruchhaya, orfanatos, cooperación, desarrollo, ONG

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Ya hemos empezado a trabajar con los menores de Bal Mandir. Este año, entre otras actividades, queremos hacer una pintura mural en las paredes exteriores de un pequeño edificio, anexo al orfanato, que sirve de comedor y cocina. Sobre las mesas del propio comedor, los niños y niñas han realizado cientos de dibujos, después de explicarles que pretendíamos basarnos en sus representaciones para la pintura mural. Les dimos libertad temática, con la idea de observar detenidamente lo que realizaban, y después tratar de definir un tema, capaz de aglutinar las creaciones infantiles. Hemos guardado todos los dibujos que han hecho, y hemos visto que hay muchos dibujos muy buenos; pero no sabíamos bien cómo ponerlos en común, con una temática capaz de recorrer las cuatro paredes externas del pequeño edificio. Finalmente, pensamos que podríamos dibujar dos enormes dragones cuyo cuerpo estuviese formado por muchos de esos dibujos. Entonces, para hacer más comprensible el motivo de la representación, inventamos el siguiente cuento:

Érase una vez un niño llamado Prem, que vivía con sus padres en un pueblecito de montaña, en la cordillera del Himalaya, en Nepal. A Prem le gustaba explorar el monte; fue así como, un día escuchó una especie de lamento que salía de una cueva, y movido por la curiosidad, se adentró en ella y descubrió dos pequeños dragones que lloraban junto al cuerpo de su madre, que yacía muerta. Prem vació la mochila, en la que guardaba comida, y con mucho cuidado acomodó en ella a los dos bebés de dragón. Conforme descendía por la montaña, iba pensando qué hacer con esas dos criaturas recién nacidas. Cuando llegó al pueblo les mostró el hallazgo a sus padres, y les explicó que quería llevarlos a la ciudad, a un lugar en donde, según había oído, cuidaban de los niños perdidos. Sus padres comprendieron que nada ni nadie podría impedir que Prem siguiera adelante con su plan, de modo que le dieron su bendición, y le rogaron que tuviese mucho cuidado.

Prem tardó dos semanas en llegar a Kathmandu con los dos bebés de dragón a los que llamó Gondra y Drago. Desde que los recogió en la cueva, no había sido capaz de hacer que los pequeños comieran nada, únicamente logró que bebieran un poco de agua. En Kathmandu, Prem se dirigió directamente a Bal Mandir, el lugar del que había oído hablar. Cuando llegó allí, mostró al director del orfanato a los dos bebés de dragón, y le explicó que no tenían mamá, que él mismo la había visto muerta, y que no tenían a nadie que los cuidase. Tampoco él podía atenderles, porque tenía que ir todos los días a la escuela, y además debía ayudar a sus padres.

El director de Bal Mandir le respondió que allí sólo recogían niños y niñas sin padres, o cuyos padres no pudieran cuidar de ellos, pero nunca se habían hecho cargo de ningún bebé de dragón, ni de ningún otro animal.
-Si no los recogen aquí, Drago y Gondra morirán -dijo Prem. -Llevan dos semanas sin comer, y no creo que aguanten mucho más.
El director se compadeció de los dos bebés de dragón, y dijo:
-Está bien, déjalos con nosotros, y veremos si somos capaces de hacerles comer.

Durante los días siguientes, el cocinero y las cuidadoras de Bal Mandir ofrecieron a Drago y Gondra todo tipo de alimentos: arroz, huevos, leche, chapatis o lentejas; pero los bebés de dragón no quisieron probar nada. Se les veía muy tristes, y ya casi no tenían fuerzas ni para llorar.
Todos los niños y niñas de Bal Mandir estaban muy preocupados, porque sabían que si seguían negándose a comer, morirían pronto. Un día, una niña pequeña, llamada Sima, se acercó a los cachorros de dragón y les obsequió un dibujo. Gondra se quedó mirando aquel extraño papel lleno de líneas y colores, sonrió, y se lo comió. Entonces Sima sacó su caja de lapiceros de colores e hizo otro dibujo. En esta ocasión fue Drago quien se lo comió. Sima volvió corriendo a su habitación en busca de más hojas de papel, y fue pregonando que los bebés de dragón comían dibujos.

Todos los menores del orfanato sacaron papeles y lapiceros de colores, y empezaron a realizar todo tipo de dibujos, dibujos preciosos que los pequeños dragones no tardaban en devorar. Pronto comprobaron sorprendidos que los dibujos que Gondra y Drago se comían aparecían mágicamente en su piel, de modo que la superficie de ambos quedó totalmente cubierta de coloridos dibujos. Como no paraban de comer, los nuevos dibujos iban reemplazando a los viejos. Poco a poco los jóvenes dragones empezaron a ingerir algunas frutas y verduras, pero su comida predilecta eran los dibujos de los niños y niñas de Bal Mandir.

Gondra y Drago se hicieron mayores, y un día el director de Bal Mandir les explicó que tenían que emanciparse, y empezar a vivir como dragones adultos y responsables. Gondra y Drago lo comprendieron, se despidieron de todos sus amigos de Bal Mandir, y se fueron a vivir a una cueva en la montaña. Desde ese momento, se dice que en las cumbres de Himalaya viven dos enormes dragones que protegen a todos los niños y niñas de Nepal cuando tienen alguna dificultad.

Publicado el 15 de septiembre de 2009 a las 12:15.

