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Un amigo de León

De piscinas, y no de 'pistinas', y El Maragato (2)

Tengo pendiente una esperada conversación con un descendiente de los fundadores de aquella afamada tienda que tantas satisfacciones dio a la provincia proveyéndola de casi todo lo necesario para llevar a cabo las faenas del campo en aquellos tiempos.

Archivado en: Maximino Cañón, las "pistinas", el Maragato,

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Maximino Cañón
07/7/2023 - 04:40

Debo de decir que tenía, porque hoy, cuando esto escribo, estoy tomando un café de mañana de esos que desempolvan historias de quienes han sido, en este caso, sus ascendientes de sangre, y que tanto desconocía referido a la flamante biografía de los protagonistas, o sea de los abuelos de Yari. Yawar Nazir Alonso, doctor en Derecho Financiero y Tributario, poseedor, además de otros conocimientos que no son del caso, con el que tuve la ocasión de descubrir con el tiempo, quienes fueron aquellos emprendedores que empezando en la calle Matasiete, se trasladaron a la avenida Padre donde la entrañable tienda del Maragato surtía a la casi totalidad la provincia de aquellos artículos demandados por mayores y pequeños.
Allí había de casi todo: semillas, voladores para las fiestas, artículos de broma y un sinfín de artículos imposibles de enumerar. En esta época del año, las pistolas de agua con un depósito de agua redondo hacían nuestras delicias pues, aunque nos pusiéramos pingando unos a otros, la temperatura reinante hacía que la ropa se secara rápidamente sin que ello te librara de la reprimenda en casa cuando eran recibido con la siguiente expresión: ¡Pero si vienes pingando!
Detrás de estas pinceladas, y siguiendo con nuestra interesante conversación , descubro por boca del citado nieto y amigo Yari algo que me causó una grata sorpresa, como fueron los méritos y conocimientos que Emilio Antonio Alonso (El Maragato), albergaba y que, a riesgo de omitir algún otro, voy a relacionar lo que se ocultaba dentro de aquella bata gris con la que atendía la tienda al tiempo que compaginaba la atención dando clases en la Escuela de Comercio, así como en la Academia Bécker, debido a la amistad que mantenía con Fernando Bécker, titular de la misma. Era Intendente Mercantil, con conocimientos de inglés y alemán en tiempos en los que apenas se estudiaba y conocía algo que no fuera el francés. Para los de mi generación Emilio, El Maragato, solo era el señor que nos vendía petardos, gichos de goma y un sinfín de productos para nuestro entretenimiento, en compañía de su esposa y de una hija, en los tiempos en los que, sin haber llegado la televisión a España, era conocido en la práctica totalidad de los hogares de la provincia.

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