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mentiras y engaños

Garruralidad

Suelo ver y leer casi todo lo que sale sobre cómo hacer que nuestros pueblos no se abandonen o sobre cómo repoblarlos. Desde los inventos televisivos en los que desde la capital se van a recoger experiencias "alentadoras" de repoblación, financiados por los fondos new generation u otros similares, hasta esos otros inventos políticos que crean normativas y ayudas para que se vuelva a "lo rural" (que es como se llama ahora).

Archivado en: Nicolás Pérez Hidalgo, Garruralidad, pueblos

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Nicolás Pérez Hidalgo
12/5/2023 - 04:40

Hace unos días la Diputación anunciaba que volvía a soltar 20,5 millones de euros para "fijar población y crear infraestructuras". La nada más absoluta. Será para lo mismo de siempre: ampliar el camposanto (que eso sí tiene demanda), cortar árboles y embrear calles, desbrozar caminos a diestro y siniestro, o arreglar las deterioradas zonas de juegos, esas mismas que se montaron cuando ya no había quien jugara en ellas. Claro está, en cada obra se soltará la correspondiente mordida entre quien adjudica y el que ejecuta, como Dios y el manual del perfecto político mandan.
Pero la realidad es siempre tozuda y demuestra con cifras que nada funciona. Lo único que realmente va cojonudamente son los personajillos que en innumerables instituciones se inventan proyectos rimbombantes para intermediar entre el dinero y los supuestos destinatarios. Hace unos días anunciaban que los bancos de vivienda para frenar la despoblación tampoco han dado los frutos esperados. Básicamente, dicen ellos, porque nadie pone en alquiler casas y porque los precios son altos, y por eso están pensando en "reformularse" o inventarse una nueva mentira para seguir insistiendo.
Ser de pueblo o vivir en los pueblos no hace mucho era ser un garrulo y casi nadie se mezclaba con ellos. Eso es lo que ahora cosechamos. Casi nadie vive en un pueblo y muchos de los que lo dicen, realmente tienen un pisito en la capital de la provincia y al pueblo van a aparentar o en fiestas y vacaciones. Casi nadie puede vivir en un pueblo de otra cosa que no sea la agricultura o la ganadería o algún servicio. Y para dedicarse a eso tu familia ha tenido que tener un buen capital para poderte quedar (unas cuantas tierras, unos cuantos tractores y grandes naves). Los padres han echado a patadas a los hijos a formarse y a vivir a la sombra en cómodos despachos. Nadie apostaba porque sus hijos se quedaran en el campo, salvo los más garrulos, esos que no valían para estudiar. Y ahora desandar la garrulidad cuesta mucho tiempo y dinero. Es tiempo y dinero perdido.

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