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Una mancha

Archivado en: Bal Mandir, Kathmandu, Nepal, Matruchhaya, Sinincay

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La contera de mi muleta izquierda todavía conserva una mancha de pintura de color azafrán que, en septiembre del año pasado, algún niño o niña de Bal Mandir, involuntariamente me hizo con su brocha, mientras pintábamos una de las paredes exteriores del orfanato. Tiempo he tenido de quitarla, pero no he querido, porque esa nota cromática tenía la extraña capacidad de evocarme un sinfín de vivencias que no quería olvidar, aunque no todas eran agradables. Cada vez que la miraba, me venían a la memoria imágenes, sonidos y olores de nuestra última experiencia en el hospicio de Kathmandu, y ese recuerdo dibujaba en mi rostro una bobalicona sonrisa, que probablemente a más de uno habrá inquietado al observarme.

Creo que tampoco a los niños y niñas de Bal Mandir les preocupan mucho esas máculas producidas por el trabajo; algo que, en cualquier otro lugar provocaría el enfado de sus progenitores y una buena regañina. Aunque intentamos siempre que sus envejecidas ropas no se manchen, este tipo de accidentes resultan inevitables. Por otro lado, sus cuidadoras parecen indiferentes a esas pequeñeces. Tendrán cosas más importantes por las que preocuparse. Ojalá también a los menores de Bal Mandir, como me ocurre a mí, esos pequeños rastros de la actividad pictórica les hagan rememorar el tiempo excepcional que pasamos juntos en sus vacaciones. Y si duran hasta el siguiente Dashain, mejor todavía, porque podrían ayudar a mantener viva la ilusión del reencuentro.

Publicado el 14 de septiembre de 2009 a las 10:15.

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Reencuentro con Bal Mandir

Archivado en: Bal Mandir, Kathmandu, Nepal, Matruchhaya, Sinincay, Pinto, UCM

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El martes, 8 de septiembre, después de un larguísimo viaje, llegamos a Kathmandu; pero hasta hoy no hemos podido reencontrarnos con nuestros niños y niñas de Bal Mandir. Ha sido un día especialmente intenso y lleno de emociones. Nos ha gustado comprobar que todos se alegraban mucho de nuestro regreso. Este año hemos venido desde España un grupo de diez personas, pero se nos sumarán varios alumnos de Bellas Artes de Kathmandu, y recibiremos también la ayuda de algunas niñas ex Bal Mandir como Sunita y Kalpana, de modo que nuestro grupo de trabajo puede ser de unas quince personas. En esta nueva edición de "Color en Bal Mandir" hay algunas novedades.

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Publicado el 10 de septiembre de 2009 a las 11:30.

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Mural en Ayllón

Archivado en: ayllon, mural

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Cada verano, desde hace treinta años, diez alumnos de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid, de los últimos cursos de la licenciatura, pasan el mes de agosto, volcados en su propia creación artística, en un entorno inigualable: la Villa de Ayllón. Cinco de ellos son seleccionados por el Departamento Pintura, otros cinco por el de Escultura; pero además, desde hace cinco años, otros dos alumnos se unen al grupo de becarios para encargarse de las actividades creativas que organizamos con los niños y niñas del pueblo.

En un mundo en el que todo cambia a gran velocidad, cada vez me atrae más, precisamente aquello que, siendo bueno, es capaz de perdurar inmutable en su esencia, sin sufrir grandes alteraciones con el paso del tiempo. En este sentido, me agrada comprobar que la experiencia que han vivido los becarios de Bellas Artes, en Ayllón, durante este mes de agosto de 2009, haya sido tan coincidente con la que yo viví hace veintitrés años, e incluso, me atrevería a decir que también con la de los que me precedieron.

Me satisface pensar que lo más importante de esta beca, treinta años después, permanece intacto: el descubrimiento de la belleza del casco histórico de Ayllón y la hospitalidad de sus vecinos, el asombro frente a los increíbles colores de esta tierra, una repentina tormenta veraniega, el intenso olor a tierra mojada, una merienda en el exconvento de San Francisco, una cena en las bodegas, un remojón en el pilón de la plaza, un paseo nocturno, una lluvia de estrellas, una charla con un abuelo, un café en la plaza, o en el bar junto al arco, la amistad entre compañeros propiciada por una convivencia agradable e intensa, la emoción de crear despreocupadamente, poder olvidarse durante un tiempo de todo lo demás, y pensar sólo en arte...

Recuerdo que, además de volcarnos apasionadamente en nuestra propia obra, todos los días dedicábamos un rato a dibujar o pintar con los niños y niñas del pueblo. Esa buena costumbre, una manera de agradecer al pueblo de Ayllón las muchas atenciones que tiene con los becarios, y de relacionar directamente a los estudiantes universitarios con los menores, se ha mantenido durante todos estos años, con la única diferencia de que ahora dos alumnos se dedican exclusivamente a esa tarea, para tratar de potenciarla. En esta edición, propusimos a Sonia, la Alcaldesa de Ayllón, pintar un mural en la caseta que hay junto al campo de fútbol, frente a la piscina, un lugar que sirve de taller de escultura, para nuestros becarios, en verano, y es utilizado como almacén durante el resto del año. Para ello, los alumnos Nacho y Fátima han trabajado con treinta y seis menores de Ayllón. Previamente, les ofrecimos un tema: "la salud del planeta es nuestra salud", y les pedimos que realizasen dibujos. Una vez más, nos asombramos con las fantásticas creaciones de los menores. Nacho y Fátima se encargaron de integrar las ideas de unos y otros en una composición conjunta que recorriera las tres paredes exteriores de dicha caseta, y organizaron el trabajo colectivo de todos ellos, distribuidos en tres grupos. El resultado nos parece muy bueno, pero lo mejor es que también a los niños y niñas de Ayllón se lo parece, y además todos hemos disfrutado de la experiencia.

 

 

Publicado el 1 de septiembre de 2009 a las 16:45.

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Papá Raman

Archivado en: adopcion, india, papa Raman

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El domingo 16 de agosto, a las cinco de la tarde, Aurora recibió una llamada en su móvil, que le despertó de la siesta con enorme sobresalto. Por el auricular del teléfono Aurora escuchaba a nuestra hija Chandrika, cuyo llanto no le permitía articular palabra. En unos angustiosos segundos, por la imaginación de mi mujer pasaron varias posibilidades, todas ellas alarmantes, hasta que por fin Chandrika pudo pronunciar, entre sollozos, "el papá Raman ha muerto".

Una mujer, también llamada Chandrika, acababa de comunicarle, desde la India , que su padre biológico había fallecido. Nuestras hijas recuerdan haber estado en casa de esa vecina de su padre en numerosas ocasiones, cuando siendo niñas, el papá Raman las recogía del orfanato, o del internado, y las llevaba a casa para pasar unos días con ellas. La señora explicó a nuestra hija, que ella misma había llevado a su vecino hasta un hospital de Ahmedabad, al comprobar que sus dificultades respiratorias se agravaban, y allí mismo había sufrido un paro cardiaco y había fallecido.

Hace algo más de veinte años, el peluquero Raman vivía en una pequeña casa con su mujer y sus dos hijas, en un pueblo de la región india de Gujarat llamado Khadana, cuando su mujer, inesperadamente, les abandonó. Pronto comprobó que resultaba imposible continuar con su trabajo, y atender a sus hijas a la vez, por lo que se decidió a dejarlas al cuidado de unas monjas católicas que regentaban un pequeño hospital en Nadiad, una ciudad a unos 60 Km . de donde ellos vivían. Las monjas accedieron a quedarse con Chandrika y Roshní, que no tendrían más de uno y dos años de edad respectivamente.

Cuando se supo que las misioneras cuidaban de dos bebés, no tardaron en recibir otros menores en situación de desamparo; y al poco tiempo, aquello condujo a la creación de un orfanato, ahora llamado Matruchhaya, que en todos estos años ha dado muchas niñas y algunos niños en adopción, principalmente a España, pero también a Estados Unidos, Italia, y otros países desarrollados; y últimamente, cada vez más, a familias de la India.

El peluquero no se desentendió de sus hijas. Cuando les llegó la edad de ir al colegio, las monjas decidieron escolarizarlas en el internado católico de Amod, cerca de donde vivía el papá Raman, gracias a lo cual pudo visitarlas casi todos los domingos. Ellas sólo regresaban al orfanato en los periodos vacacionales, pero pronto comenzaron a echar en falta a algunas de sus amigas del hospicio, y de ese modo entendieron lo que significaba la palabra "adopción"; incluso coincidieron con alguna pareja española que acudió allí para recoger a la que, a partir de ese momento, sería su hija.

-¿Por qué otras niñas se van a España con papás nuevos y nosotras no? -preguntó un día Roshní a la hermana María.

-Porque vuestro papá se niega a firmar los papeles necesarios para que podáis salir -respondió la misionera española.

Cuando el peluquero Raman volvió a visitar a sus hijas, la mayor, que tendría ya unos diez años de edad, le dijo que Chandrika y ella deseaban abandonar el orfanato, e ir a España con unos padres nuevos, como hacían muchas otras de las niñas que allí vivían. El hombre no respondió, simplemente se quedó pensando en ese requerimiento que, hasta la fecha, le había venido siempre de boca de la hermana María, y en todas las ocasiones había rechazado, porque esas dos niñas eran su única familia. Pero, ahora era su hija mayor quien se lo pedía, y por primera vez empezó a considerar los argumentos que la monja había esgrimido en reiteradas ocasiones: que las niñas se hacían mayores y perdían posibilidades de encontrar padres adoptivos, que él no iba a poder hacerse cargo de ellas, y que las estaba privando de un futuro lleno de posibilidades.

El peluquero Raman comunicó a la hermana María que estaba dispuesto a firmar la renuncia a sus hijas, para que pudieran ser dadas en adopción. Una semana después, el 28 de diciembre de 1997, Aurora y yo visitamos el orfanato de Nadiad por primera vez. Nuestro expediente de adopción, que iniciamos varios años antes, por fin había llegado a un orfanato, y cuando nos pusimos en contacto con su directora, nos dijo que antes de asignamos un bebé, deseaba conocernos en persona, para lo cual, no quedaba más remedio que viajar hasta allí. Pasamos más de diez días alojados en el propio orfanato, conocimos a Roshní y Chandrika, ellas mismas unos pidieron que fuéramos sus padres, nos enamoramos de esas dos preciosas hermanas desde el primer momento, y decidimos que ya no deseábamos adoptar ningún bebé.

En abril de 1998 regresamos a India, para visitar a las que, cuando concluyese el proceso legal, serían nuestras hijas. En ese viaje conocimos al peluquero Raman. Cuando llegamos al orfanato, nos dirigimos directamente al internado de Amod, porque las monjas nos dijeron que a las niñas les faltaban un par de días para coger las vacaciones. Estábamos tan impacientes por verlas, que decidimos no esperar hasta ese momento. Fue un reencuentro muy emotivo. Nos sorprendió la familiaridad con que nos trataban, ya nos llamaban "papá" y "mamá". Pocos minutos después, las oímos decir "papá Raman", señalando a un hombre que se dirigía hacia nosotros. Enseguida comprendimos que sería su padre. Las niñas se acercaron a saludarle, pero nosotros permanecimos quietos, preguntándonos cómo sería su reacción, al saber que éramos la pareja que pronto le arrebataría a sus dos hijas. No me hubiera sorprendido una reacción violenta, de hecho, todas las niñas del internado nos observaban con morbosa curiosidad, esperando tal vez una escena de celos.

El peluquero se acercó hasta donde nosotros estábamos, y repentinamente le vimos caer de rodillas al suelo. En mi desconocimiento de las costumbres indias, pensé que tal vez había sufrido un desmayo, pero no, el papá Raman tocó mis pies con su mano derecha, y después se la llevó a su frente, un gesto que en la India es la máxima señal de respeto. A continuación hizo eso mismo con Aurora. Su rostro expresaba humildad y gratitud. Por culpa de nuestra ignorancia del gujarati, no pudimos intercambiar palabra alguna con aquel buen hombre, y verdaderamente lo lamenté, porque me hubiera gustado decirle que mi mujer y yo cuidaríamos de sus hijas como si realmente fueran nuestras, que jamás trataría de eclipsarle, y que, por el contrario, intentaría que Roshní y Chandrika se mantuvieran en contacto con él.

Mi mujer y yo vimos al papá Raman por última vez en junio de 1999, fecha en la que, por fin, concluyó nuestro largo proceso de adopción, acudimos a India para recoger a nuestras hijas, y antes de salir hacia España, nos reunimos con él para despedirnos. Nuestras hijas volvieron a verle en verano de 2006, cuando, ya mayores de edad, se aventuraron a regresar por su cuenta a la India , para trabajar como voluntarias en Matruchhaya.

No sé muy bien por qué escribo todo esto. Supongo que es un modo de rendir homenaje a un humilde peluquero que, hace ya más de diez años, nos dio una lección de amor.

 

 

Publicado el 26 de agosto de 2009 a las 12:00.

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Premonición

Archivado en: premonición, Ayllón

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Nunca he creído en adivinaciones premonitorias, en esotéricos augurios o en la magia de las cifras, pero lo cierto es que una coincidencia, a principios de este mes de agosto, en Ayllón, me ha tenido todo el mes intrigado e inquieto.

Hace 23 años, yo tenía 23 años de edad, pura casualidad. Acababa de finalizar la carrera de Bellas Artes, me apasionaba la escultura, y tuve la fortuna de ser seleccionado para trabajar en este pueblo durante todo el mes de agosto. Fue una experiencia inolvidable. Creo que viví el periodo de euforia creativa más intenso y gratificante de toda mi vida.

Pero esto no tiene nada de particular, porque lo cierto es que también fue una vivencia irrepetible para todos mis compañeros de promoción, y por lo que llevo visto desde que dirijo esta beca, esta experiencia generalmente deja una profunda huella en todos los participantes. Los escultores Samuel, Irene, María, David o Prisca pueden dar fe de cuanto digo. Por iniciativa propia, están trabajando mucho más de lo que cualquiera de ellos hubiera imaginado previamente, a veces, hasta por las noches; y lo están haciendo con alegría, libres de cualquier presión.

Las pintoras Sandra, Isabel, Irene, Matilde y Cristina se están deleitando con las impresionantes panorámicas que ofrece este lugar, y están pintando a todas horas, sin tener que preocuparse de nada más. Su producción pictórica muestra la intensidad y calidad de su labor. Nacho y Fátima, los encargados del curso de los niños, están realizando una magnífica pintura mural, con 35 niños y niñas del pueblo, basándose en los dibujos que los propios menores hicieron al principio.

Todos ellos, cada uno a su manera, están derrochando pasión y talento; y además están teniendo un magnífico comportamiento. Sin duda, este es uno de los mejores grupos de becarios que he conocido. Dicho lo cual, para no seguir recreándome en elogios, trataré de explicar el motivo de mi inquietud.

También yo, durante mi estancia en Ayllón, en 1986, trabajé con vehemencia. Utilicé escayola, un material expresivo y muy versátil, que empleado de modo directo sobre un sencillo armazón de hierro, me permitía crear con rapidez, sin detenerme en procesos intermedios de moldes y reproducciones. Gracias a ello, pude realizar numerosas esculturas; una de las cuales, la más grande, representaba, a tamaño natural, una mujer desnuda, de cuyo vientre abultado nacían tres ruedas: una pequeña en la parte delantera, y dos grandes a la altura de lo que serían sus caderas. Aquel extraño ser no tenía piernas, aunque parecía que tampoco las necesitaba. Sus extremidades inferiores se habían convertido en ruedas, y sus manos se aferraban a los dos aros traseros con fuerza.

Destruí la escultura en cuestión, después de ser expuesta en Ayllón, y posteriormente en la Facultad de Bellas Artes de Madrid, porque no tenía dónde almacenarla, me resultaba desagradable, y además, por alguna extraña razón, me generaba mucho desasosiego. De ella sólo quedan unas fotografías, y el recuerdo nítido de su figura en mi memoria, aunque lo cierto es que, hasta hace unos días, no había vuelto a pensar en ella.

Éste es el sexto año que dirijo las becas de Ayllón, pero es la primera vez que utilizó una silla de ruedas en esta Villa, porque hasta ahora me había apañado con mis dos muletas; y al usarla, no he podido evitar preguntarme por la razón que me llevó a crear aquella extraña mujer, cuyo cuerpo se transformaba, de cintura para abajo, en artilugio rodante. En esa época mi salud era perfecta, estaba fuerte, y nada hacía presagiar que 23 años después necesitaría moverme en silla de ruedas; aunque, he empezado a pensar que es posible que el incomprensible mecanismo que ha puesto en marcha esta metamorfosis se encontrara ya latente en mi interior, y dictara con absoluta precisión, como una premonición, las formas que esa extraña escultura había de tener.

A principios de este mes de agosto, al llegar a Ayllón, me sorprendí a mí mismo en idéntica postura que la mujer de mi escultura: las manos fuertemente agarradas a las dos grandes ruedas traseras del artefacto locomotor, y la cabeza girada hacia un lado, con una forzada torsión del cuello, como si estuviera buscando con la mirada una explicación a la extraña mutación que estaba sufriendo su cuerpo, mi cuerpo; con la cara de perplejidad, y enojo, de quien no comprende qué está sucediendo en su interior, ni qué está generando esa grosera alteración. Entonces empecé a pensar en la posibilidad de que no todo fuera mera casualidad.

Publicado el 25 de agosto de 2009 a las 16:00.

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Se acerca el fin

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Nuestra actividad con los niños y niñas de Sinincay se va acercando a su fin. Creemos que estamos alcanzando las metas que nos habíamos propuesto. El resultado de los objetos artísticos que hemos elaborado es bastante bueno, aunque, como ya he dicho en alguna ocasión, el producto final no es lo que más nos preocupa. Para nosotros, más importante que eso es la convivencia con los menores durante los días que pasamos con ellos, el afecto que damos y recibimos, lo que nos divertimos; y también la emoción que implica dar vida con nuestras manos a un dibujo, a una pintura sobre camiseta o a un volcán; la alegría que genera la actividad creativa. Nos ha gustado participar en un trabajo colectivo, en el que todos hemos aportado algo, también los niños, por supuesto; y las ideas de uno no han invalidado a las del compañero, sino que, por el contrario, las han complementado y enriquecido.
Creemos que hemos sido capaces de ilusionar a los menores de Sinincay, en un proyecto que se ha visto beneficiado por la dimensión narrativa que ha aportado la historia del "volcán enfadado", una fantasía que nos ha permitido añadir un matiz mágico a nuestra obra, al explicarles que el Chimborazo podría hacer realidad sus sueños.

El año pasado, fue la primera vez que trabajamos en Sinincay, y teníamos muchas dudas sobre si realmente tendría sentido trabajar en este lugar. Hasta entonces habíamos trabajado en diferentes orfanatos de India y Nepal. También habíamos hecho esto mismo en una casa de acogida de Quito y en un orfanato de Cuenca. Nuestras reservas derivaban precisamente de que Sinincay no era un orfanato, a lo sumo se le podía considerar un "pueblo huérfano". Esta licencia poética, sugerida por algún amigo ecuatoriano, se basaba en el hecho de que efectivamente la mayoría de los niños y niñas de este pueblo tienen a sus padres trabajando en el extranjero, generalmente en los Estados Unidos.
Ya el año pasado vimos que nuestro trabajo aquí tenía pleno sentido, que estos niños, además de vivir en un ambiente muy humilde, tenían grandes carencias afectivas derivadas de esa peculiar situación de "semiorfandad". También para los niños que trabajan en las ladrilleras, o que compaginan sus estudios con esa labor, esta actividad vacacional tiene un valor especial, porque les aporta algo que no reciben en la escuela, ni trabajando en la empresa familiar. Por supuesto, nosotros no podemos solucionar sus problemas, pero sí podemos hacer un poco más agradable su existencia, regalándoles cariño, amistad, alegría, juego, color, creatividad, emoción, fantasía y diversión.
Este año estamos conociendo un poco mejor a los niños con los que trabajamos; notamos que tienen más confianza en nosotros, y nos hablan más abiertamente de sus circunstancias personales. Nosotros les escuchamos con atención, con respeto, y en muchos casos con admiración.

Las hermanas Araceli y Nataly tienen 6 y 7 años de edad respectivamente. Ambas vienen al primer grupo de la mañana, el que llamamos de los soles. Viven con su papá, su mamá, y su abuela, en Siccho, el sector de Sinincay en donde hay mayor número de ladrilleras. Las dos van a la escuela, pero al terminar las clases, y los sábados, ayudan a su madre en la cocina, y también en algunas tareas de la ladrillera. Serán afortunadas si logran concluir la educación primaria, porque la mayoría de los hijos de los ladrilleros interrumpen sus estudios antes de los 12 años para incorporarse tiempo completo al trabajo familiar. El año pasado leímos que unos 2.000 niños y niñas de Sinincay se encontraban sin escolarizar por estar trabajando con sus familias, generalmente en las ladrilleras, pero algunos también en talleres de marmolistas que abundan en Sinincay. Nos pareció una exageración, pero a todos los que preguntamos nos dicen que es posible que esa cifra se ajuste a la realidad, e incluso puede que se quede corta.

Kerly y Adrián son hermanos. Viven muy cerca del convento en donde desarrollamos las actividades. Son veteranos, porque el año pasado ya participaron en nuestro taller. Parecen dos niños extremadamente inteligentes. Adrián tiene 9 años y Kerly 7. Viven con su madre, que regenta una botica en la planta baja de su casa. Tanto la madre como los niños nos contaron que no hace mucho que el padre les abandonó. Participan con mucho entusiasmo en todo lo que organizamos. Adrián dice que le gustaría ser músico de mayor, mientras que su hermana Kerly afirma que quisiera ser "profesora casada". Adrián va a pedir a Chimborazo que le permita comer todo el helado que le apetezca. Su hermana, en cambio, mucho menos materialista, pedirá al volcán que su magia la emplee en hacer "que regrese su papá".

Geovanna, Roy y Cindy también son veteranos, porque al igual que sus primos Adrián y Kerly, participaron en el taller que organizamos el año pasado. Trabajan en el mismo grupo de sus primos, el primero de la tarde, el que llamamos de los corazones. Siempre van juntos los cinco. Geovanna es la mayor, con 11 años de edad, Cindy tiene 10, y Roy 8. Su mamá no trabaja, y viven con el dinero que el padre envía desde Chicago.

Estos breves apuntes, necesariamente superficiales, no explican lo que significa tener que trabajar desde muy pequeño para ayudar al mantenimiento de la familia; tampoco permiten entender lo que implica criarse sin la referencia de los padres. El trabajo infantil, que obliga a los menores abandonar la escuela antes de concluir su educación primaria, les priva de la posibilidad de labrarse un futuro diferente; pero, el problema que genera la emigración no es menor. Las monjas nos dicen que la ausencia de los padres está produciendo serios trastornos en los menores, aunque posiblemente este tipo de carencias, manifiesta su verdadera gravedad, cuando el joven llega a la adolescencia.

Sinincay, 22 de julio de 2009
José Luis Gutiérrez

Publicado el 23 de julio de 2009 a las 18:30.

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Cuatro hermanos

Archivado en: sinincay, orfanatos, ecuador, cooperación, desarrollo

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Nelly, Joseline, Ricardo y Jakeline son cuatro hermanos que participan en nuestras actividades, en el primer grupo de la tarde, el que llamamos de los corazones. Tienen 12, 11, 6 y 4 años de edad respectivamente. Los cuatro son muy educados, cariñosos y participativos. Las dos mayores, Nelly y Joseline, están siempre muy pendientes de sus dos hermanos pequeños. Viven en Sinincay con su madre, a unos diez minutos caminando desde el convento donde trabajamos y nos alojamos. Hace cuatro años que no ven a su padre, porque emigró a Nueva York, poco tiempo después de nacer la más pequeña, Jakeline. Desde allí envía periódicamente dinero, y con eso viven. La madre antes vendía material escolar y chucherías para los niños, pero hace tiempo que lo dejó, y ahora simplemente se ocupa de los hijos, de una pequeña huerta y de las labores domésticas; aunque Nelly y Joseline dicen que llevan días haciendo tareas de la casa y de la huerta, porque su madre está enferma.

No fue fácil, ni barato, para el padre de estos niños llegar a los Estados Unidos. Nunca lo es. Hubo dos intentos frustrados de cruzar la frontera de México con los Estados Unidos. En el primero, el grupo de emigrantes ilegales fue descubierto antes de llegar a territorio estadounidense, y tuvieron que pasar un tiempo en cárceles mexicanas. En la segunda tentativa, un accidente de tráfico costó la vida a todos los ilegales que viajaban hacinados y ocultos en el vehículo, excepto al papá de estos niños, que se salvó milagrosamente. Tuvo que ser a la tercera, cuando finalmente logró pasar la frontera y llegar a Nueva York. A continuación quedaba trabajar como un animal, y vivir con lo mínimo, para tratar de ahorrar todo lo posible, y pagar cuanto antes la deuda contraída con los "coyotes", los que organizan este tránsito ilegal de emigrantes. Por ese servicio, los "coyotes" vienen cobrando unos cinco mil dólares. Para satisfacer esa enorme cantidad de dinero, la mayoría han tenido que vender todas sus propiedades, incluso se han hipotecado, pidiendo dinero a los "chulqueros", prestamistas usureros que les cobran el doble de lo que les prestan.

Nelly y Joseline afirman que su padre ha pagado ya la deuda, y regresará en 2011, con dinero suficiente para montar un restaurante. Antes de marcharse hacia los Estados Unidos, al poco de nacer Jakeline, el papá grabó un video en el que aparece dando muestras de afecto a sus cuatro hijos, especialmente a la recién nacida, con la intención de que nunca olviden que tienen un padre que les quiere muchísimo. Dicen que hace sólo tres días que vieron este video por última vez.

Nelly, Joseline, Ricardo y Jakeline son muy afortunados, porque además el papá les llama por teléfono dos veces por semana. Otros niños, con sus papás en el extranjero, afirman que hace muchísimo tiempo que no hablan con ellos. Algunos de los hombres que emigraron, al cabo del tiempo, formaron una nueva familia en el país al que se dirigieron, y terminaron olvidando a su mujer y a sus hijos de aquí. Muchas familias de Sinincay han quedado rotas por este motivo.

Nelly dice que de mayor quiere ser abogada. Joseline quiere estudiar medicina, y dedicarse a curar personas. Ricardo sueña con ser astronauta, y la pequeña, Jakeline, quiere ser directora de una escuela. Las mayores son muy buenas estudiantes, y los pequeños seguro que también lo serán, porque todos parecen muy despiertos e inteligentes. Los cuatro están entusiasmados con las actividades que estamos realizando, especialmente con la pintura de las camisetas. Cuando les preguntamos qué es lo que más les gusta de esta experiencia, la pequeña, Jakeline, dice que jugar. Joseline, en cambio, afirma que lo que más le agrada es cómo les tratamos.

Nos sorprende que diga esto, porque nosotros simplemente, intentamos ser amables con todos ellos, aunque lo cierto es que estamos logrando una relación muy directa y cercana, quizás más que el año anterior. Cada día se muestran más abiertos y cariñosos, por lo que ya adivinamos que va a ser muy difícil la despedida. Nelli, Ricardo y Jakeline prefieren guardar en secreto el deseo que pedirán a Chimborazo, pero Joseline afirma abiertamente que va a pedir al volcán, que pueda regresar pronto su padre, si es posible antes del 2011, la fecha prometida.

 

Publicado el 22 de julio de 2009 a las 09:00.

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Para qué sirve el arte

Archivado en: sinincay, ecuador, orfanatos, cooperación

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Cada proyecto que llevamos a cabo, tiene una fase posterior que denominamos de "sensibilización". Siempre hemos considerado que, tan importante como la acción directa en los lugares en los que trabajamos, es la difusión que logramos dar a nuestra labor, porque ella puede garantizar la continuidad de nuestro trabajo, y nos permite marcarnos objetivos más ambiciosos.

Aunque nunca nos han puesto condiciones de ese tipo, pensamos que la financiación necesaria para cada uno de los proyectos, se consigue con más facilidad si logramos que lo que hacemos tenga cierta repercusión. Por otro lado, es una forma de rendir cuentas ante las instituciones o empresas que costean las acciones, ante nuestra Universidad, ante los numerosos amigos y amigas que nos apoyan y alientan, y ante la propia sociedad.

Además, mediante esa divulgación, podemos transmitir a muchísimas personas, la ilusión que nos mueve a hacer este tipo de actividades, al tiempo que damos a conocer la difícil situación de los niños y niñas con los que trabajamos, lo que nos permite conseguir ayudas para ellos, que van más allá de lo puramente artístico.

Por eso, en cada una de las acciones que llevamos a cabo, ya sea en Ecuador, Nepal o India, al tiempo que trabajamos con los niños y niñas, sacamos muchas fotografías, con las que luego organizamos exposiciones en distintos lugares de España. También filmamos en video la actividad que desarrollamos, con la intención de editar un documental en DVD. Para ello, intentamos contextualizar esas imágenes del proceso creativo, con escenas del entorno o de la vida cotidiana de nuestros menores. También grabamos testimonios de los propios niños o niñas, y alguna entrevista que ayude a entender su situación, y nuestra labor en esos lugares. Dentro de los equipos de trabajo que formamos cada año, siempre hay uno o dos responsables del documental.

En esta ocasión, los encargados de esa tarea son Paola y Manuel, alumnos de Bellas Artes que no tienen mucha experiencia en el ámbito del video, pero están poniendo tanto empeño, que yo creo que lograrán un buen resultado.

Precisamente, pensando en ese documental, el domingo pasado entrevistamos a nuestro amigo, el pintor Ricardo Montesinos, quien, ante la cámara, respondiendo a las preguntas que le iba haciendo Ana, explicó su singular visión del arte. Ricardo considera que hay artistas que trabajan directamente con la intención de vender lo que producen; otros hacen arte sin pensar en el mercado, y tienen la fortuna de vender lo que generan; pero él es de los que, en el proceso creativo, no obedecen más que a su propio dictado interno, sin pararse a considerar si lo que conciben tendrá o no aceptación, y generalmente sus cuadros no encuentran comprador; aunque eso poco importa.

Esa particular concepción de la creación artística, hace que Ricardo sea uno de los pintores más libres de nuestro tiempo; pero a la vez, le obliga a almacenar miles de cuadros de gran formato en una bodega, a la espera de que, tal vez algún día, alguien valore su obra. Y si ese día no llega, no importa, porque él pinta para sí mismo, no para los demás. Él reconoce sin pudor, que esto es posible gracias al amor de su mujer, Diana, quien tiene una fe ciega en él, y en todo lo que hace, y desde el primer momento ha apoyado su labor con su propia fortuna personal.

-Ella, desde su desconocimiento de cuestiones estéticas, me ha entregado todo, y me ha dado esa libertad. Si yo no tuviera a mi esposa, no habría pintado ningún cuadro. Ella ha hecho posible mi pintura, por amor hacia mi persona -afirma Ricardo sin rubor.
Nuestro amigo dice que aquellos que pintan para vender, generalmente tienden a complacer al cliente, ofreciendo una visión amable del mundo que les rodea. Él no puede, porque considera que la felicidad no existe. Es mentira. Ricardo piensa que el mundo se sustenta en el dolor, el sufrimiento, la muerte, la tristeza, la injusticia, el odio, la vejez o la enfermedad.
-Creo que no he sido feliz ni un solo día de mi vida -dice Ricardo con rotundidad.
Nos sorprende que, a pesar de la contundencia de sus afirmaciones, Ricardo sea una de las personas que más fe tiene en nuestro trabajo.

                  
-Lo que hacen con los niños es muy valioso. Yo me quedé loco al ver el amor de los niños hacia ustedes. Esto que están haciendo es tan bueno, que ustedes mismos no se dan cuenta del valor que tiene. Los menores con los que trabajan son pobres, provienen de familias muy humildes, y el rato que están con ustedes, son millonarios -afirma Ricardo mirándonos a los ojos.
-El apasionado ve confuso, pero yo estoy contemplando lo que ustedes hacen desde fuera, y me di cuenta de lo que probablemente no son conscientes los niños, ni ustedes: de que están repartiendo entre los menores de Sinincay ilusión, fantasía, amistad y magia. Y eso para ellos está siendo tan importante como el agua o el alimento. Por eso, estoy haciendo esfuerzos para que ustedes vuelvan, para que no dejen esto -añade nuestro amigo con expresión seria.

Y la verdad es que, tanto él como Diana, están poniendo todo su empeño en que esto salga bien. Nosotros no terminamos de comprender cómo pueden convivir en una sola persona, tanta dureza y tanta ternura al tiempo.

 

 

 

Publicado el 20 de julio de 2009 a las 11:30.

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Una simple manzana

Archivado en: Sinincay, cumpleaños

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Hay personas que se deprimen al cumplir años. A mí es algo que normalmente me deja indiferente, aunque lo cierto es que ayer, el día en que cumplía 46 años, me sentí decaído. Sabía que no había motivos para el desánimo; además, nada más despertarme recibí la felicitación de mi mujer, y poco después la de Ana, Samuel, Paola y Manuel, el grupo de universitarios que trabaja con nosotros en SonrisasSinincay. Más tarde, también los niños y niñas que participan en nuestras actividades me felicitaron; pese a lo cual, ayer estaba triste, y más de una vez, a lo largo de la mañana, me pregunté qué demonios hacía aquí, a miles de kilómetros de mi casa.

A medio día, después de la comida, hicimos una visita rápida a los sombrereros Roberto y María Teresa, un matrimonio muy mayor, que recuerda el tiempo en que, en casi todas las casas de la Parroquia, se tejían sombreros de paja toquilla. Dicen que Sinincay prácticamente abastecía de sombreros a toda Cuenca, pero el proceso era tan puramente artesanal, que pronto tuvieron que sufrir la competencia de algunas fábricas que se crearon en la ciudad, introduciendo sistemas que mecanizaban el trabajo, y por consiguiente, abarataban sustancialmente la producción.

Actualmente, en Sinincay sólo quedan unos cuantos artesanos, mayores, como Roberto y María Teresa que, por pura inercia, mantienen viva la tradición. En el momento en que comenzó a menguar la demanda de sombreros manufacturados, debieron de pensar que eran demasiado mayores para iniciarse Sonrisasen un nuevo oficio, y en lugar de eso, aprendieron a sobrevivir con muy poco. Pero la generación posterior a Roberto y María Teresa, que no tienen hijos, comprendió que era necesario emigrar, o encontrar otras actividades productivas que permitieran el sustento. En muchos casos, la elaboración de ladrillos de arcilla suplantó aquella otra actividad, cuando ya resultaba muy poco rentable.

Tuvieron que llevarme hasta la casa de Roberto y María Teresa en mi silla de ruedas, porque me encontraba con poca energía para andar, y el camino que conducía hasta su casa era cuesta arriba. En algunos tramos, Aurora, Paola y Ana, necesitaron unir sus fuerzas, de tan empinado como estaba el camino. Samuel y Manuel se habían quedado descansando en el convento. Los vecinos de Sinincay nos contemplaban asombrados. Parecía que nunca habían visto una silla de ruedas, o tal vez les llamaba la atención el séquito que me acompañaba. A mí, que no me gusta llamar la atención, aquella situación me incomodaba. Después de unos días en los que me había sentido con energía renovada, nuevamente volvía a verme débil y, aunque ya estoy acostumbrado a este tipo de altibajos, eso contribuía a mi desmoralización. Además, mentalmente establecí un paralelismo entre la decadencia de los sombrereros y mi declive físico.

Desde luego, esa visita no sirvió para infundirme ánimo, todo lo contrario. Pensé que con Roberto y María Teresa, no sólo desaparecerá un oficio, y un modo de relacionarse con el entorno, sino que también se perderán infinidad de palabras, extrañas para mis oídos, inherentes al oficio de los Sonrisassombrereros. Azocar, aplicar el sahumerio, hormar, macetear o acoplar el tafilete, son sólo algunas de las acciones y expresiones en proceso de extinción. Roberto y María Teresa no se mostraron especialmente amables, ni contentos con nuestra visita, respondieron con cierta desgana a nuestras preguntas, y miraron con recelo a la cámara fotográfica. Comprendí su enojo hacia el visitante que observa y fotografía desde la distancia, sin entender, ni sentirse concernido por lo que tiene delante. No hicimos ninguna fotografía, ya teníamos algunas de una exploración anterior, y finalizamos pronto nuestra visita, porque teníamos la impresión de haber entrado en un funeral al que no habíamos sido invitados.

Desde hace unos ocho años, cada lunes Aurora me inyecta una medicación llamada "interferón", que mi neurólogo me prescribe para tratar de detener el avance de la esclerosis múltiple. Esto hace que los lunes esté especialmente carente de energía física, y a menudo, la falta de vitalidad se une al decaimiento. Tras la visita a Roberto y María Teresa estuve descansando en mi habitación. Salí al patio en el momento en que los niños y niñas del primer grupo de la tarde se despedían con besos y abrazos de Aurora, Ana, Samuel, Paola y Manuel. Me gusta ver esas muestras de cariño entre los voluntarios y Sonrisaslos menores con los que trabajamos. A mí también me dieron algún beso las niñas, y los niños me dieron la mano, al tiempo que me felicitaban. Imagino que mis compañeros de grupo les habían dicho que cumplía años.

Uno de los niños llevaba en las manos una naranja y una manzana, que seguramente constituían su merienda, y me ofreció la manzana. Al ver mi expresión de extrañeza, me dijo que ese era su regalo de cumpleaños. Mire la pequeña manzana, y la cara sonriente del muchacho que me la obsequiaba, y le dije que me sentiría más feliz si se la comiera él. No quería ser descortés, pero tampoco deseaba privar de la mitad de su merienda a uno de nuestros niños. Creo que lo entendió, porque sin dejar de sonreír me volvió a desear "cumpleaños feliz", y se marchó. Aquel sencillo gesto me conmovió, y tuvo la virtud de disipar la melancolía que, como un nubarrón, me estaba ensombreciendo el ánimo, y en un instante me sacó de ese ensimismamiento absurdo en que llevaba sumido todo el día.

Sinincay 14 de julio de 2009
José Luis Gutiérrez

 

Publicado el 17 de julio de 2009 a las 10:30.

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José Luis Gutiérrez Muñoz

José Luis Gutiérrez Muñoz

José Luis Gutiérrez Muñoz (Madrid, 1963), pofesor Titular y Director del Departamento de Escultura de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid. Director del Grupo de Investigación UCM "Arte al servicio de la sociedad". Responsable de diversos proyectos de cooperación al desarrollo que desde 2004 vienen llevándose a cabo en orfanatos de India, Nepal y Ecuador.

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